martes, 19 de marzo de 2024
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Hablemos de matrimonio, que no de ‘matricidio’, aunque algunos piensen lo contrario

Como siempre, para los problemas trascendentales del hombre es la Iglesia, Voz de Cristo, la que tiene la clave de entendimiento.

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Redacción (30/11/2022 14:22, Gaudium Press) Como siempre, para los problemas trascendentales del hombre es la Iglesia, Voz de Cristo, la que tiene la clave de entendimiento y la verdadera solución de fondo.

Hablemos de matrimonio (que no de ‘matricidio’, aunque muchos sufrientes así lo piensen…) de la mano de Mons. João Clá Días, que en su magnífica obra Lo Inédito sobre los Evangelios recoge dos mil años de tradición de la Iglesia sobre la materia y además nos da sus propias y magníficas luces inéditas.

Nos recuerda Monseñor João (1) que el hombre fue creado con instinto de sociabilidad, que se desdobla o revela un “instinto de lo divino”. Es decir, hay algo que nos mueve a buscar a los demás, que en el fondo es un deseo de encontrar en los otros eso que sentimos nos complementa. Queremos ser complementados-completados en los otros, lo que en el fondo-fondo revela deseo de encontrar a Dios en los otros, pues sólo Dios nos completará de modo Absoluto, y eso es lo que nuestra alma desea.

Se podría hablar incluso de un super-instinto base, el instinto de la complementariedad del Infinito.

Es desde esta perspectiva que se entiende mejor el pasaje de la Escritura, que nos narra que después de la creación de Eva y al contemplarla, Adán pudo exclamar: “!Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Gen 2, 23). Ella le servía de complemento, era un ser con quien podía establecer una relación que satisficiese aquella apetencia de amor con que el Todopoderoso lo había dotado para una altísima finalidad”, expresa Monseñor João.

Pero en las líneas anteriores vienen nuevas pistas para entender la cosa en profundidad: Tenemos entonces que ese instinto de sociabilidad e instinto de divinidad es en el fondo un deseo de ser completado en Dios, de conocer a Dios en la creación, en los otros seres humanos, y particularmente en el cónyuge. Pero también, y este puede ser el elemento trascendental, de saciar nuestra APETENCIA DE AMOR, AMOR A LA DIVINIDAD Y AMOR DE LA DIVINIDAD. El instinto de lo divino es sobre todo un deseo de amar al Absoluto y de ser amados por el Absoluto, de unirse al Absoluto en el amor, de ser amados absolutamente.

Sí, el hombre más rudo o autosuficiente que nos encontremos por la calle, o la dama más seca y fría cuál bloque de hielo con la que nos crucemos por el camino, ellos tienen sobre todo ese hiper-deseo profundo: el amar y ser amados por la Divinidad, incluso aunque no tengan entera conciencia de ello.

La satisfacción de ese instinto divino en el caso concreto de la unión conyugal, se da “a través de este intercambio de amores” entre esposo y esposa, nos dice Monseñor João. Ahí “la persona tiene noción de cuánto es estimada por Dios, y es en esta relación de donación recíproca [entre esposo y esposa] donde [cada cónyuge] encuentra un trampolín para llegar hasta el Infinito”.

En el fondo lo que el ser humano quiere es sentir el amor de Dios, vístase del ropaje del que se vista este amor. Pero como el verdadero amor es el deseo efectivo de hacer el bien al otro, algo que hace Dios con nosotros a todo instante, la única forma de sentir el amor de Dios por medio del amor conyugal es recibir un bien real, lo que solo se consigue con la donación, que debe ser recíproca.

Por eso, como me decía un día un amigo, las damas ‘en edad de merecer’ deberían dejar de buscar el San José Perfecto, para procurar sobre todo ser perfectas como la Virgen en la donación de su ser. E igual los caballeros, para hacerse merecedores del puro amor de una dama, lo que deben procurar es imitar las virtudes de ese gigante Varón de Dios. La clave del matrimonio no es tanto recibir cuanto un darse recíproco, a imitación del Santo Hogar de Nazaret.

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¿Y cuando quien da es solo uno, cómo queda eso? No vamos a negar que es un tormento, pero la historiografía cristiana está llena de ejemplos de donación no correspondida, en la que el cónyuge generoso veía al egoísta como otro Cristo, y Dios Nuestro Señor suplía con creces y con su gracia las carencias humanas, porque al final lo que estamos buscando es el amor divino, que Dios siempre provee a quien busca cumplir sus preceptos. Porque así fue Cristo, que amó a su Iglesia naciente hasta la muerte, incluso aunque esta Iglesia no lo comprendiera, no lo siguiera, lo abandonara y hasta lo traicionara.

Esta ley de la donación, para realmente conquistar la felicidad, se aplica también a los llamados al celibato: “No solamente entre los que se casan –que es a lo que está llamado la mayoría– , sino también entre aquellos que a imitación de Crsito Virgen abrazan el celibato ‘por el Reino de los Cielos’ (Mt 19, 12), y realizan un connubio con el ideal religioso, con la obligación de hacer el bien a los demás y de entregarse al apostolado. También tenemos que decirlo, esta vocación del celibato por amor al Reino de Dios y a los hermanos, es superior al matrimonio según establece San Pablo, y como superior está per se llamada a dar más felicidad.

El romanticismo egoísta lleva a la sangre

Volviendo al campo matrimonial, las anteriores consideraciones destrozan el falso ideal romántico de la búsqueda de la media naranja perfecta, que va a vivir solo ‘para adorarme y servirme a mí’, la otra media, por toda la eternidad: un matrimonio fundado en esa falsedad, tarde o temprano se convierte en el sangriento tinglado de los golpes del egoísmo; normalmente ahí se termina desgarrando el blanco tejido del hogar que un día se quiso construir, porque el egoísmo de cada uno que querrá recibir y no dar, tirará para lados contrarios.

Sin embargo, fruto del pecado original, el ser humano tiene una fuerte tendencia al egoísmo y más que darse, lo que desea es recibir y ser amado. Es la cruda realidad que todos los días y a toda hora constatamos. Y si la solución para un buen matrimonio es la donación recíproca, nos encontramos pues en un callejón sin salida.

Pero no, para eso vino Cristo con su gracia, que nos saca de nuestro egoísmo, y además instituyó la unión matrimonial como sacramento con el cual les “es dada [a los cónyuges] una asistencia especial para mantener más fácilmente la mutua fidelidad y cumplir los deberes de su nuevo estado”.

En la vida matrimonial “hay rosas perfumadas, de pétalos muy bonitos”, sí. “Pero con el tallo lleno de espinas terribles…”, recuerda Mons. João. Es la diversidad de temperamentos, de caracteres, de intereses, de gustos, de sensibilidades, etc., que sin embargo deben armonizarse y acoplarse, porque ya no son dos, sino una sola carne. Pero eso cuesta, es una cruz, incluso aunque los dos cónyuges sean santos. No hay salida: no hay vida sin cruz.

A veces hay procesos de separación por causa de bagatelas. ¿Cuál es la raíz de tales desacuerdos? La dificultad en aceptar la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”. Entender al otro, armonizarse con el otro, a veces aguantar al otro, darse al otro, todo eso es cruz. Sin embargo la cruz es posible llevarla con la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.

Y entonces ocurre la maravilla: en ambientes donde las personas tienen esas doctrinas claras, y donde se ha instaurado ese régimen de donación recíproca bañado por la gracia (una donación que es Cruz), AHÍ SE PERCIBE MAGNÍFICAMENTE EL AMOR A LA DIVINIDAD Y EL AMOR DE LA DIVINIDAD, colmándose de esa manera nuestros anhelos más profundos. Es la civilización del amor verdaderamente cristiana, donde el amor se manifiesta en la entrega que también es cruz.

¿Ahí se colman nuestros anhelos por entero? No, porque nuestra Patria es el cielo, y mientras estemos aquí somos exilados. Pero de esa manera se va pareciendo cada vez más esta Tierra a un cielo, se va convirtiendo en Estación cercana al cielo.

Pero solo así, en la donación recíproca, alcanzable solo con la gracia, que se obtiene normalmente por los sacramentos y la oración.

La otra alternativa es lo que ocurría con los imperios paganos, donde por ejemplo la mujer era tanto menos que cualquier cosa, y donde los rompimientos doloridos eran el pan de cada día. Algo casi idéntico a lo que ocurre en nuestros días. Un infierno.

Por Saúl Castiblanco

P.S.: Al final, lo que de fondo buscamos es el Amor de Dios. Y Él está ahí para manifestarnos su amor. Pero amor con amor se paga.

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1 Todas las citas son tomadas de Mons. João Scognamiglio Clá Días, EP. Lo inédito sobre los Evangelios – Comentarios a los Evangelios dominicales Ciclo B – Domingos del Tiempo Ordinario: Tomo IV – XXVII Domingo del Tiempo Ordinario: “La inocencia, la eterna ley…” Libreria Editrice Vaticana – Heraldos del Evangelio. 2014. Las negritas no están en el original.

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