viernes, 19 de abril de 2024
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Versalles, una pequeña decepción, y una gran alegría, con Louise de Francia

Redacción (Viernes, 23-09-2016, Gaudium Press) Habíamos conocido Versalles en el año 2001 y la impresión fue impactante, e imborrable: No pudimos entrar al Palacio pues justo era el día en el que el interior de la gran edificación descansaba de la continua afluencia de turistas. Pero tal vez fue ese feliz acaso el que nos permitió recorrer los jardines, gigantescos, maravillosos, con la visión del Gran Canal, del Grand Trianon de piedras color rosa y columnas de mármol rosa y el Petit Trianon, concluido por Luis XVI para la delicada María Antonieta.

Esos bellos recuerdos nos incentivaron y condujeron nuevamente al Versalles mítico meses atrás, con la certeza de esta vez conocer su interior.

Lamentablemente, en los salones de Versalles, la gran cantidad de personas impidieron que una adecuada contemplación se realizara. Pero no solo ello, también hubo una sensación de fatuidad de la requintada decoración, que hablaba sí de grandeza humana, pero no de grandeza divina. Definitivamente en Versalles habitaban grandes hombres, fue inspirado por grandes hombres, pero esos hombres no parecía que se reportasen mucho al Creador; ellos no traspasaban los límites de una gran naturaleza que no llegaba al Reino de la Eternidad, infinitamente más grande que el universo material entero. Bien es cierto entretanto, que el Salón de los Espejos no nos decepcionó, realmente era impresionante en sus lustres, en sus ventanales, en sus espejos y parquet, teniendo entretanto, en grado menor, esa nota de naturalismo fatuo, vano, que habíamos sentido en toda la estancia.

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Sin embargo cuando descendimos a los aposentos de ‘Mesdames’ de Francia, las hijas de Luis XV, sus cuadros nos ofrecieron el aroma del requinte, de la inocencia, la candura y la altísima categoría. Fue un alivio, después de tanta grandeza…

No sabíamos que allí se encontraba el famoso óleo de Nattier retratando a la angelical Louise de Francia a sus once años de edad, cuadro que desde años atrás pertenecía a nuestro depósito de recuerdos míticos, incluso sin conocer aún la sublime historia de esta niña, historia que después vino a alegrarnos la existencia. Se abrieron en Versalles las puertas de un cielo hasta ese momento cerrado para mí.

Está vestida Luisa con lo que sería un traje rutinario de su semana, sin especial boato para los cánones de la nobleza de entonces. Sostiene con natural e infinita elegancia en su mano izquierda una única flor engastada en su tallo, que podría haber sido tomada del silvestre bouquet de su canasta, fruto de la recolección de un tranquilo paseo para tomar un sol no canicular. Es claro, el punto monárquico del cuadro es el augusto rostro de la pequeña Luisa de Francia.

Ella tiene once años pero su madurez es de alguien mayor, por lo menos para nuestros ‘espontáneos’ días. Ella es niña pero su reflexión, la agudeza de su percepción, la luminosidad de su frente revelan a alguien muy superior. Por una parte.

Por otra está ella en calma, es serena, es bondadosa. Está posando para el feliz pintor, pero su atención no se circunscribe a la apariencia que quiere dar, ella no se mancha de egoismo, ella sigue contemplando todo lo que ocurre su alrededor, con bonhomía, sin agitación. Louise no se agota en el cuadro que está siendo elaborado, su campo de observación y reflexión es total. Ella es suma ternura, pero es también firme. Su inocencia ya ha librado algunas batallas y está dispuesta a sostenerse en su castillo con solidez, como la de las murallas de Carcassone. Hablar de la belleza de su rostro es rastrillar sobre lo rutilantemente evidente… Es una belleza casta, de alguien que vive en lo que Plinio Corrêa de Oliveira llamaba la ‘transesfera’, es decir, un mundo maravilloso a medio camino entre el cielo y la tierra. (1)

Gratísima fue la alegría cuando descubrimos un día que esa personita celestial a los 23 años entró al Carmelo de Saint-Denis con la firme intención de rescatar el alma de su padre y expiar por sus pecados. El Carmelo de Saint-Denis, escogido por ella por ser el más pobre y tal vez el de vida más austera de toda Francia… Allí fue Maestra de Novicias, Ecónoma y varias veces Superiora. Muere Luisa (en religión Teresa de San Agustín) en 1787, poco antes de la Revolución, con una frase que manifiesta su alta virtud: «¡Al paraíso! ¡Rápido! ¡A todo galope!». Su proceso de beatificación está en buen curso.

Es una princesa, una santa y religiosa princesa (sin adelantarnos al juicio de la Iglesia). Ella es maravillosa como debe ser una auténtica princesa, y maravillosa como son los santos de la Iglesia. El Carmelo de Luisa, a pesar de austero, era maravilloso, porque la maravilla vivía en su alma. Hoy ella vive en la maravilla celestial.

Por Saúl Castiblanco

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(1) Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. O Dom de Sabedoria na Mente, Vida e Obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Vol I – Inocência, o Início da Sabedoria. Libreria Editrice Vaticana – Instituto Lumen Sapientiae. São Paulo. 2016. p. 55

 

 

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