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El "misterio" de las criaturas

Bogotá (Martes, 18-05-2010, Gaudium Press) Las criaturas tienen un «misterio». Hay algo «a más» en ellas que lo simplemente percibido, incluso algo que va más allá de su propia esencia, y ese misterio se ubica en su participación del Ser Absoluto. Como bien lo ha puesto en realce el neo-tomismo -‘redescubriendo’ la doctrina del Doctor Angélico-, lo primero, lo más importante de las criaturas es el Acto de Ser, es el hecho de que las criaturas sean. El ‘ser’ incluso trasciende el ‘acto’, entendido como desarrollo de la potencialidad; por ello al ‘ser’ se le llama la actualidad de todos los actos: «El ser es la actualidad de todas las cosas, e incluso de las mismas formas», nos dice Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica (STh I q4 a1 ad3). «Toda actualidad que no sea la del ser se comporta como potencia en orden al ser», afirma Jesús García López en su ‘Metafisica Tomista’.

La supremacía del ‘ser’ de las cosas radica en que ese ser es una participación del Ser divino: «El ‘actus essendi’ [acto de ser] participado [en las criaturas] es participación de Dios en cuanto acto puro», nos recuerda Cornelio Fabro en su libro ya clásico «Participación y Causalidad según Tomás de Aquino».

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Por Elbyincali

No necesitamos por ahora más presupuestos filosóficos para ya afirmar aquí, que existe pues una muy real -aunque misteriosa- ligación entre las características propias de los seres creados (particularmente los más bellos, los más perfectos) y los atributos divinos, tesis central ésta de la doctrina del pensador católico Plinio Côrrea de Oliveira. Y si Dios se manifiesta así en las criaturas, pues dediquémonos unos instantes a buscarlo…

Por ejemplo en el mar. No nos adentraremos en las riquezas multicolores contenidas en su interior, solo para limitarnos a nuestro espacio ya limitado. Simplemente imaginémonos cómodos contemplando un bello mar.

Mucho más que una verde llanura, más que el desierto, el mar nos da la impresión de inmensidad, de grandeza. Tal vez sea porque sabemos que todas las aguas se conectan formando el grandioso conjunto de las aguas que bañan la Tierra. El mar es inmenso, él se pierde en el horizonte, nuestra vista no puede abarcar sus límites; él nos habla -al consciente o al subconsciente- de infinito, de inmensidad, por tanto de Dios.

El mar tiene una característica que lo acerca bastante a los atributos divinos como es su variedad. La variedad en la unidad -siendo una de las leyes fundamentales de la belleza- es condición para un perfecto reflejo de Dios, puesto que la perfección infinita no se puede reflejar de una manera adecuada si no es en la variedad. Y el mar es vario y variado.

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Por Xavier Fargas

Ora está en calma, apaciguándonos con su serenidad, con su estabilidad, con su tranquilidad, ora se torna -de forma procesiva- en tempestuoso, en borrascoso, en agitado y agresivo, en rugiente y amenazante. De azul profundo o tiernamente claro, el mar se va tornando gris, casi ‘negro’. Y es que así es Dios: suavidad en la serenidad, bonhomía y bondad en la calma, pero también cólera e indignación con relación al mal.

Uno de los grandes atractivos del mar no es solo del mar, sino el de su combinación con el atardecer del cielo. El mar se torna así espejo del firmamento, marco en el que se refleja comúnmente el sol. La homogeneidad del mar en el día, se torna heterogeneidad total cuando espeja los mil colores y figuras maravillosas con que Dios gusta adornar los ocasos. Y en ello el mar también refleja a Dios. Dios es tan pleno de riquezas de todo orden; sus perfecciones son infinitas en número y en intensidad. Y así el mar en el atardecer, no repitiéndose nunca, refleja una vez más la riqueza infinita del Creador.

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Por Bettadesing

Solo en el mar, cuanto a contemplar…

Por Saúl Castiblanco

 

 

 

 

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