viernes, 19 de abril de 2024
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Un turismo sin cultura para gente cruel

Redacción (Viernes, 28-02-2020, Gaudium Press) Venecia se hunde cada día un poco más sin que se perciba mucho. Las aguas ya han tomado cuenta permanentemente de casi el 50% de la ciudad. Los habitantes y dueños de negocios se están yendo a un promedio de mil anuales desde el 2010.

La situación se agravó desde el momento en que la alcaldía decidió dragar más para darle paso a grandes barcos mercantes hacia la zona industrial y a enormes cruceros con turistas. Lo que más se está viendo hundirse es la isla grande, la del gran canal, la del centro histórico, lo cual no deja de ser impresionante y hasta muy significativo pues allí parecía estar morando el ángel tutelar de la gran ciudad.

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Sin embargo la situación no está desesperando a nadie. Los comerciantes apenas lo lamentan obviamente porque el negocio se les acaba. Los pocos venecianos autóctonos que subsisten están preparando su salida poco a poco sin importarles nada que su ciudad desaparezca completamente bajo el mar: ya la explotaron turísticamente hasta enriquecerse lo suficiente y les está importando un comino ver sumergirse aquella joya del Adriático cargada de historia, mercaderes y exploradores aguerridos, milagros, personajes famosos, artistas, músicos poetas, literatos, escultores, pintores, artesanos y mucho más.

Lo más probable es que el turismo siga bajo la modalidad de incursiones navales en pequeñas embarcaciones llevando a la gente entre las cúpulas del catedral de San Marcos y de otras altas torres de las iglesias anegadas. Se verán los tejados de los pequeños y bellos palacetes no más, y los guías contarán que aquí y allá estaba tal o cual antigua residencia y museo de tal o cual personaje o familia antigua. Tal vez se trasbordarán de sus suntuosos cruceros a los tradicionales «vaporettos» sobrevivientes y desde allí les contarán una historia que a muy pocos interesa, pues la mayoría van a tomarse fotos para contarle a sus amigos que estuvieron en la Venecia que está desapareciendo bajo el mar ¡Que romántico! De pronto alguno que otro gondolero con su canotier y camiseta a rayas se ofrezca para una pequeña vuelta a los alrededores de las curiosas almenas sobresalientes del palacio ducal, de los techos de la casa Goldoni, del Ca de oro o algo que todavía se vea del Rialto. En el vaporetto le venderán unas coloridas botas de caucho con su impermeable del mismo color, lo cual el turista encontrará sumamente pintoresco.

Es la mentalidad general del mundo de hoy, burdo y ordinario, insensible y grosero como la de un estibador simplón canturreando canciones de moda mientras carga y descarga en el puerto de espaldas a un mar maravilloso. ¿No será eso un símbolo premonitorio de lo que le acontecerá a toda Europa, la cuna de nuestra civilización?

Al parecer Venecia ingresará en la lista del turismo llamado negro u oscuro, una de las modalidades que hoy ofrecen varias agencias turísticas, un fenómeno aterrador: Gentes que se siente atraídas a lugares donde ha habido recientes tragedias, dolor y sufrimientos, y pagan por ir a ver eso mientras el guía les llena la imaginación de exageraciones y una que otra mentira.

Con el cambio climático, los deshielos, inundaciones, tsunamis, terremotos y pandemias que nos anuncia a diario el «terrorismo ecológico», el mundo va a cambiar o lo vamos a cambiar, pero a muchos no les sorprenderá, porque ya se están acostumbrando al caos, la destrucción, las ruinas y el desorden mundial. Sobrevivirán en medio del basurero a los malos olores y la mugre. No faltarán los que invoquen a ‘extraterrestres’ para que organicen un mundo laico, ateo, aséptico, frívolo, cibernético y un tanto virtualmente esotérico.

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Pero en medio del caos, el cristiano, no pierde la esperanza, porque confía en la mirada materna y el poder de Aquella que en Fátima prometió: «Por fin mi Inmaculado Corazón Triunfará». Busquemos introducirnos en su corazón, para triunfar con Ella.

Por Antonio Borda

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