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Las diferentes cruces

Redacción (Jueves, 15-09-2011, Gaudium Press) «Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierde la vida por amor a Mí y la Buena Noticia, la salvará» (Mc 8, 35).

Esta afirmación tan categórica exige de nuestra parte un especial análisis y degustación, por ser repetida, además, en los otros Evangelios (cf. Mt 10, 38-39; Lc 17, 33; Jo 12, 25). Aquí se encuentran las condiciones para ser verdaderos discípulos de Cristo.

Cruz-300x207.jpg1. «Si alguien quiere…» – Depende de nuestra libre voluntad. Esperar una gracia que realice en nosotros la plenitud de nuestra salvación, sin el menor concurso de nuestra voluntad, es confundir Redención con Creación, o la vida eterna con la natural. Esta invitación, evidentemente, debe recibir una respuesta afirmativa de nuestra parte. Y es indispensable que sea fervorosa, pertinaz y continua. No podemos olvidarnos un solo segundo de esta determinación.

2. «…niéguese a sí mismo…» – El origen de todos los pecados se encuentra en el amor desordenado a nosotros mismos, en detrimento de la verdadera caridad. Y el mejor remedio para esta terrible enfermedad es esa renuncia a nosotros mismos, para encontrarnos en Dios. Su primer grado consiste en el horror al pecado mortal, prefiriendo morir a consentir en esta aversión a Dios. El segundo dice respecto al pecado venial consciente y deliberado. El tercero incide sobre las imperfecciones y el amor propio, tan furtivo en inmiscuirse hasta en la práctica de las virtudes. Al progresar en este último grado, mayor se torna nuestra libertad interior, como también el gozo de la paz y de consuelos. Quien vive en lo opuesto a estos tres grados, o no entendió la grandeza de esta invitación, o conscientemente lo rechazó.

3. «…tome su cruz…» – ¡Hay cruces y cruces! Las extraordinarias se presentan delante de nosotros en épocas de persecución religiosa. Son los suplicios y la propia muerte. Debemos enfrentarlos tal cual lo hicieron Jesús y todos los mártires, jamás renegando nuestra fe.

Otras habrá que son comunes a todos los tiempos. Gran parte de ellas no son buscadas por nosotros, sino indeseadas, como por ejemplo, las enfermedades, las debilidades de la ancianidad, los rigores del clima, etc. Otras, también, son oriundas del acaso: las pérdidas financieras, las desgracias, los contratiempos, la pobreza, la incomprensión y el odio gratuito de parte de los otros, persecuciones, injusticias. A veces, son los efectos de nuestro propio carácter, temperamento, inclinaciones, etc.

¡Cómo son numerosas las cruces que surgen a lo largo de nuestra vida!… No las podemos evitar; al contrario, tenemos obligación de cargarlas. Y la experiencia nos muestra cómo ellas se vuelven más pesadas sobre nuestros hombros cuando las portamos entre lloriqueos y gemidos, o, peor aún, si contra ellas nos revelamos. Además, en estos casos disminuimos, o hasta perdemos, los correspondientes méritos.

Por último, están también las cruces escogidas libremente por nosotros. Abrazar la vía del matrimonio, o la de una comunidad religiosa, o todavía la de laico soltero viviendo cristianamente en el mundo, significa comprender y desear todos los sufrimientos que son correlatos a cada situación. El cumplimiento perfecto de cada una de las exigencias del respectivo estado de vida, la subordinación de las pasiones, el freno de los caprichos, la privación de estas o de aquellas comodidades, etc., constituyen un campo florido de cruces, inherentes al camino elegido por nuestra deliberación. Sin contar la aridez, el aburrimiento, el disgusto que de tiempos en tiempos nos asaltan a lo largo del camino recorrido por nosotros, y sin vuelta atrás. Pero si nuestra decisión fue consciente y, sobre todo, si tuvo origen en un soplo del Espíritu Santo, jamás nos debemos arrepentir. Muy al contrario, llenémonos de ánimo y hasta de entusiasmo, dando pasos firmes rumbo a la meta final de nuestra salvación.

4. «… y sígame» – Si empleásemos lo mejor de nuestros esfuerzos, practicando los mayores sacrificios para cargar nuestra cruz, pero en un camino diferente del trazado por Jesús, ¡no bastaría! Es preciso abrazar la propia cruz, «por Él, con Él y en Él». En la contemplación de los padecimientos de la Pasión de Cristo, encontraré las energías para cargar mi propia cruz.
En cuanto a perder o salvar la vida, comenta el P. Andrés Fernández Truyols SJ: «Lo que el Maestro quiere gravar en el corazón de sus oyentes es que debemos estar dispuestos a pasar por todo, incluso la muerte, desde que sea para salvar el alma. Porque de nada sirve al hombre ganar todo el mundo si, al final, viene a perder su alma, o sea, si no alcanza la salvación eterna» (1).

Por Mons. João S. Clá Dias, EP

1) Vida de Nuestro Señor Jesucristo, BAC, Madrid, 1954, vol. III, p. 369.

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