viernes, 19 de abril de 2024
Gaudium news > Corazón de Jesús, paciente y misericordioso

Corazón de Jesús, paciente y misericordioso

Redacción (Viernes, 11-06-2010, Gaudium Press) «Corazón de Jesús, paciente y misericordioso». Este título nos trae a la mente una exclamación de Santa Margarita María: «Este divino Corazón es todo dulzura, humildad y paciencia». «Paciente» -del latín, patiens, «aquel que sufre» – es un calificativo muy adecuado para el Corazón misericordioso de Jesús, dispuesto a todos los sufrimientos por nuestra salvación. Contemplamos aquí un Corazón cuyo afecto se mide por su disposición de sufrir. No sería demasiado afirmar que el valor de un hombre, o de una mujer, es proporcional a su capacidad de superar, con ánimo y resignación, los fracasos y dificultades que la Providencia permite en su camino, especialmente cuando se ve blanco de incomprensiones de parte de las personas que le son más próximas. Tenemos, entonces, ante nuestra mirada al Divino Maestro como modelo de paciencia. Ser paciente significa, por ejemplo, saber soportar los defectos del prójimo, responder con amabilidad a sus manifestaciones de mal genio, y tantos otros actos de virtud del mismo tipo.

sagrado_corazon.jpgSi imitamos, en este punto, a nuestro Salvador, haremos justicia a su amistad, conforme escribió Santa Margarita María: «Tendréis que mostraros mansos, soportando con paciencia las groserías, manías y molestias del prójimo, sin dejaros inquietar por las contrariedades que ocasionen. Al contrario, haced de buena voluntad los servicios que pudieres, porque éste es el modo de ganar la amistad y la gracia del Sagrado Corazón de Jesús». Exactamente así procede Nuestro Señor con cada uno de nosotros.

Si actuamos del mismo modo con los otros, crecerá en nosotros la confianza en su predisposición de perdonarnos siempre, no solo una vez, sino todas las veces que a Él nos acercamos arrepentidos. Sí, necesitamos convencernos de esta maravillosa verdad: el Divino Redentor soportó mis pecados y por ellos sufrió; por mi salvación se inmoló, derramando toda su Preciosísima Sangre. Debo, pues, considerar mi maldad con gran contrición, es verdad, pero al mismo tiempo con inquebrantable confianza. ¡No nos dejemos desanimar nunca!

«Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados»

Ésta es la jaculatoria que entonces aflora en nuestros labios. Propiciar -del latín, propitiare- es tornar propicio, tornar favorable por medio de un sacrificio, ofrecer un sacrificio expiatorio. Esto es lo que hizo Jesús, ofreciéndose al Padre como «expiación por nuestros pecados» (1Jn 2,2). Y el Apóstol del amor se empeña en acentuar: «En eso se manifestó el amor de Dios para con nosotros: en habernos enviado al mundo su Hijo único, para que vivamos por Él (…) para expiar nuestros pecados» (1Jn 4, 9-10).
Nuestro Papa Benedicto XVI también se refiere de modo ardoroso al sacrificio del Salvador: «En su muerte en la Cruz se realiza este dirigirse de Dios contra Sí mismo, entregándose para dar vida nueva al hombre y salvarlo: esto es el amor en su forma más radical» (Deus caritas est, n. 12).

Ya muerto en «propiciación por nuestros pecados», quiso Jesús darnos una demostración del extremo límite a donde llegó su amor por nosotros: de su divino Corazón brutalmente traspasado por la lanza del soldado, manaron las últimas gotas de sangre, mezcladas con agua. Por ahí podemos evaluar ¡cuánto es censurable nuestra indiferencia en relación a Él, sobretodo nuestra falta de confianza!

«Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo»

Tal donación generosa hasta el punto de darse a Sí mismo impregna nuestras almas de alegría.

¿Cómo no experimentamos grandísimo consuelo al vernos objeto de tan dadivoso amor? En verdad, la palabra consuelo encierra dos sentidos: por un lado, significa fortalecimiento, nuevo vigor, nuevo aliento; por otro, una sensación de alegría, suavidad, unción del Divino Espíritu Santo. En ambos sentidos, el Sagrado Corazón de Jesús es fuente de todo consuelo, pues llena de júbilo y satisfacción espiritual a aquellos que se abren a su infinita bondad. Pero Él es también nuestra fortaleza. Así, cuando nos sentimos débiles o cansados, cuando nos falta coraje para practicar algún acto de virtud que el deber de católicos nos impone, recordemos: ¡no estamos solos, Jesús está a nuestro lado! En Él encontraremos las fuerzas necesarias para amar a Dios y al prójimo, cumpliendo fielmente los divinos preceptos de su Ley. Sobretodo en esas horas, precisamos lanzarnos a los brazos del Divino Maestro.

sagradocorazon2.jpg¡Ah! ¡Si supiésemos cómo Él suspira por ayudarnos! He aquí como Él revela a Santa Margarita María esta predisposición suya: «Mi divino Corazón está tan abrasado de amor para con los hombres, y en particular para contigo, que, no pudiendo contener en Sí las llamas de su ardiente caridad, necesita derramarlas por tu medio, y manifestarse a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te muestro, los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para alejarnos del abismo de la perdición».

Querido lector, esperamos que esta corta meditación haya servido para hacerlo sentirse más cerca del Corazón de Jesús, y más confiado en su bondad sin límites. Y que también le sea de algún provecho, cuando tenga la gracia de aproximarse al altar para recibir el Divino Alimento. Recuérdese, entonces, que recibimos en el alma, realmente presente, ese Corazón en el cual adoramos todas las perfecciones expresadas tan bellamente en su letanía.

Por el Diácono Carlos Werner, EP

 

Deje su Comentario

Noticias Relacionadas