jueves, 28 de marzo de 2024
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En Nursia, cuna del ‘fundador de Europa’, San Benito, florece un monasterio con monjes americanos

Nursia (Martes, 26-07-2016, Gaudium Press) Nursia es un lugar trascendental, pues allí nació el ‘fundador de Europa’, San Benito. En el exacto lugar de nacimiento del Santo, y de su hermana Santa Escolástica, se erige una iglesia y un monasterio, cuya historia no ha sido pacífica. San Benito nació, junto a su hermana Santa Escolástica -pues eran gemelos- en el año 480. Desde el S, VI en ese sitio se erigía un oratorio para venerar su memoria. 

Ya en el S. XIII se construyó la iglesia, y allí se configuró un monasterio, que en 1810 fue suprimido por el no de feliz memoria Napoleón. Pero hoy los benedictinos ofrecen al mundo el testimonio de una comunidad joven, de 16 consagrados, entre profesos, novicios y postulantes. Hé aquí la historia, tal como la refiere el periodista Rodolfo Casadei:

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Monjes de combate

por Rodolfo Casadei

El canto gregoriano cantado por una docena de monjes de unos treinta años de edad es agua de manantial fresca y vital, solemnidad que nunca es ostentosa, armonía que resuelve un combate del alma intenso y prolongado. Porque los años de la juventud son, cronológicamente, los segundos tras los años de la infancia.

Esta experiencia está a disposición de todos los que atraviesan el umbral de la basílica de San Benito de Nursia para participar en la misa conventual que la comunidad benedictina celebra, en la forma extraordinaria, cada mañana a las 10. Para que nos entendamos: la Misa tridentina, que el Summorum Pontificum de Benedicto XVI ha devuelto a la actualidad y que los monjes celebran públicamente porque, dicen a Tempi, «esta forma es más adecuada para el estilo contemplativo de nuestra oración. No la conservamos como una pieza de museo, sino como una tradición viva. Es necesario que haya lugares como el nuestro en el que este patrimonio se viva y se transmita».

No faltan los herederos interesados en recibir este legado. En un normal día laboral como puede ser el primer viernes de julio, unos cincuenta fieles se distribuyen entre los bancos de la iglesia. Gente de todas las edades. Un joven de los primeros bancos lleva puestos unos pantalones de chandal y una camiseta deportiva amarilla con logos publicitarios. Acompaña perfectamente la gestualidad de los celebrantes, le son perfectamente familiares los momentos en los que hay que arrodillarse o estar de pie. Una madre amamanta a su hijo, ocultando púdicamente el pecho con un paño. Algunas mujeres llevan la cabeza cubierta, otras no. Se recibe la Eucaristía arrodillados en el reclinatorio, directamente en la boca.

Hogar natal de dos santos: San Benito y Santa Escolástica

La iglesia y su monasterio surgen exactamente en el lugar donde nacieron, en el año 480, Benito y su hermana Escolástica, gemelos, hijos del gobernador romano de la zona. En el siglo VI, cuando los dos hermanos ya habían dejado su impronta en el monaquismo occidental, se erigió aquí un oratorio para venerarlos.

Después, en el siglo XIII, se construyó la iglesia, que engloba la parte del edificio que coincide con la estancia donde vinieron al mundo Benito y Escolástica. También se remonta a esa época un monasterio benedictino masculino que fue suprimido, como todos las órdenes contemplativas de entonces, en 1810 por Napoleón.

Durante casi dos siglos el convento permaneció vacío; la presencia religiosa era esporádica y los locales fueron transformados en oficinas y archivos de la diócesis.

La renovación llegó de EEUU

Finalmente, en el año 2000, las continuas peticiones del obispo de tener una comunidad monástica benedictina fueron escuchadas: el padre Cassian Folsom, un benedictino americano de Indiana, llegó a Nursia junto con otros dos monjes estadounidenses como él.

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En principio debía dar vida a un nuevo monasterio en Roma. Pero la Providencia dispuso que todo fuera de otra manera; y tras dos años romanos llenos de turbulencias, Nursia volvió a recibir a sus monjes. Al inicio podía parecer una especie de arreglo: apenas tres monjes para un monasterio no afiliado a ninguna de las veinte congregaciones existentes. Pero la planta ha crecido y florecido con rapidez. Hoy, en el convento viven dieciséis consagrados entre profesos, novicios y postulantes. El más anciano es el prior, padre Folsom, que tiene 61 años, seguido por un monje que ronda los 50 años y dos que rondan los 40; pero el vice-prior, padre Benedetto Nivakoff, tiene 37 años y otros otros son hombres jóvenes con edades comprendidas entre los 25 y los 30 años de edad. La edad media es de 34 años: de los monasterios benedictinos de estas dimensiones numéricas, el de Nursia es, probablemente, el más joven de todo el hemisferio boreal.

Los benedictinos de la rama masculina son, en todo el mundo, poco más de siete mil, en descenso numérico y en aumento de edad respecto a tiempos recientes: en 1990 aún eran 9.100. Pero aquí las cosas van exactamente al contrario: año tras año los monjes aumentan de número y su edad disminuye. La mayoría de ellos son americanos, porque americano es el fundador, pero hay también dos indonesios, un brasileño, un alemán y un canadiense.

Vocaciones y evangelización, por Internet

«Un monasterio internacionalizado como éste no podría existir sin las modernas tecnologías de comunicación», admite el padre Cassian.

«Las personas nos descubren a través de nuestra página de internet, se ponen en contacto con nosotros y algunos vienen para un periodo de prueba. Algunos vuelven a su país, otros se quedan».

Don Ignazio, el responsable de la hospedería, viene de Indonesia, de la isla de Java, y es uno de los que descubrió Nursia a través de internet: «Mi madre me decía: «¿Por qué tienes que ir a Italia? Si quieres ser monje puedes serlo aquí». «Mi vocación no está aquí», le respondí. «La oración y el ayuno según la regla de San Benito están allí y es lo que yo deseo»».

En Nursia, desde mediados de septiembre hasta el día de Pascua se come una sola vez al día; luego, hasta el final del verano las comidas son dos, menos el miércoles y el viernes, días de ayuno (una sola comida). Se desayuna todos los días, el régimen alimentario es vegetariano.

El padre Martino tiene 32 años y viene de Texas, donde fue vice-párroco durante dos años antes de hacerse monje. «Me decían: «¿Por qué quieres malgastar tu vida así? ¿Qué puedes hacer por la Iglesia si te encierras en un monasterio?». En cambio, la verdad es que como monje sirvo a la Iglesia con más fuerza. Esta obediencia a Dios es más radical de la que vivía como sacerdote diocesano. Para nosotros vale lo que valía para Santa Teresa de Lisieux: se convirtió en patrona de las misiones sin salir nunca del convento porque la Gracia no permanece encerrada dentro de los muros del monasterio».

San Benito no dijo «ora et labora»

San Benito es patrono de Europa desde 1964 por decisión de Pablo VI y el 11 de julio se celebra su fiesta como tal. En este dramático momento de la historia del continente puede ser sabio buscar consejo en sus hijos espirituales.

¿Desde dónde puede volver a empezar Europa? ¿Desde el «ora et labora» de Benito? «No, ciertamente no, sería reducirlo mucho», sonríe el padre Cassian. «También porque San Benito nunca pronunció esas palabras».

Sorprendido, abro los ojos de par en par: «ora et labora», ¿no es el lema de los benedictinos? «Es un lema de finales del siglo XIX, acuñado en la archiabadía alemana de Beuron, en el valle alto del Danubio, fundada pocos años antes. El carisma benedictino es mucho más rico: además de la oración y el trabajo manual está la vida comunitaria, la hospedería para los visitantes, la orientación espiritual para las personas que lo pidan, la experiencia del silencio y la soledad».

Silencio estricto y lecturas en la comida

Silencio y soledad. Silencio nocturno desde el final de las completas, a las 20.30, hasta los maitines a las 4. Y silencio diurno, interrumpido sólo por la oración en los tiempos prescritos. También en el trabajo – el monasterio tiene una fábrica de cerveza, una tienda, una biblioteca y está creando una empresa agrícola- vige la regla del silencio: normalmente la comunicación se hace mediante gestos y signos acordados.

Durante la comida, en el refectorio, un lector lee pasajes de las Sagradas Escrituras mientras el resto, incluidos los huéspedes -siempre hay-, comen y son servidos en silencio. «El silencio y la soledad son necesarios para aprender a habitar en sí mismo. Si primero no aprendo a habitar en mí mismo, si estoy confundido y enfermo interiormente, no puedo relacionarme con los demás. El silencio sana».

Para la charla cordial entre monjes se reserva sólo media hora al día de «recreo».

Pero la verdadera alternativa al silencio es el canto: los ocho momentos del Oficio Divino (maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas), más la misa, son cantados. La única oración no cantada es la lectio divina que el monje recita en su celda. En total, las horas de oración al día son 4-5, casi todas cantadas. «Quien ama canta», explica el padre Cassian. «Es la manifestación de nuestro afecto por el Señor. Y de una manera ardua, porque el repertorio requiere dos o tres años de aprendizaje».

La paradoja del monje: retirarse para poder ayudar

Silencio, oración, soledad, trabajo, ayuno, canto. Todos los momentos de oración son públicos dentro de la basílica y quien les escucha cantar se maravilla por la paz que emana de estos jóvenes cantores.

Y, sin embargo, la vida del monje es una vida de combate. «Combatimos contra nosotros mismos, contra el hombre viejo. Combatimos contra los vicios, que son ocho: la gula, la lujuria, la avaricia, la ira, la tristeza, la acidia, la envidia y la superbia. Quienes no entienden el carisma monástico nos acusan de ser unos egoístas que se separan del mundo para encontrar el propio equilibrio psicológico en la soledad. Para el monje es necesario retirarse del mundo, pero el mundo le sigue y llama a su puerta. Nos asedian las peticiones de ayuda, de asistencia y de guía espiritual superiores a nuestras fuerzas. Pero las personas nos agradecen lo que les damos. La paradoja de la vida monástica es esta: que precisamente el hecho de estar separados del mundo hace posible amar al mundo de un modo justo, dando una contribución que responde a la necesidad de quien vive en el mundo. Hoy, nosotros conseguimos hacer el bien a las personas de un modo que no hubiéramos conseguido de habernos quedado en el mundo».

Permanece en el aire la cuestión de Europa. «Cuando los políticos europeos hablan de San Benito, hablan de él como patrimonio cultural, como legado medieval. Pero la contribución del santo y de lo que de él nació es otra: es la conversión, es «nihil amori Christi praeponere», no anteponer nada al amor de Cristo. Benito es cristocéntrico: para él lo más importante es colocar la propia vida en Dios, poner a Dios en el primer lugar. Esto, Europa, no quiere ni oírlo. Europa está llamada a la fe y a la conversión, pero no está interesada en ello. Esta es la causa de su disgregación. La economía no basta para determinar una integración. Carlomagno utilizó políticamente la fe común y la liturgia común de la red de los monasterios de la Europa de su tiempo para dar unidad a su imperio. La unión política y la unión económica vienen después de la unidad en la fe».

Para oír estas palabras era necesario encontrar a un prior americano de un monasterio cuyos monjes, en su mayoría, son estadounidenses, fundado en el lugar donde nació San Benito, patrón de Europa. Pero esta gente no es gente que sólo hable. Es gente de cuyo estilo de vida hay que tomar ejemplo en vista del desigual combate que nos espera. Porque, como dice el Evangelio, «esta especie solo puede salir con oración» (Mc 9, 29).

Con información de ReligionenLibertad

Artículo original publicado en Tempi.it

 

 

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