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San Ireneo, el León de Lyon

Redacción (Lunes, 21-11-2010, Gaudium Press) La Santa Iglesia, ya en sus inicios, pasó por numerosas pruebas. De entre ellas podemos enumerar las persecuciones del Imperio Romano, que derramó una cantidad enorme de sangre inocente, haciendo que numerosos cristianos pagasen con la propia vida el hecho de abrazar la Fe Católica. Pero había otro enemigo mucho más sutil y astuto que ya no visaba quitar la vida del cuerpo, como lo hicieron los malos emperadores romanos, sino arrancar y destruir en las almas la Fe. A este propósito bien afirmó el Divino Salvador: No temáis a aquellos que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed antes a aquel que puede precipitar el alma y el cuerpo en el infierno (Mt 10, 18).

Irineu.jpgEste pérfido enemigo se llama herejía, y se vistió de diversos ropajes a lo largo de los siglos, unas veces negando directamente las verdades de la Fe, otras veces buscando reinterpretarla de acuerdo a falsos criterios.

Pero a pesar de eso, podemos afirmar con San Pablo: Es necesario que entre vosotros haya partidos para que puedan manifestarse los que son realmente virtuosos (1 Cor, 11,19); pues así como un músculo que pasa mucho tiempo en la ociosidad corre el riesgo de atrofiarse, algo análogo pasaría en caso que la Santa Iglesia no tuviese herejías y enemigos para combatir. Las herejías contribuyen en amplia medida para el desarrollo de la Doctrina Católica, pues una vez siendo necesario refutar las falsas enseñanzas, acaba Ella desarrollando la verdadera doctrina y fortaleciendo sus sagradas «murallas» contra los ataques de sus adversarios internos y externos.

Uno de los grandes baluartes de esa «muralla» fue, y continúa siendo, San Ireneo de Lyon. Este trabajo visa dar un breve resumen de su vida, y de su obra maestra el Adversus Haereses.

Vida de San Ireneo

Del período post-apostólico, (desde el final del primer siglo hasta la mitad del segundo), hasta el siglo sexto, la Santa Iglesia tuvo a su servicio una multitud de hombres insignes en santidad, sabiduría y ardor apostólico; entre ellos está Ireneo.

Un misterio flota sobre su vida; lo poco que se sabe a su respecto es que nació alrededor del año 150, que su ciudad natal es probablemente Esmirna, situada en el Asia menor. Todo indica que su familia era cristiana, pues como él mismo describe en una de sus cartas, aún siendo niño frecuentó las predicaciones del obispo San Policarpo de Esmirna, que a su vez fuera discípulo del apóstol San Juan Evangelista, por eso le fue conferido el título de vir apostolicus. He aquí el trecho de la carta que San Ireneo (1995, p.15) escribió a Florino, ex condiscípulo de San Policarpo, que apostatara y se tornara valentiniano, recordando la ocasión en que ambos se encontraron en la casa de este santo:

Con efecto, te conocí (a Florino), siendo un niño todavía, en el Asia menor, en casa de Policarpo. Tú eras entonces personaje de categoría en la corte imperial, y buscabas estar en buenas relaciones con él. De los acontecimientos de aquellos días me recuerdo con mayor claridad que los recientes, porque lo que aprendemos de niños crece con el alma y se hace una misma cosa con ella, de manera que hasta puedo decir el lugar donde el bienaventurado Policarpo acostumbraba sentarse, cómo entraba y cómo salía, el carácter de su vida, el aspecto de su cuerpo, los discursos que hacía al pueblo, cómo contaba sus relaciones con Juan y con los otros que habían visto al Señor…

Los historiadores, con base en este texto, afirman que San Ireneo fue uno de los últimos hombres apostólicos de su era. Él mismo al comentar los padres apostólicos decía que ellos todavía tenían la voz de los Apóstoles en los oídos y sus ejemplos delante de los ojos.

Por razones desconocidas, dejó el Asia menor y se dirigió a la Galia, alrededor del año 177. Se estableció en la ciudad de Lyon, donde fue ordenado presbítero.

La cristiandad enfrentaba en ese período un gran enemigo: la herejía del montanismo. La ciudad de Lion, situada en la antigua Galia, actual Francia, pasaba por numerosas dificultades y persecuciones por parte de estos herejes. San Ireneo fue enviado a Roma para encontrarse con el Papa San Eleuterio, con el objetivo de servir de mediador en la cuestión de la herejía y para pedir al Santo Padre una condenación categórica del montanismo. La carta, que en esta ocasión entregó al Papa, traía muchos elogios a su persona y daba de él una excelente recomendación. Eusebio de Cesarea cita este trecho en su historia eclesiástica: «esperamos que pidiendo a nuestro hermano y compañero que te lleve esta carta, tengas para con él el aprecio debido a su celo por el testamento de Cristo».

Regresando de Roma, fue electo, por aclamación popular, obispo de Lyon, sucediendo en la cátedra episcopal a San Potino, que murió debido a los malos tratos recibidos en la prisión por parte de los montanistas, con noventa años de edad.

Querella de Pascua

Con base en los pocos trazos biográficos relegados a la posteridad y fundamentados en sus obras percibimos el carácter combativo de San Ireneo y su gusto por la polémica. Un ejemplo palpable fue la controversia con relación a la fecha de la Pascua, en la cual el santo entró y acabó apaciguando la cuestión. Helcion Ribeiro en la introducción de una de las obras de San Ireneo transmite los datos históricos que despiertan:

Decían los obispos de Asia -bajo el liderazgo de Policrates de Efeso- conservar la fecha hebraica de la fiesta de Pascua, adoptada por Juan; para las Iglesias occidentales y algunas de Oriente era otra la fecha celebrada. En determinado momento el Papa avocó a sí la decisión, amenazando con la excomunión a los que no lo siguiesen: se anunciaba así calurosa división en la Iglesia. […] Ireneo lo invitaba a no romper la unidad cristiana por esta cuestión disciplinar y secundaria, al final eran ambas tradiciones venidas de los apóstoles en contextos diversos.

Pacificados los ánimos, San Ireneo -según el decir de Eusebio de Cesarea- hizo justicia al significado etimológico de su nombre, cuyo radical Irene significa paz.

Sabiduría y ciencia unidas a la santidad

Constituye un hecho innegable, la erudición de Santo Ireneo. A lo largo de sus obras denota un profundo conocimiento bíblico; en ellas encontramos la citación de casi todos los libros bíblicos. Además, nutrió contactos con grandes sabios y santos de su época, como San Clemente Romano, Teófilo de Antioquia, Clemente de Alejandría y el ya citado arriba, San Policarpo de Esmirna. El conocimiento que poseía de los autores clásicos demuestra rica cultura y un arte de «filtrar» los datos necesarios para el enriquecimiento literario de sus escritos. En ellos encontramos citaciones de Homero, Hesiodo, las doctrinas de Platón y Aristóteles, entre otros.

Uno de los trazos preponderantes de su vida, fue el hecho de él haber unido esa erudición y sabiduría a un profundo amor a Dios, pues sus obras, más allá de tener como base un profundo cimiento cultural y filosófico, exhalan el suave perfume de la santidad y llevan a aquellos que las leen a crecer en el amor a Dios.

Muy poco se sabe respecto a su muerte. Una tradición antigua, que remonta San Jerónimo al Pseudo-Justino, afirma que fue martirizado por heréticos, alrededor del año 202, juntamente con otros cristianos, en una masacre que hubo en la ciudad de Lyon, bajo el reinado del emperador Sétimo Severo. La Santa Iglesia lo venera como mártir, celebrándolo el 28 de junio.

Apenas por los datos arriba enunciados llegaríamos a la conclusión de que toda la obra emprendida por San Ireneo fue magnífica, entretanto, su mayor mérito fue el de haber identificado, reconocido y refutado radicalmente el gnosticismo. De su trabajo se establecieron bases y principios generales para combatir todas las herejías que amenazaban a la Esposa Mística de Nuestro Señor Jesucristo.

Por Lucas Antonio Pinatti

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