viernes, 29 de marzo de 2024
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El apego a un rico risotto, y cómo hacer para realmente disfrutar la vida

Redacción (Miércoles, 19-02-2020, Gaudium Press) El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira advertía frecuentemente sobre un defecto o vicio que él llamaba «apego», concepto que realmente tiene un trasfondo profundo, y consecuencias amplias. Veamos.

«Apego» es justamente la consecuencia de un ‘apegarse’, es decir, un ‘pegarse’ a algo, un querer que la cosa sea u ocurra como yo la quiero y sólo como yo la quiero, o un pegarse a algo olvidando el resto.

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Imaginemos a alguien que un día llega a un restaurante y pide un risotto. Esa persona ya había comido varios risottos, pero el de ese día le pareció celestial, le pareció que alcanzó las cumbres del absoluto, pues el buen queso se había derretido de la forma adecuada, había impregnado y casi que dado su propia contextura al arroz, y que esa masa exquisita servía de base perfecta para que sobre ella se posase el sabor peculiar de los ricos langostinos y los camarones y el pulpo, pues era un risotto de frutos de mar.

Es muy fácil ‘apegarse’ a ese plato, cuando se tuvo una degustación tan placentera.

Pero si la persona se apega, va olvidando que además de risottos hay todo tipo de pastas, hay pizzas, hay… todo un conjunto del que el risotto no es sino un elemento. Y perdiendo la visión del conjunto, el propio placer del risotto va disminuyendo, pues es la ley del placer en esta tierra.

Y este apego ya le va causando cierta ansiedad al alma, pues estará retorciéndose por dentro con el temor de que un nuevo risotto no sea tan placentero como el que le causó el éxtasis, o que un día quiebre el restaurante y desaparezca su delicia-risotto; o el simple hecho de pensar frecuentemente en la nueva degustación de risotto que tendrá, no lo deja tranquilo en su día a día. Todo por haberse ‘apegado’ al risotto.

El ‘apegarse’ es un absurdo: Continuemos con nuestro ejemplo imaginativo.

Resulta que una semana después de haberse comido el risotto, el pre-excitado comensal regresa al restaurante y vuelve a pedir el plato pero, ¡oh mala sorpresa!, siente que esta vez no le produjo el encanto de la vez primera. Y comienza a preguntarse el porqué. Saborea una y otra vez el arroz, y su memoria gustativa le dice que el sabor es igual al de la primera. Pero, ¿por qué no está sintiendo el mismo deleite?

Las razones pueden ser muchas, porque todo es una mezcla de factores varios: Puede ser que ese primer día él había tenido una alegría especial, que se mezcló con la delicia de la comida y la elevó. Puede ser que ese día su cuerpo reaccionó de forma especialmente buena a los ingredientes de la comida. Puede ser, puede ser…

Por eso es tonto apegarse. Y además hay una razón de tipo religioso.

Resulta que el universo y el movimiento en el Universo es fundamentalmente una sinfonía tocada por Dios, en la que Dios respeta la libertad de los hombres, sí, pero donde Él quiere tener el papel directriz. Entonces, el comensal del risotto debe es sobre todo dar gracias a Dios porque le permitió degustar un delicioso plato un día, y no apegarse al risotto sino apegarse a Dios, que hoy quiere que yo pruebe una magnífica vianda, pero que mañana quiere que lo haga con otra, y que pasado mañana tal vez quiera que yo pruebe un poco de su sangre pidiendo un sacrificio particular.

Es decir, la forma de no apegarse y no estresarse no es buscar un placer variado, sino hacerse dócil instrumento del Creador que nos quiere «flexibles a todo, dispuestos a todo, a aceptar de buen grado todo e ir adelante. El alma [humana] es polivalente. Ese universo interior que hay en ella va tocando música, conforme el ritmo de los acontecimientos que Dios manda o permite. Y así, [en la flexibilidad a la voz divina] nuestra alma entona el cántico de la Divina Providencia».

«Somos un arpa, y cada caso que sobrevenga, el cual la Providencia quiso o permitió, tira de nuestra alma una nota armónica, y al reposar en la noche, habremos pasado un día de armonías en que hubo desde la serenidad esplendorosa del Tantum Ergo hasta el canto marcial, desde la delicadeza del minueto hasta una música clásica y matemática de un Bach. Entonces, hacemos la Señal de la Cruz, rezamos la última oración y dormimos tranquilamente». 1

Y así, escuchando la voz de Dios en mis acontecimientos del día a día, no solo no nos estresamos, sino que nos integramos en su armonía divina.

Por Saúl Castiblanco

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1 Revista Dr. Plinio, Dezembro de 2012 – A harmonia interna da alma como elemento da contemplaçao da ordem do universo – II

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