jueves, 28 de marzo de 2024
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Cuando Dios salvó a Colombia haciendo que se fortificase un cerro

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Redacción (Martes, 07-05-2019, Gaudium Press) El Castillo San Felipe de Barajas, en Cartagena de Indias, con su bandera de Colombia ondeante, es todo un símbolo de una nacionalidad que orgullosa hunde sus raíces en la tradición hispánica.

Cuenta Enrique Marco Dorta (1) que ya en la segunda mitad del S. XVII se vio la necesidad de fortificar el cerro de San Lázaro; la amenaza ya no tanto de piratas, cuanto de fuerzas expedicionarias de reinos enemigos se sentía. Y el cerro era un punto estratégico para controlar la entrada a la Bahía.

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Desde el cerro de San Lázaro se divisa toda la isla de Getsemaní y todo el terreno Calamarí, es decir, toda la ciudad fortificada de entonces. No se podía decir que se había conquistado Cartagena mientras que no se hubiese reducido a derrota lo que ahí, en el cerro de San Lázaro se edificó.

Primero se pensó en un fuerte pequeño, y para tal el gobernador don Pedro de Zapata pidió colaboración a los vecinos. Antes habían surgido demoras, indecisiones, pero cuando se decidieron, en solo un año, que concluía el 12 de octubre de 1657, Pedro de Zapata pudo escribir a Felipe IV que ya estaba el Castillo. No tenía idea Zapata, ni el Rey, ni los vecinos que colaboraron con donativos, que en la fortificación del cerro lo que estaban construyendo era el bastión del que pendió la historia de América Latina.

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El Castillo de San Felipe de Barajas en el cerro de San Lázaro fue creciendo como crecen los seres vivos.

Oh paradoja: la traza inicial del Castillo la hizo un antiguo empleado de la Corona de su Majestad Británica, el ingeniero holandés Ricardo Carr, que había huído desde Jamaica y había sido acogido por el gobernador Zapata. Al principio, y siguiendo los planos de Carr, era la fortificación «cuatro garitas, aljibe, almacén y alojamiento para los soldados» 2. Pero durante todo el S. XVIII la construcción se fue llenando de baterías, de rampas y cortinas de piedra, hasta ser el imponente centinela que es hoy en día.

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Fue hasta allí, y solo hasta allí que en 1741 pudieron llegar los ingleses de Vernon, ese almirante que venía con su orgullo, con la sangre americana del medio hermano de George Washington, con su gigantesca flota de más de 180 buques y 39.000 hombres; ese marino inglés que estaba tan ilusamente confiado de su victoria que hasta envió ya esas nuevas falsas a la metrópoli, y que acuñó las hoy ridículas monedas en que don Blas de Lezo se rendía a sus pies.

Varias veces durante el sitio de Cartagena los ingleses quisieron tomarse el Castillo de San Felipe de Barajas. Pero la astucia de don Blas de Lezo, que les cavó un foso el cual hacía que las escaleras de asalto quedaran cortas, el coraje de todos los defensores, y la dureza altiva y firme de las murallas, los rechazó, una vez, y otra vez. Tal vez no haya sitio mejor para poner la bandera de Colombia que en ese fuerte, que la hay, grande, y comúnmente mecida por la brisa del mar.

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Son piedras austeras y elegantes, piedras en donde se mezcla el sudor, el tesón y la laboriosidad de esclavos, criollos y españoles, la generosidad de los cartageneros. Es como un punto monárquico de la nacionalidad colombiana. De pronto el ángel de Colombia habita regularmente en ese castillo, se pasea junto a la insigne estatua de ese medio hombre, el general Pata de Palo, el gran don Blas de Lezo.

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Todo presumía que Cartagena sería propiedad británica por muchos, muchos años, y de ahí, quien sabe más. Y con ello, una grave amenaza a la fe católica y a la nacionalidad. Pero don Blas de Lezo, el Castillo de San Felipe de Barajas, y el ángel de Colombia lo impidieron. En el fondo Dios, quien guía la historia, lo impidió. En San Felipe de Barajas.

Por Saúl Castiblanco

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1 Marco Dorta, E. Cartagena de Indias- Puerto y Plaza Fuerte. 3ra. Edición. Fondo Cultural Cafetero.1988.
2 Ibídem, p. 201

 

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