viernes, 29 de marzo de 2024
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Santa Ana y San Joaquín

Redacción – (Miércoles, 30-07-2015, Gaudium Press) El pasado 26 de julio la Iglesia conmemoró a los abuelos de Jesús; padres de Nuestra Señora. Dios bendijo el matrimonio, y San Joaquín y Santa Ana, ya ancianos, conciben un hijo: la Inmaculada Virgen María.

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Con motivo de la festividad, transcribimos la Homilía del Cardenal Tarcísio Bertone en la Fiesta Litúrgica de los Santos Padres de Nuestra Señora, hecha en la Parroquia de Santa Ana, en el Vaticano, el 26 de Julio de 2007:

Ana y Joaquín, esposos judíos ejemplares, vivieron una época crucial de la historia de la Iglesia de la salvación, en el momento en que estaba para ser cumplida la promesa de Dios a Abraham, y la humanidad estaba lista para recibir la respuesta esperada por los justos del Antiguo Testamento, que aguardaban la consolación de Israel.

Oímos las palabras del Salmo 131, sobre la fidelidad de Dios a su promesa: «El Señor juró a David: verdad de la cual nunca se alejará «¡el fruto de tu vientre he de colocar sobre tu trono!» […] Realmente, el Señor escogió Sión, la deseó para su morada: «Este será para siempre el lugar de mi reposo, aquí habitaré, porque lo escogí»» (vv. 11.13).

Sin duda, Ana y Joaquín pertenecían al grupo de aquellos judíos piadosos que esperaban la consolación de Israel, y precisamente a ellos fue dada una tarea especial en la historia de la salvación: fueron escogidos por Dios, para engendrar a la Inmaculada que, a su vez, es llamada a engendrar al Hijo de Dios.

Conocemos los nombres de los padres de la Bienaventurada Virgen a través de un texto no canónico, el Protoevangelio de Santiago. Ellos son citados en la página que precede al anuncio del Ángel a María. Ésta, su hija, no podía dejar de irradiar aquella gracia totalmente especial de su pureza, la plenitud de la gracia que la preparaba para el designio de la maternidad divina.

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Podemos imaginar cuánto recibieron de ella estos padres, al mismo tiempo que cumplían su deber de educadores. (…) Madre e hija estaban unidas no apenas por lazos familiares, sino también por la común expectativa del cumplimiento de las promesas, por la recitación multiforme de los Salmos y por la evocación de una vida entregada a Dios.

¿Tendremos nosotros los ojos y los oídos abiertos para reconocer un misterio tan excelso? Pidamos a Santa Ana y San Joaquín no solo ver y oír el mensaje de Dios, sino incluso participar con amor por las personas con las cuales nos encontramos, en su amor, en particular transmitiendo luz y esperanza a todas nuestras familias. Confiemos de manera especial a Santa Ana las madres, sobre todo las que son impedidas en la defensa de la vida naciente o que encuentran dificultades para crear y educar a sus hijos. (…)

Existe un aspecto más, que me gustaría resaltar: Santa Ana y San Joaquín pueden ser tomados como modelo también por su santidad vivida en edad avanzada. En conformidad con una antigua tradición, ellos ya eran ancianos cuando les fue confiada la tarea de dar al mundo, conservar y educar a la Santa Madre de Dios.

En la Sagrada Escritura, la vejez es circundada de veneración (cf. 2 Mac 6, 23). El justo no pide para ser privado de la vejez y de su peso; al contrario, él reza así: «Vosotros sois mi esperanza, mi confianza, Señor, desde mi juventud… Ahora, en la vejez y la decrepitud, no me abandonéis, oh Dios, para que yo narre a las generaciones la fuerza de vuestro brazo, vuestro poder a todos los que han de venir» (Sl 71 [70], 5-18).

Con su propia presencia, la persona anciana recuerda a todos, y de manera especial a los jóvenes, que la vida en la tierra es una «curva», con un inicio y con un fin: para experimentar su plenitud, ella exige la referencia a valores no efímeros ni superficiales, sino sólidos y profundos.

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Infelizmente, un elevado número de jóvenes de nuestro tiempo está orientado para una concepción de la vida en que los valores éticos se tornan cada vez más superficiales, dominados como son por un hedonismo imperante. Lo que más preocupa es el hecho de que las familias se desagregan en la medida en que los esposos alcanzan la edad madura, cuando tendrían mayor necesidad de amor, de asistencia y de comprensión recíproca.

Los ancianos que recibieron una educación moral sana deberían demostrar, mediante su vida y el propio comportamiento en el trabajo, la belleza de una sólida vida moral. Deberían manifestar a los jóvenes la profunda fuerza de la fe, que nos fue transmitida por nuestros mártires, y la belleza de la fidelidad a las leyes divinas de la moral conyugal.

Hace tiempos se dirigió a mí un grupo de católicos japoneses, deseosos de constituir una Piadosa Asociación, inspirada en Joaquín y Ana, que reúne parejas de la llamada «tercera edad», dedicadas precisamente a la promoción de los ideales de vida que acabé de exponer.

Para terminar, deseo proponer a todos vosotros aquí presentes, la oración que ellos recitan diariamente:

Oh San Joaquín y Santa Ana,
protege nuestras familias
desde el inicio promisor
hasta la edad madura
repleta de los sufrimientos de la vida
y ampáralas en la fidelidad
a las promesas solemnes.

Acompañad a los ancianos
que se aproximan
al encuentro con Dios.

¡Suavizad el pasaje
suplicando para aquella hora
la presencia materna
de vuestra Hija dichosa
la Virgen María
y de su Hijo divino, Jesús!
Amén.

(Homilía del Cardenal Tarcisio Bertone en la Fiesta Litúrgica de los Santos Padres de Nuestra Señora – Parroquia de Santa Ana en el Vaticano – 26 de julio de 2007)

 

 

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