jueves, 18 de abril de 2024
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Pobres: “la verdadera riqueza de la Iglesia”, recuerda el Papa en la Casa Santa Marta

Ciudad del Vaticano (Miércoles, 16-12-2015, Gaudium Press) Durante la homilía de la misa celebrada ayer en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco afirmó que la pobreza es la primera de las bienaventuranzas.

Francisco se valió de las lecturas del día para advertir en cuanto a las tentaciones que hoy pueden corromper el testimonio de la Iglesia:
de la primera Lectura, -un trecho del Libro de Sofonías- donde están descritas las consecuencias de un pueblo que se torna impuro y rebelde por no oír al Señor; del Evangelio, donde Jesús reprueba con firmeza a los jefes de los sacerdotes y dice a ellos que aún las prostitutas los precederán en el Reino de los Cielos.

Iglesia fiel al Señor

El Papa pregunta: ¿»como debe ser una Iglesia fiel al Señor?». Para él, una Iglesia que se entrega a Dios debe «tener tres características»: humildad, pobreza y confianza en el Señor:

«Una Iglesia humilde, que no se vanaglorie de los poderes, de las grandezas. Humildad no significa una persona abatida, débil, con los ojos sin expresión… No, eso no es humildad, eso es teatro! Es una humildad fingida. La humildad tiene un primer paso: ‘Yo soy pecador’. «

Una gracia a pedir

Debemos pedir «esta gracia, que la Iglesia sea humilde, que yo sea humilde, cada uno de nosotros» sea humilde, dijo Francisco
El segundo paso es la pobreza, que -para el Pontífice- «es la primera de las bienaventuranzas».

Pobre en el espíritu quiere decir ser apegado solamente a las riquezas de Dios, explicó el Papa. No, por lo tanto, a una «Iglesia que vive apegada al dinero, que piensa solamente en el dinero, que piensa solamente en cómo ganar dinero».

«Nuestro diácono, el diácono de esta diócesis, Lorenzo, cuando el emperador – él era el economista de la diócesis – le dijo que llevase las riquezas de la diócesis y, así, pagar algo y no ser asesinado, el vuelve con los pobres. Los pobres son la riqueza de la Iglesia. (…) La pobreza es este desapego para servir a los necesitados, para servir a los otros».

Hagámonos a nosotros mismos una pregunta, recomendó el Papa: si somos «una Iglesia, un pueblo humilde, pobre. ¿‘Yo soy o no soy pobre?'».

Confianza

La Iglesia debe confiar en el nombre del Señor: este es el tercer punto a ser reflexionado.

«¿Donde está mi confianza? ¿En el poder, en los amigos, en el dinero? ¡En el Señor! Esta es la herencia que nos promete el Señor: ‘Pero dejaré en el medio de ti un pueblo humilde y pobre, y ellos confiarán en el nombre del Señor’. Humilde porque se siente pecador; pobre porque su corazón es apegado a las riquezas de Dios y si las tiene, es para ser administradas; confiando en el Señor porque sabe que solamente el Señor puede garantizar que algo lo haga bien. Y realmente esos jefes de los sacerdotes a los cuales Jesús se dirigía no entendían esas cosas y Jesús tuvo que decir a ellos que una prostituta entrará antes de ellos en el Reino de los Cielos».

Así concluyó Francisco su homilía: «En esta espera del Señor, de Navidad, pidamos (a Él) que nos dé un corazón humilde, nos dé un corazón pobre y, sobre todo, un corazón confiado en el Señor porque el Señor jamás decepciona». (JSG)

 

 

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