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Arma sin la cual no hay victoria

Redacción (Martes, 24-01-2016, Gaudium Press) «La vida del hombre sobre la Tierra es una constante lucha» (Job 7, 1). No hay un solo hombre que, en medio a las circunstancias de la vida, no encuentre batallas tenebrosas y enemigos voraces a enfrentar.

Entretanto, es realmente imposible entrar en una guerra sin conocer las tácticas que hay que emplear; no se estaría a la altura de un verdadero caballero. Fue, sin duda, en vista de eso que quiso Nuestro Señor instituir el Sacramento de la Confirmación que nos hace verdaderos soldados de Cristo.

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Así, la Santa Madre Iglesia, en este Sacramento, reuniendo todas las tradiciones antiguas, envía a su representante para armar, en una magnífica ceremonia, al joven caballero de Jesucristo.

«Mi hijo, vos debéis ser un soldado vencedor; vuestra carrera debe ser una larga seguidilla de victorias. He aquí vuestros enemigos: el demonio, la carne y el mundo. He aquí vuestras armas: la vigilancia, la mortificación y la fe. Atleta de Dios, hijo de tantos héroes, es bajo la mirada de todos estos nobles vencedores, bajo la mirada de los Ángeles y de vuestra Madre que vosotros combatiréis. Sed digno del nombre que vosotros lleváis». [1]

Una vez hecho combatiente, fortalecido y robustecido por el inapreciable don del Espíritu Santo, pero conocedor de los riesgos por los cuales pasará durante los conflictos de su peregrinación terrena, el hombre depositará su confianza en el arma que le es ofrecida por el Supremo General. ¿Cuál es esta arma?

«Orad sin cesar» (I Ts 5, 17), es la orden de comando para obtener el triunfo final. «La oración, que mueve de cierto modo la propia voluntad de Dios a fin de concedernos sus gracias, es una fuerza incomparablemente más formidable que todas las máquinas de guerra que se haya inventado o pueda inventar el hombre». [2]

Poseyendo esa artillería tan poderosa y valiosa, ¿qué podrá temer la milicia de Cristo? Si queremos ser fieles soldados de Cristo y no queremos sucumbir durante la batalla y, quizá, salir de ella vergonzosamente derrotados, recurramos ininterrumpidamente a esa milagrosa «arma» de gracias, la cual nos concede la victoria en esta vida pasajera y, en consecuencia, en la eternidad.

«La oración […] es la más poderosa arma para defendernos de nuestros enemigos. Quien no se sirve de ella está perdido». [3]

Por la Hna. Lays Gonçalves de Sousa, EP

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[1] GAUME, apud MORRAZZANI ARRAIZ, Teresita. Aula de Teologia Sacramental no Instituto Filosófico-Teológico Santa Escolástica – IFTE. Caieiras, [s.d.]. (Apostilla).
[2] ROYO MARÍN, Antonio. Teología de la Caridad. 2.ed. Madrid: BAC, 1963, p. 16. (Tradução da autora).
[3] SAN ALFONSO MARIA DE LIGÓRIO. A Oração. Trad. Henrique Barros. 24. ed. São Paulo: Santuário, 2012. p. 22.

 

 

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