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La Virgen, pináculo del orden del universo

Redaccion (Martes, 13-09-2016, Gaudium Press) «El alma de María fue la más bella que Dios creó, de tal manera que, después de la encarnación del Verbo, ésta fue la obra mayor y más digna que el Omnipotente llevó a cabo en este mundo» (1), afirma San Alfonso María de Ligorio. Y si hablamos de la gracia en María Santísima, pues digamos con San Pedro Damián que «la Virgen singular supera a una y otra naturaleza (angélica y humana), por la inmensidad de su gracia y el resplandor de sus virtudes». (2) Dice el docto P. Jourdain: «[Así], la Luz Divina, la Luz eterna, produjo una luz creada, destinada a iluminar a todas las demás obras de las manos de Dios».

Esta última afirmación del P. Jourdain nos permite introducirnos en el tema que deseamos tratar. Afirmaba Plinio Corrêa de Oliveira que María Santísima era la cúpula que coronaba el orden del universo y establecía el puente del orden creado con la divinidad, y por tanto con la Trinidad. Con el matiz de que ella era la reina y cúpula no solo del universo creado, sino del universo por existir e incluso del universo perfectísimo posible, de un universo arquetípico.

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Es decir, en Ella se reflejan y alcanzan su culmen meramente creado todas las perfecciones que Dios creó y que puede crear.

En una ocasión aún siendo niño, y ya después de haber adquirido la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, el Dr. Plinio se encontró en una gran dificultad. Pero estando delante de una imagen de la Virgen Auxiliadora, afligido, sintió de forma mística su gigantesca misericordia, sus gigantescos dones, y de qué manera Ella lo miraba con suma bondad, y lo iba a auxiliar.

Miremos cómo el Dr. Plinio peregrinó en el alma de la Virgen por esos momentos: «Ella es pura, de un grado de pureza que no se puede ni pensar, (…) hecha no solo de la ausencia de cualquier inclinación hacia el mal, sino del borbotón de un alma vuelta directa y exclusivamente hacia Dios. (…) Esa pureza trae consigo la idea de la fortaleza, al menos para mí. (…) A lo que Ella, en su pureza, decidió, el resto del mundo se incline y está liquidada la cuestión; el universo entero no es nada ante su fuerza de voluntad. Es un ímpetu, una decisión, una resolución, una imposibilidad de resistencia de quien quiera que sea, de lo que quiera que sea, una soberanía, un dominio… (…) Por su vez, esa misericordia, esa pureza y esa fortaleza traen para mí la noción de sabiduría, Ella conoce las inter-relaciones entre todo con un orden tan superior, que penetra hasta las entrañas de los seres, ve cómo ellos son y cómo es el orden de Dios en el universo. (…) Ella tiene una sabiduría lúcida, diamantina, dispositiva de todas las cosas, sin ninguna duda (…). Esas son las virtudes que más me llaman la atención». (3)

Dr. Plinio habla arriba de cómo él percibió el don de sabiduría en la Virgen y su penetración en el orden del universo. Recordemos que el don de sabiduría «es un hábito sobrenatural inseparable de la caridad, por el cual el alma juzga rectamente de Dios y de las cosas divinas por sus últimas y altísimas causas bajo el instinto especial del Espíritu Santo, que se las hace saborear por cierta connaturalidad y simpatía». (4)

Las cosas divinas de las que juzga rectamente el don de sabiduría es todo el universo, pues él le pertenece a Dios. Vemos entonces que la Virgen veía toda la creación, hasta sus ‘entrañas’, y entendía a qué correspondía cada ser en la arquitectonía del plan divino.

Pero al ser Ella la obra prima de Dios, a su vez refleja en sí todas las perfecciones de todos los seres. Ella, resumiendo en sí altísimamente la perfección de toda la creación, como que la ofrece de forma aún más cristalina en homenaje a Dios, por el solo hecho de existir en suma fidelidad. Ella es ejemplar para todos los seres, y por tanto para todos los hombres.

Quien ve así a la Virgen, como el auge meramente creado de la sabiduría y de todas las perfecciones, y así la ama, puede ser transformado en ella, según relata Mons. João Scognamiglio Clá Dias que ocurrió con el Dr. Plinio: «Al ser tocado por esa gracia de misericordia, de pureza, de fortaleza y de sabiduría, se dio también algún fenómeno místico análogo a la troca de corazones, todo relacionado con la voluntad, por el cual él parece haberse entregado a María Santísima. Y amándola de esa forma, su alma mudó, tornándose semejante a Ella. Plinio sintió la alegría de asumir para sí la voluntad de Nuestra Señora; la Madre de Dios, incluso, se habría apropiado de la voluntad del niño que a Ella recurría, para realizar sus grandes designios al respecto de él y de su misión futura».

Pidamos a María medianera universal de todas las gracias, el tener ese tipo de unión con Ella.

Por Saúl Castiblanco

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(1) SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Las glorias de María, II, 2.-

(2) San Pedro Damián, Serm. 40,In Assumpta B.M.Virg.apud Alastruey.

(3) Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. O Dom de Sabedoria na Mente, Vida e Obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Vol I – Inocência, o Início da Sabedoria. Libreria Editrice Vaticana – Instituto Lumen Sapientiae. São Paulo. 2016. p. 346

(4) Royo Marín, A. La Virgen María. BAC. Madrid. 1968. p. 325

(5) Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. Op. cit. p. 346.

 

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