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Laura Vicuña y la educación Salesiana

Redacción (Viernes, 25-10-2019, Gaudium Press) Encontrarse en la vida con la Beata Laura Vicuña es una bendición de Dios. Algunas veces tropezamos con biografías de mujeres que pasaron por el mundo un tiempo muy largo, y realmente las contrariedades y adversidades las visitaron muy pocas veces hasta la hora de la muerte. Se podría casi decir que no sufrieron mucho en este valle de lágrimas y pecados. Que todo corrió en la vida de ellas de la manera más natural posible sin muchos tropiezos ni contratiempos y se les arreglaron para que todo fuese así, aún al precio de concesiones no muy santas.

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Foto: Salesianos Paraguay

Siempre ver el dolor ajeno pone a pensar a quienes creen que en realidad se puede ser completamente feliz en esta tierra. ¡Quizá ellos! pero no todo el mundo, especialmente las almas más delicadas y sencillas, las más finas y sensibles. Y Laurita Vicuña ciertamente era una de ellas pues al confrontarse con la situación en que vivía su madre con un bárbaro hacendado sin principios morales, entendió a sus apenas diez añitos de edad la gravedad de aquello. Ha podido ser indiferente, evadirse y asumir un comportamiento frívolo y superficial. Ha podido volverse una niña resentida y envidiosa comparándose con las demás. Refugiarse en la misantropía y en la soledad. Convertirse en una refunfuñona criticando todo a su alrededor. Ha podido volverse como está sucediendo hoy día, con tantos niños y niñas que tienen que cargar con un problema familiar, y no encuentran en su colegio quien les tienda la mano y meta el hombro con ellos para ayudarlos a llevar -con espiritualidad y esperanza- su pena oculta que los lanza en la droga o promiscuidad ansiosa.

Pero muy seguramente la educación de las Salesianas de aquel entonces influyó para hacerla comprender que existe una vida más allá de esta que llevamos aquí en el destierro, esperando la dicha de un día sin fin maravilloso y feliz junto al ser que más nos ama. Y eso es lo que Laurita quería, más para su mamá que para ella misma. Quería, como quiere una sufrida niña inocente, que sin saberlo bien se hace víctima expiatoria por su madre, y que probablemente terminó adquiriendo esa tisis nerviosa que la llevó hasta las puertas del Cielo cuando el papa San Juan Pablo II la beatificó en 1988. Hoy estamos esperando una intercesión milagrosa de ella para llamarla santa como llamamos Santa a Juana de Arco o a Santa Teresa del Niño Jesús. Porque la santidad es heroísmo aguerrido y sin condiciones que cuando coge el arado no mira para atrás. Y es increíble que un alma todavía en la infancia haya tomado esa resolución con firmeza. ¿Cuáles fueron las buenas religiosas con fe que le hicieron ver la belleza de la salvación eterna?

Laurita nació en 1891 y murió en 1904. Tenía el tipo humano de una mestiza típica andina pues era chilena de nacimiento. Seria y pensativa, tan diferente de lo que nos muestran por ahí unas pinturas demasiado pueriles. Quizá hubiese llegado a ser una religiosa ejemplar, entusiasmada con su vocación y decepcionada de este mundo ruin que tantas penas le había traído a su alma. A veces Dios nos pasa desde muy temprano por una especie de trilladora de afectos, para que nos desapeguemos de esta vida y pongamos la mira siempre más allá luchando por llevar a otros con nosotros. Laurita se fue adelante abriéndole el camino a su propia madre, como lo hace una hija agradecida, conmovida con el estado de vida pecaminoso que la señora llevaba y resuelta a salvarla.

Ha sido uno de los grandes logros de la educación Salesiana que el santo Don Bosco nos dejó y que sus sacerdotes nunca han dejado de admirar, seguir su ejemplo y proponerlo siempre a sus educandos como un modelo a seguir. No se trata de educarnos para ser felices y exitosos en esta vida sino para prepararnos para la otra. Llámenlo manipulación, lavado de cerebro o culto a la personalidad del fundador, como quieran. Lo demás vendrá nos vendrá por añadidura si Dios lo permite. Al fin y al cabo, decía la gran Santa Teresa de Jesús, esta vida apenas es una mala noche en una incómoda posada. Y San Juan Bosco y sus mejores Salesianos lo entendieron muy bien para enseñárselo a sus pupilos de todos los países donde todavía están. Quiera Dios que esa gracia los siga acompañando hasta el fin del mundo, porque lo que hoy padecemos es una especie de conspiración fríamente programada contra la infancia y la juventud, no tanto para destruirla como para transformarla en una animalizada fuerza de destrucción contra la cristiandad.

Por Antonio Borda

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