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Dos Barcos, un naufragio y una victoria

Redacción (Jueves, 04-05-2017, Gaudium Press) Hubo un tiempo en que la historia de las navegaciones causaba un gran impacto en el mundo. Aquellas épocas de los grandes héroes, exploradores y aventureros que desafiando los mil peligros del océano zarpaban en busca de un ideal.

Hoy en día las incursiones marítimas han perdido un poco el atractivo quizás porque ya no existen ciertos peligros e incomodidades que antes tenían que enfrentar los marineros, exigiendo una vida dura y sacrificada, muchas veces marcada por el heroísmo, y por lo tanto digna de dejar su huella en la historia.

Es más común relacionar en nuestros días un viaje en barco, con un paseo distendido, cómodo y relajante, que con algún peligro o idealismo.

Pero pese a esa indiferencia del hombre moderno ante los peligros y glorias de la navegación, ya que en lo práctico no nos afectan, vale la pena rescatar hoy ciertas moralejas o enseñanzas que nos pueden dejar algunas de estas historias marítimas para nuestros días tan agitados y tormentosos.

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Barco en la tempestad, Museo Provincial, Pontevedra, España

En estos momentos de encrucijada que vivimos, en que la humanidad parece sumergida en un mar de confusión, vemos cada vez más clara la crisis que abarca todos los campos de actuación del hombre. En estos momentos en que también celebramos los cien años de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima y recordamos su mensaje, nunca tan actual; mensaje de advertencia y de esperanza, pero sobre todo de promesa de un triunfo. En estos momentos, viene a la mente la imagen de dos barcos que marcaron la historia de los hombres.

Una es el Arca de Noé, el arca de la salvación, el Arca que preservó la vida de un castigo universal, y que vio sumergida la tierra bajo las olas de la cólera divina.

Cien años tardó en ser construida el arca; y fue cien años después de que Noé recibió el aviso del cielo, que lentamente comenzaron a caer las gotas de agua y a salir de las profundidades terrestres las aguas que en poco tiempo acabaron con la vida en la superficie de la tierra. Pero el arca pasó incólume, sostenida por la mano de Dios sobre las aguas purificadoras, ese momento de desolación.

Otro famoso barco que viene a la memoria es el Titanic, el grandioso y supuestamente indestructible Titanic, que acabó su corta existencia sumergido en el abismo. Los hombres saltaban de alegría el día en que vieron esta impresionante obra del ingenio humano deslizarse apacible sobre las aguas, y se publicó en los periódicos de la época la siguiente frase que era a la vez un desafío: «Este barco ni Dios lo hunde»…

Es por esto que algunos personajes contemporáneos, como el famoso escritor inglés G.K. Chesterton, vieron en el hundimiento del Titanic un castigo a la jactanciosa modernidad, una era orgullosa y llena de autocomplacencia.

Todos conocemos esta lamentable historia del mayor naufragio de la historia en tiempos de paz, pero quizás nos escapen algunos detalles, muy interesantes.

Era el año 1912. Había sido una larga noche llena de música y las risas de los lores todavía repercutían en los lujosos salones del Titanic. Todo transcurría tranquilo, apacible y los viajantes ya disfrutaban de un profundo sueño, casi tan profundo como el que tenían despiertos, cuando de forma totalmente inesperada se escucha un fuerte ruido y un golpe en seco hace temblar la nave entera. Los tripulantes perciben en unos instantes que el barco se había detenido. Eran las 11:40 de la noche.

¿Que podría estar molestando la marcha victoriosa del Titanic? se preguntaban…

En vano muchas alertas habían llegado de parte de otros barcos de que enormes masas de hielo se encontraban frente a ellos, pues fueron simplemente ignoradas y la nave siguió dirigiéndose a toda velocidad directo hacia el peligro, hacia su destrucción, hasta que inevitablemente chocó de frente con un inmenso Iceberg.

Los tripulantes del barco eran sordos y ciegos para ver la realidad. No podían creer que algo como un pedazo de hielo pudiese estorbar el paso del Titanic por las aguas. ¿Qué insolencia? pensaban…

El optimismo en el Titanic

El propio capitán del Titanic, Edward John Smith, había declarado en una ocasión que «no podía imaginarse ninguna condición que causara el naufragio de un barco. La construcción moderna de buques ha ido más allá de eso» 1.

¿Si no eran capaces de ver una amenaza, como iban a imaginar lo peor? El coloso de metal estaba herido de muerte, y su primer paseo por los océanos, sería el último.

Es impresionante el estado de optimismo que dominaba a los pasajeros del Titanic, que se ve claramente reflejado en varios hechos que narraron aquellos que presenciaron esta tragedia.

A la media noche ante la evidencia de los daños fatales del barco, fué dada una señal de pedido de ayuda CQD «Come Quickly, Distress» («Vengan Rápido, Problemas»), en vez de SOS «Save Our Ship»(«Salven nuestro barco»), quizás más apropiado, pero no tan optimista…

Comienzan a preparar los botes salvavidas, con atraso. Nadie sabía cual tomar en caso de naufragio. Estaban ma?s para decoracio?n que para alguna emergencia. Igualmente, todos tranquilos, pues el navío no podri?a naufragar. Era la negación inconsciente ante la idea de que el barco se hundiría.

Los marineros comienzan a dar órdenes, «¡Mujeres y niños a los barcos!». Una señora respondía que del Titanic no se salía, pues no se hundiría jamás. Otros sonriendo decían «era un exceso de precaucio?n». Uno despedía a su mujer diciendo: «Mañana en el desayuno nos vemos aquí en el Titanic de nuevo».

Cuando el navío comenzó a inclinarse, algunos comenzaron a entrar en pánico. Pero increíblemente, la mayoría de los botes salvavidas no eran completados, y uno que era para 65 personas apenas llevaba 28. Muchos temían más que se hundieran las frágiles embarcaciones, que el coloso Titanic. Había hasta una canoa de primera clase y en ella apenas subieron dos nobles y 10 pasajeros. Los inmigrantes, por el contrario, luchaban unos con los otros para subir en sus propios botes.

A la 1:20 de la mañana aumenta el pánico. El agua continuaba subiendo. La orquesta que hace un tiempo tocaba músicas alegres y superficiales comienza a cambiar el tono de las melodías, pero curiosamente sin parar de tocar. Una mujer a la que no le dejaron ir con su perrito prefirió quedarse. Otra dice a su marido: «Nosotros pasamos la vida entera juntos, moriremos juntos», y vuelve para el navío.

Pánico por un lado, despreocupación por otro. La orquesta empieza a tocar himnos religiosos, «Cerca de ti, mi Dios». Comienzan a acordarse de Dios. Siendo las 2 de la mañana el navío entra en agonía. El agua llega a los pies de los que quedaron.

A las 2:17 de la mañana, en la oscuridad, el barco se inclinaba de forma vertiginosa y los hombres comienzan a saltar al mar helado, a -2 °C. Desesperación completa. Pocos minutos después el navío más grande del mundo desapareció en el abismo, para solo sobrevivir en la memoria de los hombres como una trágica leyenda. Nadie habi?a pensado en medidas de prudencia. Apenas embarcaron 660 personas en los botes salvavidas; 1,500 terminaron desapareciendo en las aguas junto con el navió, que «ni Dios lo hunde»…

Escuchando esta narración cierta vez el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira comentaba: «Este es el símbolo de una civilización, de una orden de cosas caminado a la deriva hacia el peligro… y que delante de las cosas más evidentes dice: no hay peligro. Esa es la mentalidad de las épocas de decadencia». 2

Ese estado de espíritu muchas veces se ha repetido durante la historia en diferentes grupos humanos y civilizaciones. «Es un estado de espíritu, que de un cierto punto de vista es optimismo, y de otro punto de vista es pánico miedoso, que no osa mirar de frente a la realidad, y no quiere involucrarse en la situación» 3

Si meditamos en esta impresionante analogía que el Dr. Plinio propone del Titanic con las épocas de decadencia podremos ver a partir de la figura de este legendario náufrago, de manera simbólica dibujarse ante nosotros la figura de otra nave análoga: El barco de la civilización moderna.

Este barco viene siendo construido por los hombres durante mucho tiempo y el ingenio humano ha buscado proveer esta nave de todas las comodidades posibles, muchas veces dejando de lado la belleza por lo práctico. Además desde el punto de vista tecnológico ha alcanzado avances que los constructores del Titanic, no hubieran podido ni imaginar. Aunque paradójicamente el exceso de tecnología aumenta la fragilidad de la nave en muchos aspectos…

Pero ante la imponente apariencia de este barco que parece muchas veces indestructible ante los ojos de una humanidad tan equivocadamente optimista, nos podríamos preguntar:

¿Hacia qué rumbo se dirige este barco de la modernidad?

¿Será que la humanidad tiene hoy en día un rumbo claro, y tiene como prioridad la construcción de una «Civitas Dei», una sociedad según las leyes de Dios? ¿O más bien busca crear en un nefasto sincretismo filosófico y religioso, una verdadera comunión de los profanos, en un mundo a la vez laico y paganizado?

¿Cómo podría saber el rumbo este barco que no sabe ni siquiera dónde buscar la Verdad, y que busca tontamente en el relativismo, moral y religioso la respuesta a sus necesidades espirituales?

¿Un mundo a la deriva…?

Si no tenemos claro dónde está el Camino, la Verdad y la Vida, sencillamente, estamos a la deriva…

Luego ¿Será que muchos de los tripulantes de este barco de la modernidad piensan en la posibilidad de un naufragio?

No parece serlo, y es por esto que parece repetirse una vez más lo que tantas veces a pasado en la historia, como cuando el Imperio Romano se caía a pedazos bajo la inexorable destrucción producida por las invasiones de los bárbaros, y los nobles romanos comían, bebían y se divertían hasta el último segundo, lo que inevitablemente los llevó a la muerte, la esclavitud y la destrucción. Una vez más parece cumplirse la regla del «optimismo desesperado de las épocas de decadencia…» 4.

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La Iglesia es el gran buque de salvación

Es increíble como una gran mayoría de las personas parecen hoy enteramente despreocupadas con respecto al futuro, y se sienten muy cómodas en esta nave tan sofisticada de la modernidad, sin preocuparse si quiera en tomar medidas de precaución.

Otros pocos, creyéndose muy precavidos buscan dar un apelo a la humanidad, pidiendo que seamos más humanos para evitar los problemas… Pero no es eso lo que necesitamos, necesitamos ser más divinos y no más humanos, pues de la humanidad viene el pecado, el error y los desastres que una y otra vez se repiten en la historia, siendo incluso los mayores crímenes cometidos en el nombre del humanismo…

Necesitamos la gracia de Dios y necesitamos una profunda y sincera conversión, apelando a la Misericordia del Señor y el patrocinio de Nuestra Madre Celestial.

Algo que diferencia la modernidad del Titanic, es que en la actualidad, los mayores peligros parecen encontrarse dentro del barco, y no fuera de él.

Imagino que para los tripulantes del Titanic parecería una locura navegar con un barco cargado de toneladas de dinamita, y para peores con varios piromaniacos adentro. Sin embargo muchos hoy navegan tranquilos exactamente en esa situación…

Esta nave ya ha recibido muchos, pero muchos avisos del eminente peligro que se acerca cada vez más. Nuestra Señora en Lourdes, La Salette, Fátima, Akita, por ejemplo… ha sido insistente en un mismo pedido de conversión, de oración, de cambio de rumbo. Nuestra Señora en Fátima dijo muy claramente: ¿Quieren obtener la paz? recen el Santo Rosario todos los días. Y¿será que hemos escuchado este consejo?

¿Cuántos santos han hablado de la necesidad de un cambio total en la dirección hacia la que se dirige la humanidad?

El profetismo nunca ha faltado en la historia de los hombres. ¿Pero cuantas y cuantas veces hemos silenciado, la voz de los profetas? Aquellos hombres que Dios llama para mostrar el camino de la Verdad a los hombres.

Recordemos a Nuestro Señor Jesucristo derramando sus sacrosantas lágrimas y diciendo:

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! (Mateo 23, 37)

Así como Jerusalén, hoy podríamos escuchar la misma queja llena de pena y dolor de los sagrados labios del Salvador. Hemos hecho oídos sordos a tantos avisos, tantos pedidos de conversión…

Quizás no nos hemos dado cuenta, pero este barco parece ya estar herido de muerte. Ya algunos sentimos como se comienza a inclinar, y quizás uno de los mayores peligros en este momento, es el optimismo desesperado de las épocas de decadencia, del que antes hablamos. Con el agua por los pies muchos quieren seguir divirtiéndose, jugando al pocker, bailando, como lo hicieron los náufragos del Titanic, sin querer abrir los ojos a la realidad.

El buen barco, la Iglesia

Pero en este caso solo hay un barco salvavidas, que tiene espacio suficiente para todo aquel que desee entrar, y solo depende de nosotros elegir el quedarnos en el Titanic del mundo moderno y hundirnos junto con él o entrar en esa arca de salvación. La nueva arca de la cual la anterior fue un símbolo, que es la Santa Iglesia Católica, que por la promesa divina sabemos que nunca perecerá: «Las puertas del infierno, no prevalecerán contra ella» Mateo 16,18.

Pero en este caso no se trata de salvar nuestras vidas terrenales, si no de salvarnos de la perdición eterna. Pues los que se hunden junto con este mundo ateo, anticristiano, se hundirán no en heladas aguas donde encontrarán la muerte corporal, si no en las llamas eternas, «donde el gusano no muere, y el fuego nunca se apaga» (Marcos 9:48).

La Iglesia, a veces la vemos representada por una inmensa y bella embarcación.

Imaginemos por ejemplo una de esas bellas e imponentes galeazas de siglos atrás, por ejemplo la Nave Capitana de la Liga Santa, conocida como la Real, que dirigida por Don Juan de Austria llevó a los ejércitos católicos a la victoria en Lepanto.

Esta nave, esta arca de salvación, también es una nave de guerra, porque representa a la Iglesia militante, que somos nosotros, que en el camino hacia la tierra prometida, mientras navegamos rumbo a esas costas de blancas arenas de un nuevo continente que será el Reino de María, tendremos que luchar sin parar, tanto contra enemigos externos que vendrán de todas partes con diferentes nombres y en grandes números, y peor aún, contra los enemigos internos que estando abordo quieren deformar y si pudiesen, destruir el esplendor y belleza de esta nave que es la Iglesia.

Todo parece indicar que la mayor batalla todavía está por darse. ¿Cuándo? No sabemos… Pero ya vemos las oscuras naves enemigas aparecer en el horizonte y se escucha el sonido de los tambores de guerra. Los infiernos y los hombres que les sirven están queriendo hundir a toda costa la Sagrada Nave de la Iglesia. Pero puede ser incontable su número, pueden ser muchas sus armas, y pueden utilizar cualquier estrategia… de igual manera están perdidos… «Qui hábitat in cælis, irridebit eos» Salmo II, El que habita en los cielos se reirá de ellos… La Iglesia vencerá porque así lo prometió Nuestro Señor Jesucristo y nosotros venceremos con ella desde que tengamos una confianza absoluta en la victoria, una confianza en Nuestra Señora contra toda esperanza, incluso contra la aparente derrota.

La Reina y Señora de los ejércitos celestiales está preparada para dar batalla. Los ángeles y los hombres lucharán, pero Dios dará la victoria. Y por fin veremos la cabeza del temible dragón, de la antigua serpiente, aplastada por la Virgen coronada de 12 estrellas.

No sabemos cómo será esto. Pero si sabemos que para que la faz de la tierra sea renovada como hace siglos la Iglesia viene pidiendo al Espíritu Santo, los enemigos de Dios tienen que ser destruidos y la tierra purificada. ¿Cómo será? ¿No lo sabemos? Pero si sabemos que sucederá. Y esa es nuestra confianza que nos debe de llenar de alegría y esperanza.

Y aquellos bienaventurados que vean el final de esta gran batalla, la mayor de la historia, escucharán al fin de los propios labios de María Santísima: ¡Por fin, mi Inmaculado Corazón, triunfó!.

Por Carlos Castro

1. Barczewski, Stephanie (2006). Titanic: A Night Remembered. London: Hambledon Continuum, p. 13. ISBN 978-1-85285-500-0.
2.Santo do Dia, 25 de julho de 1969
3.Santo do Dia, 25 de julho de 1969
4. Santo do Dia, 25 de julho de 1969

 

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