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Los verdes prados ingleses no se hicieron ‘solos’

Bogotá (Martes, 13-06-2010, Gaudium Press) Los verdes prados ingleses no se hicieron solos, por su puesto. Era grama que luchaba por salir al sol, bajo el frondoso follaje de los bosques que admiraron los romanos, cuando iniciaron la conquista de esa fría isla, tan lejana del centro del mundo de aquel entonces.

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Foto: John Picken

Pero los romanos no necesitaban ser expertos conocedores de césped y comprender que allí había belleza en bruto, para ser pulida y engalanar al mundo con una gran esmeralda vegetal. Sin embargo pasaron guerras y otras contiendas, y los prados fueron atropellados por los cascos de caballos de combate, teñidos con sangre guerrera pero también primorosamente arreglados por las manos inglesas de siglos posteriores ya cristianizadas y a la procura del prado arquetípico del paraíso, que se perdió en la tierra por causa del pecado.

A la grama británica -césped verde que Dios puso para que el hombre de esa isla se recreara a voluntad con croquet, golf y polo- apenas le faltaba ese toque civilizador que solamente un pueblo redimido podría darle para dejarla convertida en tapete de un verde con personalidad propia. Tan propia, que desde el medioevo se hizo expresión política institucional en la sede de la Cámara de los Comunes, la cual conserva en el cuero verde de las largas bancas del salón de deliberaciones, el recuerdo de la primera reunión de gente del común a campo abierto, en un verde prado a falta de recinto para deliberar y exigir derechos frente al rey y frente a los lores.

No consta en los anales de la historia de las civilizaciones, que descendientes de terribles bárbaros como se dice fueron los anglos, no solamente construyeran bellas catedrales y castillos sino que les tendieran alrededor un tapete vegetal con el verde que la Divina Providencia les incluyó en la repartición de paisajes que a ellos les correspondió. Y ellos fueron quienes le enseñaron al mundo tejer prados, incluso los del futbol.

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Foto: Catherine Joll

Suaves, muelles, intensamente verdes, los prados de las islas de la Gran Bretaña descansan la vista, tranquilizan la mente, ayudan a la atención, inspiran el arte y facilitan la práctica de muchos deportes simplemente porque un pueblo tomado de la gracia, se dedicó a mimarlos por amor a lo bello… y a lo funcional; pues a falta de alfombras que no se deterioren en refecciones al aire libre, bien un felpudo césped adecuadamente podado es lo que precisamente hace más agradable al tradicional pic-nic.

Por Antonio Borda

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