martes, 23 de abril de 2024
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Santo Tomás Becket, Arzobispo, primero canciller del reino, después muerto por deseo del rey de Inglaterra

Un gigante fue el Arzobispo de Canterbury, tanto en el campo civil como eclesiástico

Santo Tomas Becket

Redacción (29/12/2020 10:12, Gaudium Press) Santo Tomás Becket es modelo de hombre medieval, es decir alguien en el que la fe representaba lo principal en su vida, y modelo de hombre verdaderamente anti-mundano, porque no quería la vanagloria de esta tierra y cuando se vio elevado a las más altas dignidades, no dudó en enfrentarse al poder temporal por amor a Dios. Primero Dios y después los hombres, incluyendo al César.

Nace en una familia que le inculca la fe católica, el tesoro de toda su vida.

Estudia en Londres, su tierra natal, y luego en París, y regresa a Inglaterra al servicio de Teobaldo de Canterbury, primado de Inglaterra.

Ya de joven la gente destacaba su pureza y su sinceridad.

La fama de los dones sobrenaturales y naturales llegó hasta el rey, Enrique II Plantagenet, quien se lo arrebató al Arzobispo, y lo quiso para él. Enrique era muy capaz, pero también muy ambicioso. Pero Ayudante y Monarca se unieron fielmente llegando el Santo a ser canciller del reino.

Dice Garnier, cronista francés, que lo vieron derrumbar varios guerreros adversarios, tal eran sus dotes de caballero.

Jurisconsulto consumado y hábil financiero, tan capaz de una decisión enérgica que requiriese la fuerza armada como de un expediente jurídico, reprimió a los bandidos, aterrorizó a los usureros, favoreció la agricultura, mantuvo el patrón de la nobleza, reorganizó la justicia, aumentó el prestigio exterior y aseguró la prosperidad y la paz del reino”, decía de él su biógrafo Fray Justo Pérez de Urbel.

De canciller a Arzobispo de Canterbury

Habiendo muerto el Arzobispo Teobaldo, Enrique II se dijo que no encontraría jerarca de la Iglesia más fiel a él que Tomás, aunque el santo le fue franco: “Señor, quiero que sepas que el favor con que ahora me honráis luego se cambiará en odio implacable; porque, tratándose de cosas eclesiásticas, tenéis exigencias que yo no podría tolerar”. El rey creyó que su canciller hablaba por hablar, seguramente, y ratificó su elección como primado de Inglaterra.

Siendo ya eclesiástico, el mayor del reino, expió con la penitencia la moleza de su anterior vida, y aunque representase con magnificencia la dignidad de su elevado cargo, en privado llevaba la vida y los trajes de un benedictino, según había dado ejemplo San Anselmo, uno de sus predecesores en la dignidad de Canterbury.

Que gigante hombre, tanto en el campo civil como en el eclesiástico.

Pronto comienzan los conflictos con el monarca

Santo Tomás sabía que era su deber defender los derechos de la Iglesia, incluso contrariando al rey y eso fue deteriorando la relación entre los dos, al punto que el Enrique pensó en encarcelarlo. Por eso huyó a Francia, y allá fue protegido por el rey de ese país.

En 1170, por mediación del Papa y del rey de Francia, regresa a Inglaterra, pero la situación con el monarca nunca se recompuso.

Un día el rey, rodeado de cortesanos en su mesa, pronunció unas palabras que significaron la sentencia de muerte del santo: “Malditos sean aquellos que yo alimento de mi mesa, honro con mi familiaridad y enriquezco con mis beneficios, si no me vengan de ese padre que no hace sino perturbar mi corazón y despojar mis mejores servidores de sus dignidades”.

En la noche del 29 de diciembre de 1170, unos nobles, asesinos, cumplieron el deseo del monarca, y mataron al Arzobispo santo, a los 53 años de edad. Había sido arzobispo 9 años, de los cuales 6 los había pasado desterrado.

La noticia del crimen corrió por toda Europa, causando indignación.

El monarca, acobardado por lo ocurrido y la reacción se encerró en su palacio por varios días. Luego tuvo que ir en penitencia hasta la tumba del santo, donde se sometió a severa flagelación delante de los obispos y clero. Pasó todo el resto del día en oración y el día siguiente también. La conversión de Enrique II fue vista como el primer milagro de Santo Tomás Becket.

Los milagros delante de la tumba se multiplicaron, y la devoción por la persona del Arzobispo santo asesinado se extendió por toda Europa.

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