viernes, 29 de marzo de 2024
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Los ángeles en la vida de San Pío de Pietrelcina

Redacción (Jueves, 28-07-2016, Gaudium Press) Nuestros ángeles custodios están al lado de cada uno de nosotros, incansables, solícitos, bondadosos, listos para ayudarnos en todo lo que necesitemos, ya sean necesidades materiales o espirituales.

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San Pío de Pietrelcina tres años
antes de su muerte

Cercano a nosotros, encontramos a San Pío de Pietrelcina (1887-1968), dotado de muchos dones místicos, incluso el de los estigmas, es decir, las llagas de la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo, y gran impulsor de la devoción a los ángeles de la guarda. En varias ocasiones recibió recados de los ángeles de la guarda de personas que, en la distancia, necesitaban de su ayuda.

Un hombre llamado Franco Rissone, conocedor del constante empeño de San Pío para que hubiera mayor devoción a los celestiales custodios, todas las noches, del hotel donde estaba hospedado, enviaba a su ángel de la guarda al padre Pío para que le transmitiera los mensajes deseados. Rissone dudaba que el santo oyera sus recados. Un día, mientras se confesaba con San Pío le preguntó: «¿Reverendo, usted escucha realmente lo que le digo a través de mi ángel de la guarda?». Y el religioso le responde: «¿Crees tal vez que estoy sordo?».

Las incertidumbres de muchos en relación con la convivencia de San Pío de Pietrelcina con los santos ángeles, a pesar de que no indicaban confianza, servían, no obstante, para destacar aún más esa familiaridad suya con los ángeles.

Una mujer, de nombre Franca Dolce, decidió preguntarle lo siguiente: «Padre, una de estas noches mandé a mi ángel de la guarda que tratara con usted unos asuntos delicados. ¿Le llegó o no le llegó?». El confesor le contestó: «¿Acaso piensas que tu ángel de la guarda es tan desobediente como tú?». La mujer, queriendo saber más, añadió: «Bien, le ha llegado; ¿y qué le dijo?». San Pío le argumentó: «¡Anda!, me dijo lo que tú le dijiste que me dijera». No contenta con la respuesta, la mujer volvió a preguntarle: «¿Pero qué era?». Y él le respondió: «Me dijo…», y entonces repitió exactamente palabra por palabra lo que la mujer le había dicho al santo ángel, para sorpresa de ella misma.

Todavía más elocuente es el episodio que le pasó a una mujer, llamada Banetti, campesina residente a unos kilómetros de Turín, en Italia. El 20 de septiembre, fecha en que se conmemoraba la recepción de los estigmas del padre Pío, era costumbre que las personas más devotas del santo confesor le enviaran cartas de las más variadas partes de Italia e incluso de otros países.

Banetti no encontró a nadie que fuera a la ciudad para poner su carta en el correo. Se encontraba afligida por no poder enviar sus saludos a San Pío. Pero se acordó de la recomendación que le había hecho el santo la última vez que había estado con él: «Cuando sea necesario, mándame a tu ángel de la guarda». En ese mismo instante dirigió una oración a su celestial guardián: «Oh mi buen ángel, lleva tú mismo mis saludos al sacerdote, porque no tengo otra forma de mandarlos». Unos días después, Banetti recibe una carta que venía de San Giovanni Rotondo, lugar donde vivía San Pío, enviada por Rosine Placentino, con las siguientes palabras: «El padre me pide que le agradezca en su nombre los votos espirituales que le enviaste».

 

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