jueves, 18 de abril de 2024
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El Corazón de Jesús e Iberoamérica

Redacción (Viernes, 03-2015, Gaudium Press) En 1898 la todavía joven y distinguida Sor María del Divino Corazón, una religiosa alemana que moriría al año siguiente de apenas 33 años de edad, conocida antes en el mundo por ser vástago de una de las más antiguas y aristocráticas familias de Westefalia, Condesa Droste Zü Vischering, escribía una carta al Papa desde el claustro del convento del Buen Pastor en la ciudad de Oporto, Portugal donde era superiora. Rica, bella y de alta posición social, se había hecho religiosa de esa humilde comunidad, quizá una de las que más mérito tienen para manejar mujeres descarriadas y enfermas, abandonadas tras años de pecados o queriendo salir del vicio horroroso en que han caído muchas veces buscando los necesario para vivir.

La Condesa convertida en religiosa pedía al papa León XIII que consagrara el mundo entero al Sagrado Corazón de Jesús. Ella tenía ya cumplidos sus 31 años de edad y moriría a los 33 tras penosa y misteriosa parálisis completa sin haber sufrido ningún accidente. Lo pedía porque la hoy Beata de la Iglesia afirmaba haber recibido reales manifestaciones interiores de Jesús pidiendo esta consagración.

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Sagrado Corazón, en la Basílica San Isidoro, España

La petición no pasó desapercibida al atribulado Papa que ya cumplía 20 años de pontificado y 88 de edad, sorteando uno de los momentos más difíciles de la historia de la Iglesia y que lo había llevado no solamente a escribir la Encíclica Rerum Novarum sino otras cincuenta más enfrentando el humanismo laico en todas sus presentaciones filosóficas, políticas, culturales, sociales e incluso económicas. Pero esta vez, quien sería también el autor del texto del exorcismo oficial de la Iglesia y el propugnador de la instauración del Tomismo en la cátedra universitaria católica, se vio motivado con entusiasmo a declarar en su Encíclica Annun Sacrum de mayo de 1899 que «Puesto que el Sagrado Corazón es el símbolo y la imagen sensible de la caridad infinita de Jesucristo, caridad que nos impulsa a amarnos los unos a los otros, es natural que nos consagremos a este corazón tan santo. Obrar así, es darse y unirse a Jesucristo, pues los homenajes, señales de sumisión y de piedad que uno ofrece al divino Corazón, son referidos realmente y en propiedad a Cristo en persona».

«Lo escrito, escrito está» respondió el Procurador Romano fastidiado a los miembros del Sanedrín que no aceptaban el INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum) colocado en lo alto de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Lo Consagrado, consagrado queda, y no cabe duda que el mundo está consagrado al Sagrado Corazón de Jesús por la autoridad de un Pontífice Romano que gobernó la Iglesia algo más de 25 años. Habían pasado ya más de 200 años desde que una religiosa francesa, le suplicara por pedido del propio Jesús al Rey de su nación -una respetable gran potencia militar y económica de mucha influencia por todo el mundo en aquellos tiempos- que consagrara ésta al Corazón Jesús, construyera un santuario para su veneración y lo colocara como blasón de su escudo de armas, pedido al que el rey Luis XIV no accedió.

León XIII se hizo eco a una petición que era otro apelo más de la misericordia de Jesús para acoger la humanidad al amor protector de su Sagrado Corazón. Cumple recordar que los 2 primeros países (Ecuador y El Salvador) que acogieron ese pedido fueron hispanoamericanos, incluso antes de la Encíclica del Papa, y que posteriormente, entre 1900 y 1925, 8 países más de nuestro continente consagraron oficialmente la nación y el territorio al Sagrado Corazón de Jesús, entre ellos Colombia, Venezuela, Brasil y Nicaragua. Maravilloso designio de la Divina Providencia que nos llena de esperanza y valor intrépido para seguir orando con fe por el Continente más católico del planeta.

Por Antonio Borda

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