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Una vez más la princesa

Redacción (Miércoles, 18-05-2011, Gaudium Press)

Algunos días después del interesante encuentro con la Princesa de Travancore, en la Iglesia de los Carmelitas, en Trivandrum, otra oportunidad surgió para nuevo contacto. Una abogada católica, líder de una numerosa comunidad laica, y amiga de las misioneras protagonistas de esta historia, las incentivó a buscar personalmente a la princesa, garantizándoles que ésta las recibiría con mucho agrado, por ser persona muy educada y culta. Dicho y hecho. Con un simple telefonema (una simple llamada) fue marcada la audiencia.

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City Palace, Jaipur Foto: Pablo Nicolás Taibi

Kowdiar Palace, nombre oficial de una de las residencias de los soberanos de Kerala, se sitúa a poca distancia del centro de Trivandrum. Está rodeado por densa floresta. Sus imponentes portones se abren a una construcción concluida en 1915, en estilo inglés. La amplia avenida que conduce a la entrada pasa bajo árboles centenarios, poblados de pájaros y lindas mariposas, abundantes en el clima húmedo de la India. Una escalera sin pretensiones conduce a un amplio hall, en cuya pared del fondo hay dos magníficas columnas de alabastro, iluminadas por dentro, y que sirven de moldura a un imponente cuadro representando uno de los antiguos reyes de Kerala. De este hall salen varios corredores amplios, que conducen a las diversas alas de la construcción. Guiadas por un ceremonioso, desconfiado y bien nutrido servidor, las misioneras fueron atravesando diversos salones. Con paso corto, que les permitía observar la opulenta decoración del palacio, llegaron, al final, a una sala pequeña, decorada con simplicidad y confort, ampliamente iluminada por la luz solar.

La princesa se hizo esperar algunos minutos, como dando tiempo al espíritu de sus visitantes para prepararse para la entrevista.

Ya en el primer contacto, durante el evento donde conocieron a la princesa, vieron que, por el tema tratado, ella no era una princesa de cuento de hadas. Al contrario, era actuante en la sociedad, tenía sentido crítico agudo y aire de quien, caso hubiese oportunidad, no negaría participación en la vida política de la nación.

Aquí entra. Trajeada con simplicidad sorprendente para las costumbres del país – un simple ‘saree’ de algodón crudo y un único hilo de oro al cuello – de estatura media a alta, esbelta, de tez morena clara, saludó a las visitantes en un elegante inglés británico. Sus luminosos ojos negros no se fijaban enteramente de frente a sus interlocutoras, sino que venían como de abajo para arriba, escondiéndose un poco bajo las espesas cejas. Al inicio, tantos detalles para observar, se tornaban difíciles incluso las cotidianas conversaciones indispensables en estas ocasiones. Era todavía necesario no dar a entender que se estaba haciendo una pesquisa, una investigación, o un mapeo del lugar. La etiqueta exigía naturalidad y compostura, cualidades que la anfitriona tenía de sobra.

La conversación fue fluida y agradable, y después de comentar las impresiones que la cultura y el paisaje causaban en las visitantes, estas ofrecieron a la Princesa un CD con cantos gregorianos. La etiqueta milenaria de este país pide que un regalo siempre sea ofrecido con ambas manos y que así también sea recibido. Con una elegantísima reverencia la Princesa lo aceptó, y, todavía de acuerdo con la tradición, no lo abrió. Situación embarazosa para las misioneras, que tenían en vista retribuir, con alguna ocasión para la Gracia actuar, la gentileza de que habían sido objeto en la palestra. Se les ocurrió, entonces, decir que las músicas de aquel CD eran en algo semejantes a la melodía entonada por la Princesa al inicio de la ceremonia en los Carmelitas. Interesada, pidió perdón por abrir el regalo, y quiso conocer el contenido. Como no tuviese allí un aparato para eso, pidió que le aclarasen lo que decían las melodías y que las cantasen. ¡Era la Gracia! En pocas palabras le explicaron el Ave María, entonando en seguida la melodía. En verdad, las propias misioneras se emocionaron un poco, pues todo indicaba ser la primera vez que aquellas paredes oían el canto de saludo del Ángel a la Madre de Dios, y la fisionomía de su anfitriona les sugería que ella emocionada en sus fibras más íntimas. Y no se engañaron. A partir de ahí, la conversación fue una serie de confidencias, de manifestaciones de consonancia, de deseos de alzar vuelos de alma. Recordando ciertos momentos del pasado en que había sido tocada por Gracias semejantes, la Princesa se emocionó.

La entrevista, que debería durar unos veinte minutos, ya se prolongaba por una hora y media. Con mucha distinción, se acordó la anfitriona de que, tal vez, sus visitantes tuviesen otros compromisos, y noblemente las despidió, con las delicadas manifestaciones de afecto que el pueblo indio es maestro, sin muchas palabras, pero con muchas miradas y suaves gestos de cabeza, y sugiriendo ocasiones para nuevos contactos.

Resurge en este momento, de atrás de una pared, el servidor desconfiado, ya con una amplia sonrisa en el rostro oscuro y haciendo mil reverencias a las misioneras. Llamó a uno de los pintorescos rickshaws para conducirlas de regreso a su residencia, y sus asentimientos entusiasmados eran el índicio de que su señora había quedado extremamente contenta, y por eso él agradecía también.

Mucho más bonito que en un cuento de hadas, ¿no es? Aquí, la Gracia divina estaba presente.
Poco tiempo después, las misioneras tuvieron que dejar el país, pero el recuerdo de esta princesa quedó en sus corazones y en sus oraciones.

Por Elizabeth Kiran

 

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