jueves, 28 de marzo de 2024
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La analogía y la presencia de Dios en el Orden del Universo

Redacción (Martes, 24-VIII-2010, Gaudium Press) Filosóficamente hablando -es decir, sin entrar en los terrenos de la fe o de la mística- es imposible al hombre conocer directamente, de forma intuitiva, la esencia divina. Como afirma Jesús García López en su «Metafísica tomista», «a Dios se le alcanza a partir de las cosas sensibles y del hombre mismo, remontándonos en alas de la abstracción y de la demostración, con la ayuda inapreciable de la analogía» (Eunsa, 2001, p. 501).

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Foto: William Warby

Por tanto, tenemos que buscar a Dios en sus obras. Y decimos «tenemos», porque las más profundas ansias de nuestro ser claman por hallar a Dios, nos empujan hacia Él. Una mínima introspección nos evidencia que nada nos sacia de una forma en algo plena, si no tiene contacto con lo Absoluto, con lo infinito, en fin con la divinidad. Pero esa introspección también nos muestra que las veces que hemos ‘tocado’ en lo Absoluto, nuestras almas han hallado su morada.

Se dice arriba que la analogía es una ayuda estimadísima para llegar a Dios. ¿Qué es la analogía? Una cosa es análoga a otra cuando es semejante, pero no igual. Es una semejanza imperfecta. La semejanza perfecta sería la igualdad, la semejanza imperfecta comporta diferencias, desemejanzas. Ejemplifiquemos con una aplicación analógica del concepto «león».

El término «león» expresa de forma propia al animal mamífero, carnívoro, que vive en su hábitat natural en África y Asia, de machos de melena, etc. Pero muchas veces se ha empleado ese mismo término para referirse a un hombre, en incluso al propio Hijo de Dios humanado: Él es el León de la tribu de Judá. En este último caso, estamos empleando el término león de una forma análoga. Dice Santo Tomás en De Veritate (q. 7, a. 2) que «el nombre de león no se trasfiere a Dios por la conveniencia que hay en la sensibilidad (en la animalidad del león) sino por la conveniencia en alguna propiedad del león»; es decir en el león está presente el arrojo, la fuerza, la audacia, y eso se halla en grado superlativo en Dios, en Cristo, quien camino al calvario ejemplificó de manera máxima estas cualidades.

«Cualidades», palabra clave. Como afirma también García López, esta vez en sus «Estudios de Metafísica Tomista», si lo idéntico es lo uno en la sustancia, y lo igual lo uno en la cantidad, lo semejante es «lo uno en la cualidad» (Eunsa, 1976, p.35). En el ejemplo dado, la audacia, el arrojo y la fuerza son en esencia las mismas cualidades en Dios y en el León. Es claro que en Dios ellas están presentes de modo infinito, absoluto, actual, etc., y que Dios es causa de todas las cualidades que podemos encontrar en el Universo. Pero quien mira a un león o a cualquier criatura con ojos «a la búsqueda de Dios», podrá hallar a Dios presente en las cualidades que se manifiestan en las criaturas, pues ambos – Dios y criatura- las comparten. Porque la criatura participa de las perfecciones del Creador.

Y así como hicimos de la mano de Santo Tomás con el león, podemos hacer con las montañas, con los atardeceres, con el mar, pero más particularmente, con las cualidades presentes en los hombres, que no solo son semejanza, sino imagen de Dios.

Por Saúl Castiblanco

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