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Los nombres del Sacramento

Redacción (Martes, 09-04-2019, Gaudium Press) El Sacramento Eucarístico tiene diversos nombres, los cuales podemos encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica, síntesis de la Fé, de la doctrina y de la moral de la Iglesia Católica a la luz de la Sagrada Escritura, de la Tradición Apostólica y del Magisterio Eclesiástico. Dicho catecismo fue publicado en 1992. Para los lectores ávidos de crecimiento espiritual y de formación, pienso que es oportuno transcribir ipsis litteris los numerales que se refieren al tema:

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«1328 La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:

Eucaristía porque es acción de gracias a Dios. Las palabras eucharistein (Lc 22, 19; 1 Co11, 24) y eulogein (Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones judías que proclaman -sobre todo durante la comida- las obras de Dios: la creación, la redención y la santificación.

1329 Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20) porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del banquete de bodas del Cordero (cf Ap 19,9) en la Jerusalén celestial.

Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él (cf 1 Co 10,16-17).

Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visible de la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).

1330 Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor.

Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa, «sacrificio de alabanza» (Hch 13,15; cfSal 116, 13.17), sacrificio espiritual (cf 1 P 2,5), sacrificio puro (cf Ml 1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza.

Santa y divina liturgia, porque toda la liturgia de la Iglesia encuentra su centro y su expresión más densa en la celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la llama también celebración de los santos misterios. Se habla también del Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de los Sacramentos. Con este nombre se designan las especies eucarísticas guardadas en el sagrario.

1331 Comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo (cf 1 Co 10,16-17); se la llama también las cosas santas [ta hagia; sancta] (Constitutiones apostolicae 8, 13, 12; Didaché 9,5; 10,6) -es el sentido primero de la «comunión de los santos» de que habla el Símbolo de los Apóstoles-, pan de los ángeles, pan del cielo, medicina de inmortalidad (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephsios, 20,2), viático…

1332 Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles («missio») a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.»

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«La sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua» (Presbyterorum Ordinis, Pablo VI). ¿Qué más se puede decir para encomiar este divino misterio?

Si todo esto es la Eucaristía… ¿cómo ignorarla? ¡Hay tantísimos católicos que de ella no participan porque no les importa! Su semana pasa sin la cita obligada del Día del Señor que transcurre como un día más, ofrendado de forma tácita «al mundo, al demonio y a la carne», los clásicos enemigos del alma.

Otra pregunta, y ésta impregnada de preocupación ¿Cómo restarle valor a la Eucaristía? En efecto, ¡cuántos reducen y hasta descomponen las normas litúrgicas propias para la digna celebración, como si estas fueran patrimonio del celebrante o de los fieles, logrando un rito vacío de ortodoxia y de piedad!

Por fin, una interrogación dolorida e indignada ¿Hasta cuándo tendremos que soportar esa la ola de profanaciones contra el Santísimo Sacramento del Altar que se constata por todos lados, en tantos países? Digamos que en un país pagano o irreligioso, se explicaría -aunque nunca se puede justificar. ¡Pero en países de tradición católica, ¿esa irreverencia y ese sacrilegio?! Cuán lamentable es.

Pero felizmente la ignorancia, la desfiguración y el odio no tendrán la última palabra. A los fieles adoradores nos queda empeñarnos en aumentar nuestro fervor reparador, meditando -por ejemplo y por qué no- aquella escena que recogen los Evangelios de Jesús dando su merecido a los vendedores y profanadores del templo (Mc 11, 15-18; Jn 2, 13-16, Mt 21, 12-13 y Lc 19, 45-48).

Por el P. Rafael Ibarguren, EP

(Publicado originalmente en www.opera-eucharistica.org)

 

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