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La Iglesia del Sagrario en Bogotá: Manifiesto de fe de un pueblo, y del mutuo amor entre él y su Dios

Bogotá (Lunes, 10-05-2010, Gaudium Press) Un voto de piedad debido a su comprobada devoción al Santísimo Sacramento, llevó al Sargento Mayor del Real Ejército de su Majestad, Gómez de Sandoval, a comprar un lote y destinar una suma de su personal peculio, para construir una iglesia dedicada a albergar, para adoración perpetua, a Jesús Sacramentado. Corría el año del Señor de 1.660 y la construcción duraría algo más de cuarenta años en ese terreno aledaño a la catedral de Santa Fe de Bogotá.

Sagrario2.jpg

Catedral del Bogotá, y la

Iglesia del Sagrario a su derecha

La actual disposición arquitectónica del templo ha ido embelleciéndose con el paso del tiempo. La fachada en piedra bogotana muy antigua, es un bello testimonio del trabajo mestizo barroco neogranadino de nuestra iberoamérica. Tiene ella tres niveles, en el primero de los cuales está el portal de piedra esculpida y sus puertas de acceso en bronce forjado en Italia con doce imágenes de la Pasión de Jesús. Todo el conjunto que va hasta las espadañas para amparar seis campanas, basta contemplarlo un momento para sentir que transmite más que la fuerza del arte, la fe de un pueblo y el mutuo amor entre él y su Dios.

En los otros niveles de la mencionada fachada están labrados en piedra viva escudos y símbolos de la piedad del sargento mayor español que la mandó construir y cuyos restos reposan adentro.

La construcción de ese templo fue todo un acontecimiento social para Santafé. La iniciativa la tomaba un varón de la sociedad, involucraba su patrimonio y daba ejemplo de piadoso feligrés, súbdito del rey y ciudadano emérito, en suma, un auténtico hijo de la Iglesia.

Sagrario.jpgTodo el pavimento del templo está hecho en mármol nacional traído de Payandé (Tolima). Alberga adentro más de treinta cuadros originales del pintor santafereño del siglo XVII Gregorio Arce de Vásquez y Ceballos. Cualquier detalle en él es una prueba viva y perenne de la criolla fe de una pueblo que ciertamente cumplía con lo que en aquellos tiempos se llamaba el ‘Mandato’, una especie de voto o promesa que hacían los fieles de una parroquia o lugar de aportar trabajo, limosnas o adornos para una iglesia en construcción. Pero no es menos cierto que no pudieron haber sido descendientes de aquellos hombres y mujeres de esos tiempos en que la filosofía del evangelio permeaba la vida social bogotana, los que el primer de mayo de este año 2010 -fiesta de San José obrero- violentaron a pedradas esa simbólica iglesia dejando agresivos ‘graffitis’ y rompiendo las puertas, ultraje que pasó casi sin pena ni gloria por los medios de comunicación nacionales.

Profanada, la bondadosa capilla del Sagrario quedó impertérrita ante la agresión, esperando ciertamente que los historiadores contemporáneos tengan la pulcritud moral de consignar para la posteridad que el ataque fue totalmente injusto, en tiempos en que la Constitución Nacional proclamaba el derecho a la libertad de cultos y el respeto por los creencias religiosas del prójimo. Súmase a la gravedad del atentado el que la Iglesia del Sagrario fue declarado Monumento Nacional y patrimonio cultural en 1.975.

Por Antonio Borda

 

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