viernes, 19 de abril de 2024
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En un mar de zafiro, aguamarina y de diamantes azules

Bogotá (Miércoles, 12-01-2011, Gaudium Press) Como ya afirmara Santo Tomás en los legendarios tiempos de la escolástica, el conjunto de los seres refleja a Dios, y sólo el conjunto lo refleja de una manera adecuada dándole la gloria que merece, cosa que no conseguiría un solo ser, por más perfecto que fuese.

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Foto: Pat Dalton

Quiso Dios entretanto, que ese conjunto fuera diverso y jerárquico: «En esa nobleza [de los seres] hay muchos grados, unos más elevados y otros más bajos. (…) La substancia viva es más noble que la inerte; la sustancia sensitiva, más noble que la puramente vegetal, y la sustancia humana, cuya forma sustancial es el alma espiritual e inmortal, es mucho más noble que la puramente sensitiva» dice el reconocido tomista contemporáneo Jesús García López, en su Metafísica tomista. «El ser se nos manifiesta graduado».

Entretanto todas las perfecciones que hay en las criaturas, sea en lo que tienen de perfectas o de no completamente perfectas, remiten al espíritu humano en busca de absoluto hacia ese Ser eterno, inmutable, suma perfección: «La nobleza ontológica, en todos los grados en que nos es conocida de manera experimental, es una nobleza limitada, finita, en comparación con la suprema nobleza que debe corresponder a un ser infinito y por esencia», continúa García López.

La nobleza infinita, está a una distancia infinita de la nobleza finita creada.

Sin embargo, las perfecciones finitas no pueden sino ser «participación» de una perfección infinita: «Todos aquellos seres en los cuales esos tipos de perfecciones se encuentren limitadas, y por consiguiente no les correspondan por esencia, es necesario que las tengan por participación» del Ser «que las poseerá por esencia, y por ello en su grado máximo», expresa el metafísico español.

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Foto: Mike Baird

Palabras más, palabras menos, la creación nos habla de Dios.

La creación es el catecismo abierto a todos, verdadera pedagogía sensible de la existencia del Absoluto. Un cielo azul, o nublado o violeta, nos habla de Dios. Un cielo poblado de estrellas nos habla de Dios. «Partiendo de las perfecciones contenidas en los efectos de Dios, podremos alcanzar algún conocimiento de las perfecciones que en Dios mismo se encuentran, o sea, podremos tener algún conocimiento esencial de Dios, pero ‘en tanto que Dios se encuentra representado en las perfecciones de las criaturas’ «, sigue García López.

Nuestra alma desea absoluto, quiere infinitud y no descansará hasta encontrarlo. Entonces, aunque las criaturas son finitas, ellas tienen «sabor» de infinito, reflejos del infinito, y en el ejercicio de su contemplación podemos tener noticias de Dios. Pero cuidado,  las criaturas pueden ser también «peligrosas».

Ellas hablan de Dios pero no son Dios; no son sino el mero instrumento para llegar hasta Él. El pecado es justamente el tomarlas como Absoluto, el preferirlas al Absoluto. Para que esto no ocurra nuestra contemplación debe ser desinteresada. Al admirar las perfecciones de una criatura, el ser humano debe no desearlas exclusivamente para sí, sino que debe buscar en ellas ese «más allá», del cual ya hablan, que en definitiva no es sino Dios.

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Foto: Stewart Leiwakabessy

Este ejercicio puede ocurrir de forma escalonada. Por ejemplo, un lindo mar de zafiro -como se dice de ciertos paisajes mediterráneos- puede llevarnos a imaginar un mar de un líquido que fuese verdaderamente el zafiro pero «derretido», con tonalidades cambiantes, con brillos maravillosos e impredecibles. Y este mar de verdadero zafiro puede ser ocasión para «crear» en nuestro espíritu otro mar más perfecto, por ejemplo, de aguas que combinan las tonalidades del zafiro con el aguamarina, la fluorita y los diamantes azules. Y así por delante, cada vez más cerca de Dios.

Y cuando el hombre desinteresadamente así actúa, contempla e imagina, ocurre algo paradójico: las perfecciones de la criaturas empiezan a habitar en su propia alma…

Por Saúl Castiblanco

 

 

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