viernes, 19 de abril de 2024
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Una sola y misma Iglesia

Redacción (Jueves, 03-11-2016, Gaudium Press) Las dos Fiestas del calendario litúrgico católico, «Todos los Santos», en el día primero de noviembre y «Finados», el día 2 de noviembre, nos dan la oportunidad de publicar un texto del renombrado Padre Rohrbacher que engloba las dos conmemoraciones:

La caridad, más fuerte que la muerte, las unió del cielo a la tierra, y de la tierra al purgatorio, y es por el mismo sacrificio que nosotros agradecemos a Dios, la gloria con la cual colma los santos del cielo, e imploramos la misericordia para los santos del purgatorio, santos todavía no perfectos.

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La Iglesia triunfante del cielo, la Iglesia militante de la tierra y la Iglesia sufridora del purgatorio, paciente, nada más son que una sola y misma Iglesia; que la caridad, más fuerte que la muerte las unió del cielo a la tierra, y de la tierra al purgatorio. Son como tres partes de una sola y misma procesión de santos, procesión que avanza de la tierra al cielo.

Las almas del purgatorio participarán de aquella procesión un día. Sí, porque aún no tienen, bien blancas, las vestimentas de fiesta, la ropa nupcial aún guarda manchas, aquellas manchas que solamente el sufrimiento limpia.

Entonces, como los contemporáneos de Noé, aquellos que no hicieron penitencia sino en el momento del diluvio fueron encerrados en prisiones subterráneas, hasta que Jesucristo les apareciese, anunciándoles la liberación, cuando bajó a ‘los infiernos’.

Como los fieles de la Iglesia triunfante, los fieles de la Iglesia militante y los fieles de la Iglesia sufridora y paciente, son miembros de un mismo cuerpo – que es Jesucristo – y tanto unos como otros participan, se interesan, se compadecen de la gloria, los peligros, los sufrimientos de unos y de otros, tal cual los miembros del cuerpo humano. Veamos un ejemplo: el pie está en peligro de salud o sufre dolores: todos los miembros del cuerpo yacen en conmoción. Los ojos lo miran, las manos lo protegen, la voz llama por socorro, para alejar el mal o el peligro. Una vez alejado el mal, se regocijan todos los miembros. Es lo que sucede con el cuerpo vivo de la Iglesia universal. Y vemos los héroes de la Iglesia militante, los ilustres Macabeos, asistidos por los ángeles y santos de Dios, especialmente por el gran sacerdote Onías y por el profeta Jeremías, rogar y ofrecer sacrificios por esos hermanos que estaban muertos por la causa de Dios, pero culpados de esta o aquella falta. Al día siguiente, después de una victoria, Judas Macabeo y los suyos surgieron para retirar los muertos y depositarlos en el sepulcro de los antepasados y encontraron sobre las túnicas de los que estaban muertos cosas que habían sido consagradas a los ídolos de Jamnia, que la ley prohibía a los judíos tocar. Fue, pues, manifiesto a todos que era por eso que habían sido muertos. Y todos alabaron el justo juzgamiento del Eterno, que descubre lo que está escondido, y le suplicaron que fuese olvidado el pecado cometido.

Judas exhortó al pueblo a que se preservase del pecado, teniendo delante de los ojos lo que viniera por el pecado de los que habían sucumbido. Y, después de haber hecho una colecta, envió a Jerusalén dos mil dracmas de plata, para que fuese ofrecido un sacrificio por el pecado de los muertos, actuando muy bien, pensando que estaba en la resurrección. Porque si no tuviese esperanza de que los que venían de sucumbir resucitasen un día, sería superfluo y tonto rogar por los muertos.

Judas, sin embargo, consideraba que una gran misericordia estaba reservada a los que están adormecidos en la piedad. ¡Santo y piadoso pensamiento! Fue por eso que ofreció un sacrificio de expiación por los difuntos, para que fuesen libres de los pecados. Tales son las palabras y reflexiones de la Escritura santa, según el texto griego, y las mismas, más o menos, en latino.

Nuestro Señor mismo advierte, bastante claramente, que hay un purgatorio, cuando nos recomienda en San Mateo y San Lucas: «Conciliaos con vuestros enemigos (la ley de Dios y la consciencia) mientras estáis en camino para ir al príncipe, no sea que este enemigo os entregue al juez, el juez al ejecutor, y que seáis metido en una prisión. En verdad os digo, de ella no saldréis, mientras no pagares el último óbolo.»

Según esas palabras, está bien claro que hay una prisión de Dios, donde se es arrojado por deudas con su justicia, y donde no se sale – sino cuando todo esté pago.

Nuestro Señor, en San Mateo, nos dijo además: «Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, sin embargo, la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada, ni en este siglo ni en el futuro». Donde se ve que los otros pecados pueden ser perdonados en este siglo y en el futuro, como el libro de los Macabeos dice expresamente de los pecados de aquellos que estaban muertos por la causa de Dios.

Del mismo modo, en el sacrificio de la misa, la santa Iglesia de Dios recuerda a los santos que con Él reinan en el cielo, a fin de agradecerles por la gloria y recomendarnos su intercesión. Del otro lado, suplica a Dios que se acuerde de los servidores y servidoras que nos precedieron en el otro mundo con el sello de la fe, dignándose concederles la estadía en el reino de la luz y la paz.

La creencia del purgatorio y la oración por los muertos se encuentran en todos los doctores de la Iglesia, así como en las actas de los mártires, notablemente en los actas de San Perpetuo, escritos por él mismo.

Todos los santos rogaron por los muertos. San Odilón, abad de Cluny, en el siglo XI, tenía un celo particular por lo que decía respecto al alivio de las almas del purgatorio. Fue movido por la compasión, pensando en el sufrimiento de las almas del purgatorio que, adelantándose a la Iglesia, ordenó se rogase por las almas, habiendo destinado para eso un día especial. (…)

En cuanto al purgatorio, nada de cierto se sabe. Es sin embargo, lo que se lee en las revelaciones de Santa Francisca de Roma, revelaciones que la Iglesia autoriza a creer, sin, entretanto, a ellas obligarnos.

En una visión, la santa fue conducida del infierno al purgatorio, que, igualmente está dividido en tres zonas o esferas, una sobre la otra.

Al entrar, Santa Francisca leyó esta inscripción:

Aquí es el purgatorio, lugar de esperanza, donde se hace un intervalo. La zona inferior es toda de fuego, diferente del infierno, que es negro y tenebroso. Este del purgatorio tiene llamas grandes, muy grandes y rojas. Y las almas. Allí, son iluminadas, interiormente, por la gracia. Porque conocen la verdad, así como la determinación del tiempo. Aquellos que tienen pecado grave son enviados a este fuego por los ángeles, y ahí se quedan conforme la calidad de los pecados que cometieron.

La santa decía que, por cada pecado mortal no expiado, en aquel fuego se quedaría el alma por siete años. Aunque en esa zona o esfera inferior las llamas del fuego envuelvan todas las almas, atormentan, todavía, unas más que las otras, según sean más graves o más leves los pecados.

Fuera de ese lugar del purgatorio, a la izquierda, están los demonios que hicieron que aquellas almas cometiesen los pecados que ahora expían. Las censuran, pero no les infligen cualquier otro tormento.

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¡Pobres almas! Las hace sufrir más, mucho más, la visión de esos demonios que el propio fuego que las envuelve. Y, con tal sufrimiento, gritan y lloran, sin que, en este mundo, consiga alguien hacer una idea. Lo hacen, con todo, humildemente, porque saben que lo merecen, que la justicia divina está con la razón. Son gritos como que afectuosos, y que les traen cierta consolación. No que sean alejadas del fuego. No, la misericordia de Dios, tocada por aquella resignación, de las almas sufridoras, les lanza una mirada favorable, mirada que les alivia el sufrimiento y les deja entrever la gloria de la bienaventuranza, para donde pasarán.

Santa Francisca Romana vio un ángel glorioso conducir aquel lugar el alma que le había sido confiada, a la guardia, y esperar del lado de afuera, a la derecha. Es que los sufragios y las buenas obras que los parientes, los amigos, o quien quiera que sea, les hacen especialmente por intención del alma, movidos por la caridad, son presentados, por los ángeles de la guarda, a la divina majestad. Y los ángeles, comunicando a las almas lo que por ellas hacemos nosotros, las alivian, alegran y confortan. Los sufragios y las buenas obras que hacen los amigos, por caridad, especialmente por los amigos del purgatorio, aprovecha principalmente a quien los hace, por causa de la caridad. Y ganan las almas y ganamos nosotros.

Las oraciones, los sufragios y las limosnas hechas caritativamente por las almas que ya están en la gloria, y que ya no necesitan, revierten a las almas aún necesitadas, aprovechando a nosotros también. ¿Y los sufragios que se hacen a las almas que yacen en el infierno? No los aprovecha ni una ni otra – ni las del infierno, ni las del purgatorio, sino únicamente a quien los hace.

La zona o región media del purgatorio está dividida en tres partes: la primera, llena de una nieve excesivamente fría; la segunda, de pez fundido, mezclado a aceite en ebullición; la tercera, de ciertos metales fundidos, como oro y plata, transparentes. Treinta y ocho ángeles ahí reciben las almas que no cometieron pecados tan graves que merezcan la región inferior. Las reciben y las transportan de un lugar a otro con gran caridad: no le son los ángeles de la guarda, sino otros que, para tal, fueron obligados por la divina misericordia.
Santa Francisca nada dijo, o no la autorizó a decirlo el superior, sobre la más elevada región del purgatorio.

En los cielos, los ángeles fieles tienen su jerarquía: tres órdenes y nueve coros. Las almas santas, que suben de la tierra, quedan en los coros y las órdenes que Dios les indica, según los méritos. Es una fiesta para toda la milicia celeste, más particularmente para el coro donde el alma santa deberá regocijarse eternamente en Dios.

Lo que Santa Francisca vio en la bondad de Dios la dejó profundamente impresionada, sin que pudiese hablar de la alegría que le iba en el corazón. Frecuentemente, en los días de fiesta, sobre todo después de la comunión, cuando meditaba sobre el misterio del día, el espíritu, arrebatado al cielo, veía el mismo misterio celebrado por los ángeles y los santos.

Todas las visiones que tenía, las sometía Santa Francisca de Roma a la Madre, Santa Iglesia. Y, por la misma madre, la Iglesia, fue Francisca canonizada, sin que nada de reprehensible se encontrase en las visiones que tuviera.

Nosotros, pues, os saludamos, oh almas que os purificáis en las llamas del purgatorio. Compartimos vuestros dolores, los sufrimientos, principalmente de aquel dolor inmenso y torturante de no poder ver a Dios. ¡Ay de nosotros! Sin duda que hay entre vosotros parientes nuestros y amigos: sufrirán, tal vez por nuestra culpa. ¿Quién dirá que no les demos, en esta o en aquella ocasión, motivos de pecar? Les falta poco tiempo para que se tornen enteramente puras. ¿Qué nos ocurrirá, a nosotros que tan poco velamos por nosotros mismos? ¡Almas santas y sufridoras, que Dios nos libre de olvidaros jamás!

Todos los días, a la misa y las oraciones, nos acordaremos de vosotras todas. Acuérdense, pues, también de nosotros. Acuérdense, principalmente, cuando estuvieres en el cielo. ¡Como allá os deseamos ver! ¡Como en el cielo deseamos vernos con vosotros! Así sea.

(Vida dos Santos Padre Rohrbacher, Volume XVIII. P. 111 a 118 e 129 a 137)

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