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La belleza (II parte)

Redacción (Viernes, 15-10-2010, Gaudium Press)

Teofanía

La belleza de la criatura es una revelación de la Belleza infinita e indivisible; o sea, es en sentido propio una teofanía, palabra proveniente del griego ‘theophania’, la cual significa «manifestación de Dios en algún lugar, acontecimiento o persona».

Explica Bruyne: Las cosas son bellas en la medida en que manifiestan -de manera sin duda perecedera, mutable e imperfecta- la perfección divina. Así como la palabra de la Sagrada Escritura, la belleza de la naturaleza nos revela a Dios. Por las imágenes sensibles de Su invisible Belleza, el Creador nos recuerda que debemos amarlo.

El conjunto de la creación es una auténtica teofanía, como afirma San Agustín en uno de sus sermones:

Interroga la belleza de la tierra, interroga la belleza del mar, interroga la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga la belleza del cielo… interroga todas estas realidades. Todas ellas te responden: Miradnos, somos bellas. Su belleza es un himno de alabanza (confessio). Estas bellezas sujetas a cambios, ¿quién las hizo sino el Bello (Pulcher), no sujeto a cambios?.

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Foto: Daniel Pujol

Belleza, Bien y Verdad

Los transcendentales bello, verdadero y bueno no deben ser vistos como compartimentos separados, pues están íntimamente relacionados entre sí. La belleza es considerada «splendor boni et veri» – el esplendor de lo bueno y verdadero.

Podemos hacer una comparación con el arco gótico, el cual se compone de dos líneas verticales paralelas que se levantan, se curvan elegantemente y se unen. Una de las líneas del arco se refiere a lo «verdadero», la otra, a lo «bueno», y el punto de unión, a lo «bello».

Según San Alberto Magno, «lo bello es una síntesis de lo verdadero y lo bueno».

Tomás Gallus, también llamado Tomás de Verceil, el último de los victorinos, escribió una obra con el título La estética mística, en la cual muestra, entre otras cosas, la profunda relación entre la belleza y el bien: la vista y el oído colaboran especialmente para captar lo bello; el olfato, el paladar y el tacto para percibir el bien. Comentando este libro, explica Bruyne que el Altísimo es el Bien y la Belleza. Amando a Dios nosotros nos transformamos en Él: contemplando la Belleza, nos tornamos buenos y nos tornamos bellos amando el Bien.

Carlomagno acostumbraba decir que la Religión es en general madre de las artes, y la belleza naturalmente hermana de lo verdadero y lo bueno. Quien comprende y ama la belleza no cae fácilmente en vicios vulgares.

El teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, en su obra Gloria, escribió que, en un mundo sin belleza o incapaz de percibirla, el bien pierde igualmente su fuerza de atracción. Cuando se pierde la capacidad de afirmar la belleza, los argumentos a favor de la verdad agotan su fuerza de conclusión lógica.

Según la filosofía perenne, el aspecto del Absoluto percibido por medio de la sensibilidad es lo bello; lo comprendido por la inteligencia, lo verdadero; y lo deseado por la voluntad, lo bueno.

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Foto: Gustavo Kralj

Si lo bueno, lo verdadero y lo bello están íntimamente relacionados entre sí, lo mismo sucede con lo malo, lo falso y lo feo. Como observa Ulric de Strasbourg, «la fealdad y el mal – también el error, agregamos – resultan de la privación», o sea, no tienen esencia.

No depende del gusto de cada persona

Mucho se habla hoy en día que la belleza es subjetiva. Tal aserción no es nueva, pues ya David Hume (1711-1776), en su Historia de seis ideas, escribió: «La belleza no es ninguna cualidad de las cosas en sí mismas. Existe en la mente de quien las contempla, y cada mente percibe una belleza diferente».

Estas declaraciones están en contradicción con la enseñanza de Hugo de San Víctor: «La belleza es una propiedad estrictamente objetiva de la manera de ser de las cosas. Ella se impone por sí misma, antes de la consideración de cualquier relación utilitaria para el hombre».

Debido a la limitación de este artículo, no presentaremos los diversos argumentos para refutar la idea de subjetividad de la belleza, la cual, además, se aplica también a los otros dos transcendentales. Pues, si la belleza es subjetiva, ¿por qué no serán subjetivos la verdad y el bien? Vemos así que subjetivismo y relativismo son doctrinas afines.

Recordemos solo la consideración formulada por los autores de una obra publicada por la Universidad de Navarra (España): Si la pulcritud de algo dependiese del gusto de cada uno, no tendría ningún sentido hablar de belleza y fealdad.

Definiciones de belleza

Considerando los textos de arriba, podemos ahora presentar algunas definiciones de belleza.

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Alcázar de Segovia – Foto: Diego R. Lizcano

Conforme Cicerón, «la belleza es el brillo objetivo de la forma indivisible, la superabundancia de luz formal, la liberalidad sin límites de idea, impregnando todas las armonías y dándoles un sentido».

En su obra Invitación a la estética, Adolfo Sánchez Vázquez (1999, p.186) presenta varias definiciones de belleza, entre las cuales destacamos las siguientes:

Idea eterna, perfecta, inmutable, de la cual participan, temporal, imperfecta y diversamente, las cosas empíricas bellas (Platón); resplandor de una luz inteligible en las cosas sensibles (Plotino); esplendor del Supremo Bien en las cosas sensibles (Marsilio Ficino); esplendor de la forma en lo sensible (Maritain); modo de estar presente la verdad como desvelamiento del ser (Heidegger).

Algunos autores conceptúan la belleza como siendo «el esplendor de la forma en las partes proporcionadas de la materia».
Según los escolásticos, la belleza es la unidad en la variedad.

Por Paulo Martos

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