jueves, 18 de abril de 2024
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Noche de paz, noche de amor

Redacción  (Martes, 22-12-2015, Gaudium Press) Hubo un compositor y hubo un poeta. El uno era organista; el otro modesto vicario de una iglesia. No eran grandes autores, ni sus nombres habían sido cercados por la fama. Dios Nuestro Señor, quien se complace en realizar grandes prodigios por medio de instrumentos humildes, inspiró en el alma de dos sencillos varones de la Europa del S. XIX, el villancico que, se podría decir, la humanidad tenía deseos de cantar.

1.jpgStille Nacht, Heilige Nacht. Noche silenciosa, Noche de paz, Noche de amor. Canto elevadísimo, sublime, casi perfecto, y al mismo tiempo popular, cercano a todas las edades, a todas las condiciones, a todos los pueblos. Un dichoso día el mundo lo escuchó maravillado, y sus notas se esparcieron por todos los rincones de la tierra, caracterizándolo como la canción de navidad por excelencia.

«Noche de paz…» Venía al mundo el Rey Pacífico, y su llegada era anunciada por voces angélicas, que proclamaban que Él era la fuente de la Paz, y que Él la concedería a todos los hombres de buena voluntad…

«Todo duerme en derredor…» La letra habla, pero la música del Stille Nacht acompaña armoniosamente las palabras y, expresa, hasta más que ellas, la magnitud de lo que está ocurriendo. Aquel que es infinitamente mayor, se hace el menor. ¡Quien creó el sol y el universo entero, quien rige la tierra y preside la historia de los pueblos, se hace Niño en Belén para salvar al Hombre! ¡Oh sublime «contradicción»! Allí, en la gruta, el fiel se postra maravillado ante la rutilante grandeza que se hace pequeña, ante la infinita fuerza que se hace ternura.

«Sólo velan María y José…». Una feliz amalgama de respeto sacral, compasión y admiración inspira de principio a fin el Stille Nacht. A veces, cuando lo oímos cantar, sus melodiosos acentos nos invitan a adentrarnos en ese cofre sagrado de la Santísima Virgen, que es su Sapiencial e Inmaculado Corazón. Y en esos momentos, al conocer los sublimes sentimientos que allí habitan, desde lo más íntimo de nuestro ser tal vez surja una súplica filial: «Madre de Dios y Madre mía, Vos, que en el auge de vuestra existencia, entre pajas y animales, contemplabais extasiada el divino fruto de tus purísimas entrañas, dadme esos mismos sentimientos de veneración, amor y ternura que os acompañaron en esos instantes. Que la sobrenatural atmósfera de la Gruta de Belén invada mi alma, mi vida entera, y todo lo que me rodea, y que junto con Vos, Vuestro Divino Hijo y San José, permanezca siempre; hasta el venturoso día en que pueda contemplar el rostro del Divino Infante y vivir con Vos y vuestra familia por toda la eternidad.»

A todos nuestros lectores les deseamos una feliz navidad.

 

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