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Una ética original y originaria

Redacción (Viernes, 24-12-2010, Gaudium Press) La cuestión ética, hoy, asume proporciones de una importancia que no debe ser descuidada, pues jamás puede consistir en un negocio, un juego de intereses o algo pasajero, sino en un compromiso fundamentado en la ética original y originaria, conforme explica de modo muy exacto el P. Carlos Arboleda Mora: «Original porque propia al cristianismo y originaria, pues es raíz de toda la acción social en el mundo». [1]

El Papa Benedicto XVI, en Caritas in Veritate, llamó la atención a los peligros de una ética vagamente interpretada, particularmente cuando ella se presta a «designar contenidos muy diversos, llegándo a hacer pasar a su sombra decisiones y opciones contrarias a la justicia y al verdadero bien del hombre». El Papa impera allí la necesidad de una ética «amiga de la persona» (n. 45).

En verdad, corrientes de la ética contemporánea afirman un postulado hace mucho tiempo predicado por el Cristianismo: En el relacionamiento humano, el hombre nunca podrá ser un medio para otro hombre, algo que se usa, sino debe ser considerado como un fin.[2] No se refiere al fin último, que es el propio Dios -que debe animar y continuamente purificar este relacionamiento, como raíz y principio- sino considerado en la búsqueda del bien común, proporcionando felicidad, siendo que ella «está más en dar que en recibir» (At 20, 35).

Ahora, la Iglesia siempre ha tenido algo fuerte y creíble para presentar al mundo y que se funda en el mandamiento nuevo traído por Nuestro Señor Jesucristo (Cf. Jo 13, 34-35) iluminando y firmando las reglas de oro éticas de todos los tiempos. Los autores más insospechados lo reconocen. Por ejemplo, J. B. Bury, entre varias críticas fuertes al Catolicismo, atribuye a los cristianos la extensión de la caridad a todos, una vez que Sócrates, al formular «la regla de vida ‘haced a los otros’, probablemente no quería incluir entre los ‘otros’ esclavos o salvajes». [3] O incluso Voltaire, al reconocer que los «Pueblos que no profesaban esta religión romana imitaron, pero solo de forma imperfecta, caridad tan generosa». [4]

Una vez que las raíces cristianas de Occidente son un hecho histórico innegable e inevitable, la moralización de los pueblos está en la base de una construcción civil que vino a sufrir una fuerte ruptura cuando se quiso disociar la moral de la religión y fundamentarla en la mera razón. Kant no es un nombre raro en este sentido. Los fundamentos de la sociedad Occidental son sólidos; entretanto, sufrieron conmociones, en la medida en que se debilitó la moralidad y la influencia que la Iglesia tenía en ese campo. A pesar de esto, van soportando el peso de una mentalidad que se preocupa más con el crecimiento del edificio, que con los fundamentos morales que lo soportan. Pensamos en ciertas sociedades apodadas simplemente de ‘primer mundo’, debido a la «calidad de vida» mensurada por varios valores de referencia de carácter universal, con máquinas, técnica, esperanza media de vida… todo esto es bueno, pero está lejos de lo excelente si no es acompañado por una fuerte estructura moral.

Corrêa de Oliveira llega hasta a ponderar el peligro de la ruina de un pueblo que viva con mucha técnica y poca moral. Conforme él:

El fundamento de toda civilización es la moralidad. Y cuando una civilización se edifica sobre los fundamentos de una moralidad frágil, cuanto más ella crece, tanto más se aproxima a la ruina. Es como una torre que, asentándose sobre cimientos insuficientes, se derrumbará cuando llegue a cierta altura. [5]

En verdad, el hombre no puede olvidar que por detrás de toda la cultura actual está un patrimonio moral, que progresó en la medida que agregó nuevas cosas a las ya existentes. El problema está en que muchas veces ciertas premisas válidas, inmutables y perennes son olvidadas o deliberadamente dejadas de lado, en nombre de una cultura, dicha moderna, en la que se sobrepone lo nuevo, despojándose de lo existente. Sin embargo, aquello que tiene su fundamento en Cristo goza de la perennidad matizada por las diferentes maneras en que son presentadas las riquezas de las varias culturas. [6] La ley moral de la Iglesia posee sus raíces en Nuestro Señor, y por tanto, en la ley eterna, además de estar también fundamentada en la ley inscrita en el corazón de los hombres, la natural. Una ética sin cualquier fundamentación teológica o metafísica está sujeta a las frágiles bases del compromiso social. [7]

Los Papas, y el colegio episcopal en unión con él han propuesto y aplicado las enseñanzas de la moral en sus múltiples ámbitos, siempre en nombre y con la autoridad a ellos confiada por Jesucristo. Estas enseñanzas, inspiradas por el Espíritu Santo, envuelven también cuestiones relativas a la vida social, o incluso la economía y la política, nunca dejando de exhortar a la verdad. El Magisterio interviene así para exhortar las consciencias y proponer valores.[8]

Ahora, entre tantos problemas que afligen a la sociedad humana de nuestros días, nos enseña el Papa Benedicto XVI en Caritas in Veritate que «el problema decisivo es la solidez moral de la sociedad en general» (n. 51). Ésta es la llave de oro para abrir la puerta de la solución de múltiples temas, y está desde siempre en las manos de la Iglesia. Entretanto, como en tantas cerraduras duplas, la puerta se abre más fácilmente con el concurso de otra llave. Y el Estado la tiene en sus manos, cabiéndole también una palabra. Las dos llaves, cada una en su cerradura, serán capaces de abrir las puertas a la construcción del bien común y la civilización del amor.

Por el Diác. José de Andrade, EP
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[1] ARBOLEDA MORA, Carlos. Experiencia y testimonio. Medellín: UPB, 2010, p. 22.

[2] Ver estudios de ética no utilitarista ou consecuencialista que defienden esta tesis, como los presentados por: CHALMETA, Gabriel. Ética Social: Familia, profesión y ciudadanía. 2. ed. Pamplona, EUNSA, 2003. Sobre todo las páginas 30-31; 42 y el capítulo V em general que aborda La cuestión de La amistad. Também en RHONHEIMER, Martin. La Perspectiva de la Moral: Fundamentos de la Ética Filosófica. Madrid: Rialp, 2000, p. 109-115.

[3] Ver BURY, J. B. The Idea of Progress. Fairford: Echo Library, 2010, p. 5.

[4] Apud WOODS JR, Thomas. O que a civilização ocidental deve à Igreja Católica. Lisboa: Atheleia, 2009, p. 185.

[5] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Século de Progresso ou de ruínas. In: Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, n. 34, jan. 2001, p. 9.

[6] El proprio Papa João XXII decía en el inicio del Concilio Vaticano II, el 11 de oct. 1962: «Occorre che questa dottrina (= la dottrina cristiana nella sua integralità) certa e immutabile, che dev’essere fedelmente rispettata, sia approfondita e presentata in modo che risponda alle esigenze del nostro tempo. Altra cosa è infatti il deposito stesso della fede, vale a dire le verità contenute nella nostra venerabile dottrina, e altra cosa è la forma con cui quelle vengono enunciate, conservando ad esse tuttavia lo stesso senso e la stessa portata»: AAS 54 (1962), 792; cf L’Osservatore Romano, 12 ottobre 1962, p. 2.

[7] Este es el pensamiento del Arzobispo Jean-Louis Bruguès, expuesto em conferencia Del 01/11/2010 en el Seminario Santo Tomás de Aquino de los Heraldos del Evangelio, abordando a Encíclica Veritatis Splendor, de Juan Pablo II.

[8] Se pueden encontrar estas ideas sobre todo en el nº 4 de la Veritatis Splendor del Papa Juan Pablo II (1993). Conforme el Arzobispo Jean-Louis Bruguès en la conferencia arriba citada, «la propia Encíclica visa mostrar el derecho del Magisterio en intervenir en ciertas cuestiones particulares».

 

 

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