viernes, 29 de marzo de 2024
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La Pascua y el Futuro

San Pablo (Lunes, 02-05-2011, Gaudium Press) Por más ‘ateizada’ que esté la sociedad en nuestros días, ella se deja conmover por algunas fiestas religiosas, como Navidad o Pascua. Y no solo en los aspectos comerciales, en que el nefando consumismo las reviste, sino en sus aspectos espirituales también. El tesoro infinito de las gracias compradas por la Redención continúa sustentando a las almas. Es lo que se nota en diversos países, donde las manifestaciones de los fieles fervorosos se revisten de aspectos singulares; por ejemplo, en España.

Es difícil no encantarse con los magníficos ‘pasos’ de la Pasión del Señor. Se ve en las múltiples andas que salen a las calles en los días de la Semana Santa, un acumulo de arte sobre arte, un deseo de perfeccionar las expresiones de piedad y afecto, de requintarlas, de tornarlas reales. Sí, tornarlas reales. ¡Pobres hombres del siglo XXI! No perciben que para tornar reales las demostraciones de aprecio por lo sobrenatural deben buscar la clave en su propio interior. Ahí, aunque con pocos recursos, se consigue todo. Y cuando los medios materiales no faltan, ¿qué se puede obtener? Pero el alma del ganancioso hombre de estos días está demasiado ocupada con aspectos materiales: precisan ganar dinero para vivir, cuidar de la salud para ganar dinero, divertirse para no cansarse de ganar dinero, organizarse, estudiar, debatir, promover el arte para crear los medios para gastar y recuperar el tan infame dinero. Es en función de este vil elemento que vive -y se pierde- la tan desarrollada y ‘culta’ sociedad moderna.

view.jpgPor contraste, considérese la Semana Santa en un distante rincón del África, un lugarejo perdido en el bosque, pobre e inculto. La iglesia no es más que una choza, probablemente sin bancos. Las imágenes, cuando existen, son de la más elementar artesanía.

Ornatos, perfumes de incienso, flores, son lujo raro. Pero, entonces, ¿cómo realizar las sagradas ceremonias de Semana Santa, si faltan totalmente los medios materiales? Encontrando a quien se disponga a vivirlas antes en el alma que en el cuerpo. Y existen personas así.

Es lo visto a través de algunas fotos de un dedicado apostolado hecho por los Heraldos del Evangelio en Mozambique. Lo más lujoso del ambiente eran los paramentos sacerdotales y los hábitos de los Heraldos que, como siempre, expresaban seriedad, dedicación, desapego, alegría, virtud. El resto era un pueblecito exultante de contento, dignificado por los misterios que celebraba, vibrante de esperanza implícita en sus generosas sonrisas.

Otro aspecto de la Semana Santa se puede observar, también a través de reportajes fotográficos, en la provincia de Sucumbíos, Ecuador, actualmente bajo los cuidados pastorales de la Sociedad Virgo Flos Carmeli, de los Heraldos del Evangelio. El piadoso público ecuatoriano literalmente vibró de alegría en las ceremonias de la Pasión y Resurrección del Señor, realizada en Nueva Loja.

En este lugar, ya con razonables recursos materiales, fueron organizadas lindas ceremonias, dentro de la más alentadora ortodoxia católica, donde se notaban, en el público presente, fervor, éxtasis, deseo de servir, deseo de imitar y seguir a Nuestro Señor Jesucristo y Su Madre Santísima; y en las fisionomías infantiles, además de inocencia, mucha determinación.

Pero, el ‘supra-sumo’ de las ceremonias en esta Pascua fue lo que se pudo vivir en la Iglesia de los Heraldos del Evangelio, en la Sierra de la Cantareira, municipio de Caieiras, Brasil. ¡Oh! Cuán bueno sería si una multitud millones de veces mayor que la que se aglomeraba en la iglesia en estos días pudiese haber vivido la Pasión del Señor como los que allí estaban.

Los comentarios respecto a estos eventos se dividen en dos grupos: los expresables y los inexpresables. De estos últimos solo podrán tomar conocimiento los que participen el próximo año y reciban las gracias derramadas en profusión en esa ocasión. En cuanto a los expresables, para no ahogar al lector por su superabundancia, serán considerados en su orden cronológico.

El jueves santo, día de la institución de la Sagrada Eucaristía, una recogida atmósfera de alegría y piadosa expectativa se apoderaba de los fieles, constituidos, en su mayoría, por miembros de los Heraldos del Evangelio y también por numeroso público de la Parroquia Nuestra Señora de las Gracias.

view 2.jpgLa iglesia estaba impecablemente limpia. El piso de piedras coloridas brillaba y, sobre él, como sobre un espejo, se inició el cortejo de entrada. Era de impresionar el número y la compenetración de los sacerdotes Heraldos. Solo para asistir a este cortejo, habría valido la pena estar allí. Con inmaculados paramentos blancos, se desplazaban más o menos como se imagina que ángeles se desplazarían: con garbo, con recogimiento, con seriedad, y mucha piedad. De sus lugares en el presbiterio concelebraron la Santa Misa, a la que el riquísimo ceremonial desarrollado por los Heraldos dio un brillo extraordinario.

Todo el movimiento de acólitos, lectores, diáconos, era hecho con mucha ligereza, pero, al mismo tiempo, con ciertas características que bien transmitían el deseo que esta familia de almas tiene de ser Iglesia realmente militante. La palabra clave de la emocionante homilía fue la consideración del sagrado dicho de evangelista, comentando Nuestro Señor «Y habiendo amado a los suyos, los amó hasta el final». Y el sacerdote repetía conmovido varias veces: «¡Hasta el final os seguiremos, Señor! ¡Hasta el final!»

Lo más emotivo, sin embargo, ocurrió al final de la celebración, cuando, después de la traslación del Santísimo Sacramento al Monumento – que, además, constituyó un capítulo aparte, con el Santísimo llevado bajo una rica ‘ombrella’ precedida por dos turiferarios que caminaron de espaldas todo el tiempo, incensando continuamente el Rey de los Reyes -, al volver, iniciaron la denudación de los altares. La luz de las doce antorchas que habían acompañado al Señor fueron apagadas una a una, el turíbulo fue presentado vacío, los castízales y toallas fueron retirados, y se pasó del auge de los cánticos de alegría, magistralmente entonados por el coro y orquesta de los Heraldos, al silencio de las voces y el sonido fúnebre de la matraca. Se iniciaba la Pasión.

Se esperaba para el Viernes Santo una homilía que recordase a todos los sufrimientos del Redentor, los deberes de ahí derivados, etc., como suele suceder en esta augusta ocasión. Pero la sensibilidad mística de los Heraldos dejó directamente a la gracia divina esta función. Para dar ocasión a la acción de la Providencia en las almas, organizaron una bellísima presentación de la lectura de la Pasión, cantada en el mejor y más auténtico gregoriano por un grupo de seminaristas y sacerdotes Heraldos. Y Dios hizo Su parte. La gracia tocó realmente las almas, y en muchas fisionomías las lágrimas fueron testigos de esto.

Muchos otros aspectos habría que comentar: la prosternación del joven sacerdote al inicio de la ceremonia, momento en que él intercede, pidiendo perdón por los pecados de todos, la inauguración del gran Crucifijo, acompañado del elocuente cántico «He aquí el madero de la Cruz, del cual pendió la Salvación del mundo…», que invitaba a la adoración, y, al mismo tiempo, a abrazar la cruz individual… y tantos otros que quedan en la memoria y en el corazón.

Esta atmósfera de invitación a la santidad, a la entrega radical a Dios, a la unión a Jesús sufridor para el rescate del mundo, perduró durante todo el sábado, donde la iglesia, de luto, estuvo cerrada. En la noche de este día, sin embargo, con la ceremonia iniciada en medio de tinieblas, un elocuente sermón versando sobre la incondicionalidad de lo católico en nuestros días, para asemejarse enteramente al Divino Redentor, tuvo como cuadro perfecto una artística profusión de flores y velas que adornaban el presbiterio.

¡Gaudium magnum annuntio vobis! Fueron las palabras dichas por el diácono al celebrante. Y esta gran alegría fue sentida por todos los presentes. Cristo resucitó realmente, ¡aleluya! ¡Ah! ¡Qué suspiros de alivio! ¡Qué alegría auténtica! ¡Qué felicidad! ¿Será que alguna vez en la vida los ateos o los impíos llegan a experimentar profundamente estas consolaciones?

view 3.jpgDe los sermones del triduo de la Pasión, tres palabras quedaron: «Hasta el final, Señor, hasta el final os seguiremos», «Todo está consumado». «Incondicionalidad». La Providencia había cumplido su función. El mensaje fue dado. Cumple a los fieles, ahora, aprovecharse de él.

Igualmente, de las tres contemplaciones sobre la Pasión y Resurrección del Señor hechas aquí, se pueden sacar tres elementos para el futuro de la Iglesia y del mundo: de España, el requintado arte religioso; de África y de Sucumbíos, la sed de lo maravilloso, lo bueno, lo bello, lo verdadero que todavía hay en los pueblos; y de las ceremonias en los Heraldos del Evangelio, la pureza de la doctrina revestida del más atrayente universo de símbolos, y basada en la autenticidad de una vida de virtud, de desinterés personal, de amor profundo y sincero por Cristo y por su Iglesia. Que podamos, por el bien de las almas y la gloria de Dios, ver realizada, cuanto antes, la suma de estos preciosos elementos, para que la Sangre de Cristo, generosamente derramada sobre el mundo, sea totalmente aprovechada.

Por Elizabeth Kiran

 

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