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¿Tuvo Nuestra Señora pruebas y tentaciones?

María Santísima sufrió el rechazo de los hombres. Pasó por pruebas terribles relativas a la fe.

Maria Santisima

Redacción (21/01/2021 10:58, Gaudium Press) Las clases dominantes del pueblo de Israel fueron corrompidas por siglos de prácticas religiosas deturpadas.

En el Templo, la situación no se presentaba diferente. La clase sacerdotal, en larga escala, yacía en inmensa decadencia y se preparaba para sumergirse en el abismo del deicidio.

De esta manera, el lugar establecido por Dios para ser el corazón del verdadero culto y el punto de difusión de la justicia hasta los confines de la tierra se había convertido en un centro de depravación e intriga moral, cuando no de satanismo.

Batalla contra los malos

El período en que María sirvió en la Casa del Señor tuvo un carácter esencialmente militante, es decir, de amor y reparación a Dios, de odio y rechazo al mal.

Incluso podría decirse que la mayor batalla que Ella libró directamente contra los malos tuvo lugar durante los años de su estancia en el Templo.

Así como el oro se purifica al colocarlo en el crisol bajo temperaturas extremas, de manera similar, las virtudes se elevan frente al odio al mal y solo brillan con máxima intensidad cuando se exponen al fuego del combate a la iniquidad.

Las pruebas de María

Al comienzo del período de formación de María en el Templo, el grupo de los malos había tratado de involucrarla en algún conjunto, para poder observarla mejor; más tarde, utilizó la táctica del aislamiento para dificultar su apostolado con las demás.

Entre las peores pruebas por las que atraviesan los hombres y las damas providenciales está la de la incomprensión del cumplimiento de su misión. Como dijo el Dios-Hombre en el Huerto de los Olivos: ¿Que utilidad tendrá toda la Sangre que derramé por los hombres, si no solo me rechazan, sino que incluso me quieren matar?

Sentir la llamada a una alta vocación, querer llevar las almas a la unión plena con Dios y, sin embargo, darse cuenta de que van deliberadamente en sentido contrario, constituyó uno de los mayores sufrimientos de María.

¿Cuántas veces, en el silencio de su morada, Ella no derramó abundantes lágrimas al considerar la situación de la humanidad y, en particular, de su pueblo? Recogidas por los Ángeles y llevadas ante el trono de la Santísima Trinidad, estas lágrimas apresuraron los tiempos del Mesías sin que ella lo supiera.

El desánimo nunca

Por otra parte, Nuestra Señora nunca sintió en Ella la tentación del desánimo. Más bien, tuvo que enfrentar las pruebas más terribles relativas a la fe y la espera.

Conociendo bien las profecías sobre la venida de Emmanuel, al contemplar la decadencia de la Sinagoga y la nación elegida, le venía a la mente: “¿Por qué Dios parece no tener prisa por intervenir en los acontecimientos? ¿Por qué parece tan ajeno a tu propia gloria?

El diablo le incutía el pensamiento y la impresión de que todo estaba perdido, que el Mesías nunca vendría y, por lo tanto, sería mejor entregarse a una vida mediocre, sin grandes esperanzas ni dedicaciones.

María no se daba cuenta, pero su llamado a la Corredención del género humano le permitió acumular en ella la prueba de la fe y de la espera por las cuales pasarían todos los justos de la Historia, tanto los que la precedieron como los que, en el futuro, deberían sufrirlas en la lucha por el triunfo de Cristo sobre el mal.

Humillaciones

A esto se sumaron los desencuentros, las sospechas, las confusiones, la ingratitud y las humillaciones que el demonio procuraba sembrar en su vida diaria.

Entre los sacerdotes que acompañaban a las doncellas, por ejemplo, había uno que sentía una aversión especial por la Niña. Por mucho que sobresaliera en el cumplimiento de todos sus deberes, siempre la reprendió.

Una vez, después de que Nuestra Señora lavara cuidadosamente las telas usadas en el altar, este sacerdote la reprendió con rudeza, diciendo que el servicio era terrible y que debía hacerse de nuevo.

Escuchó Ella la reprimenda con toda humildad, sin pronunciar una sola palabra, y agradeció la corrección.

Dios permitía tales pruebas para que María asumiera y santificara, incluso en sus realidades más dolorosas, la vida religiosa que nacería en la futura Iglesia.

(Texto extraído, con adaptaciones, del libro Maria Santíssima! O Paraíso de Deus revelado aos homens, de autoría de Mons João Scognamiglio Clá Dias, EP. Traducción al español de Gaudium Press)

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