sábado, 20 de abril de 2024
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El siglo de San Bernardo – Alma marial

San Bernardo de Claraval llevó una vida de lucha y oración. En el momento en que exhaló su último aliento, Nuestra Señora vino a reclamar su alma virginal.

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Redacción (25/05/2023 09:31, Gaudium Press) Después de su victoriosa batalla contra los herejes en el sur de Francia, San Bernardo regresa a Clairvaux, donde se le presenta otra ardua misión. El Arzobispo de Tréveris -Alemania Occidental- llegó a la Abadía y, tras postrarse ante San Bernardo, le expuso un grave problema al que se enfrentaba.

Metz -este de Francia- y Tréveris estaban en guerra y ya habían muerto 2.000 personas. El arzobispo agregó que solo Bernardo podría lograr la paz.

El Santo tenía 63 años y padecía algunas enfermedades. Movido por el amor a Dios y al prójimo, acompañó al arzobispo en aquel doloroso viaje de enero de 1153.

A su llegada, las dos partes se encontraron cara a cara en orillas opuestas del río Mosela. San Bernardo habló largo y tendido con los líderes de ambas facciones, pero no querían ponerse de acuerdo, sólo pensaban en recurrir a las armas.

En espera de una solución, muchos enfermos fueron llevados al Santo que los curó a todos. Movidos por el milagro y la gracia divina, los beligerantes que abrazaron y establecieron la paz. Entonces, el hombre de Dios emprendió su viaje de regreso a Claraval. Ese fue su último viaje.

En la abadía, aunque muy debilitado, rezaba, asistía a los monjes y hacía dictados. No había brecha en su brillante inteligencia. A un abad que le escribió pidiéndole noticias de él, le envió una respuesta en la que le decía que el sueño había desaparecido, que todo alimento sólido le daba terribles dolores en el estómago, y que tenía las piernas y los pies hinchados[1].

Alianza de amor y confianza con la Virgen

El 20 de agosto de 1153, después de haber recibido el sacramento de la Unción de los Enfermos, el abad de Clairvaux moría en completa serenidad. “En el momento en que expiró, dice la crónica, se vio aparecer junto a su lecho a la piadosísima Madre de Dios, su especial patrona; vino a buscar el alma del Beato Bernardo.”[2]

Multitudes acudieron al funeral. Los milagros se multiplicaron en su tumba. El abad del Cister, al que estaban subordinados los monjes de Claraval, ordenó entonces a san Bernardo que dejara de hacer milagros (seguramente se estaba perturbando la paz del monasterio, pero los fieles debieron odiar al superior)… y éste fue obedecido.

Inocencio II, Papa de 1130 a 1143, gran admirador de San Bernardo, lo había llamado “el muro inexpugnable que sostiene la Iglesia”[3].

Marcó su tiempo de tal manera que “no dudaremos en calificar el siglo XII como el ‘siglo de San Bernardo’, mucho más legítimamente que cuando nos referimos a los siglos ‘de Augusto’ y ‘de Luis XIV’”. [4] ]

Era un alma privilegiada por la gracia, con la que Nuestra Señora estableció una alianza de especial bondad y confianza, como si viera en él un alter Christus a quien revelaba los secretos de su Inmaculado Corazón. El hecho de recibir las íntimas confidencias de la Reina del Cielo permitió al santo monje tener con Ella una relación espiritual muy estrecha, llegando incluso a hacer voto de amarla siempre.

Su vida estuvo animada por grandes anhelos, la mayoría coronados por colosales fracasos, permitidos por la Madre de la Misericordia para asemejarlo más a su Divino Hijo”[5].

Excelente escritor, de grandes vuelos literarios

Escribió varios trabajos en los que el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira afirmó:

San Bernardo es un escritor destacado, de grandes vuelos literarios, un notable refinador de la lengua francesa, bajo cuyo impulso esta lengua hizo explícitos aspectos tan nuevos de su genio original”.[6]

A un cardenal que le envió una carta diciendo que salía del claustro para molestar a la Santa Sede y a los cardenales, el abad de Clairvaux le respondió: “Las voces disidentes que perturbaban la paz de la Iglesia le parecían las de las ranas ruidosas de que estaban llenos de los palacios cardinalicios o pontificios”.[7]

Es autor de 14 tratados, 332 sermones y más de 500 cartas. Citamos algunas de sus obras:

– “Vida de San Malaquías”. Este santo nació en Irlanda. Sus padres pertenecían a la más alta nobleza y eran los más grandes potentados de esa nación. Visitó Clairvaux y, gravemente enfermo, murió allí en 1148. En la biografía, San Bernardo no hace ninguna referencia a la conocida “profecía de Malaquías”, en la que se mencionan los nombres de los Papas.

– “Comentario al Cantar de los Cantares”, obra fundamentalmente mística.

– “Conocimiento de Dios”, donde muestra que antes de comprender y explicar el dogma es necesario vivirlo.

– “Gracia y libre albedrío”.

– “Elogio de la nueva milicia”, en el que elogia a la Orden de los Caballeros Templarios.

– “De consideratione”. Es el más importante de sus libros, escrito para el beato Eugenio III a petición suya. Su finalidad es indicar al Pontífice una especie de examen de conciencia, que se aplica a los eclesiásticos e incluso a todos los católicos. “Con un lenguaje a veces un poco vivo, san Bernardo denuncia todos los abusos que la debilidad de los papas tolera en el seno de la Iglesia y, sobre todo, de la Curia romana”[8].

San Bernardo proporcionó un crecimiento extraordinario a la Orden de los Cistercienses. Clairvaux tenía 700 monjes, incluido un hijo del rey de Francia, Luis VII, varios príncipes y señores feudales. La mayoría eran hermanos conversos que se ocupaban de las tareas del campo, respetando un completo silencio; lo único que se oía era el ruido de las herramientas de trabajo.

A lo largo de los años, surgieron en Europa aproximadamente 350 abadías dependientes de Clairvaux, incluso en Suecia, Dinamarca, Hungría. La Revolución Francesa expropió Clairvaux y en 1808, bajo Napoleón Bonaparte, se convirtió en prisión…

Pío VIII, en 1830, proclamó Doctor de la Iglesia a San Bernardo, que pasó a llamarse “Doctor Melífluo”, es decir, el que difunde la miel.

Oremos a San Bernardo para que nos ayude a luchar contra el relativismo, la impureza y el igualitarismo que prevalecen en el mundo de hoy. Y para aumentar nuestra devoción a la Santísima Virgen, que venció a todas las herejías.

Por Paulo Francisco Martos

(Serie: Lecciones de historia de la Iglesia)

***

[1] Cf. DARRAS, Joseph Epiphane. Histoire Génerale de l’Église. Paris: Louis Vivès. 1879, v. 26, p. 590.

[2] DANIEL-ROPS, Henri. A Igreja das catedrais e das Cruzadas. São Paulo: Quadrante. 1993, v. III, p. 133.

[3] Idem, ibidem, p. 134.

[4] Idem, ibidem, p. 132.

[5] CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. Maria Santíssima! O Paraíso de Deus revelado aos homens. São Paulo: Arautos do Evangelho. 2020, v. III, p. 82.

[6] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Oh, Igreja Católica! In Dr. Plinio. São Paulo. Ano XXI, n. 239 (fevereiro 2018), p. 31.

[7] DANIEL-ROPS. Op. cit., v. III, p. 133.

[8] DICTIONNAIRE DE THÉOLOGIE CATHOLIQUE. Paris: Letouzey et Ané. 1910, v. II-1, coluna 748.

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