viernes, 19 de abril de 2024
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Consejos

Existen los buenos consejos, pero también los malos consejos. Existen los buenos consejeros y también los conciliábulos. Pero la Virgen siempre protege a su hijos de los conciábulos…

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Redacción (25/04/2022 09:56, Gaudium Press) La Santísima Trinidad podría compararse a un consejoo, es decir, a la armonía de Personas divinas que se contemplan, viven y actúan rumbo al fin supremo. Siendo íntimamente difusivo, el Supremo Bien quiso expandir al máximo su bondad y envió al mundo a su propio Hijo, el “Consejero Admirable” (Is 9, 5), para asumir nuestra humanidad y elevarla a la divinidad. Se utilizó para este fin de otro consejo, la Sagrada Familia, “trinidad” terrenal y modelo absoluto de la sociedad humana.

Jesús también quiso constituir un consejo para sí mismo. Formado inicialmente por doce Apóstoles, estos, bajo el ímpetu del Paráclito, condujeron después a multitud de almas al seno de la Iglesia, expandiéndola por todo el orbe.

La palabra consejo, por extensión de significado, denota también un don precioso del Espíritu Santo, que conduce al alma en gracia a juzgar los casos particulares, discerniendo el fin sobrenatural. Por este don Noé cumplió todo lo que Dios le había mandado (cf. Gn 7, 5), Abraham obedeció sin entender (cf. Hb 11, 8), Moisés escuchó la voz de lo alto y la repitió al pueblo.

Después de la Ascensión de Cristo, la gracia divina siguió iluminando a innumerables pastores santos que apacentaban el rebaño del Señor. Entre ellos se destacan los fundadores, como Benito de Nursia, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola…

Sin embargo, la mayor guía del pueblo fiel fue Nuestra Señora. No sólo por su participación en la Encarnación y Redención de la humanidad, sino también por sus constantes intervenciones en los punteros de la Historia, ya sea a través de la devoción popular, ya sea a través de apariciones, como en Lourdes y Fátima, o incluso a través de milagros, como los realizados alrededor del ícono de la Madre del Buen Consejo en Genazzano.

Después de la aparición de este fresco en Italia, la Consejera Admirable pronto organizó una feria de prodigios. Posteriormente, la Soberana Reina, bajo la misma invocación, obtuvo dos destacadas victorias que salvaron a Occidente de la usurpación otomana: en Lepanto, bajo el escudo del almirante Juan de Austria, y en Viena, bajo el cetro del rey de Polonia, Juan Sobieski. En ambos casos, los comandantes, imbuidos del don del consejo, recibieron la misma aclamación: “¡Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan” (Jn 1, 6)!

El consejo es el único de los siete dones que se distingue con el adjetivo ‘bueno’. Esto se debe a que, en realidad, hay malos consejos… Por estos pulularon traiciones, corrupciones y tiranías que estremecieron al mundo. Basta recordar la sugerencia de la serpiente en el Paraíso, pasando por las insidias de los fariseos contra Jesús, hasta llegar a las persecuciones a la Iglesia, que aún hoy difunden sus tramas. Para ello, el diablo y sus secuaces constituyen no consejos, sino conciliábulos, como el infame que se reunió para crucificar al Mesías.

En fin, ante tal escenario, la Consejera Admirable bien podría dar un buen consejo a estos impíos perseguidores: “¡No toquen a mis hijos! ¡Como en el pasado, sigo sucitando santos y héroes que, bajo mi patrocinio, siempre vencerán!” Si no directamente, seguramente Ella intervendrá a través de otros “Juanes”…

(Texto extraído de la Revista Arautos do Evangelho n. 232, abril de 2021).

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