viernes, 19 de abril de 2024
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Para que todo cambie

3661_M_fbc44a8c1.jpgRedacción (Miércoles, 02-11-2011, Gaudium Press) «Sueño con un tiempo cercano en el que no exista diócesis en la que no haya una iglesia o al menos una capilla en la que día y noche se adore al Amor sacramentado. ¡El Amor debe ser amado! En cada diócesis, y mejor si también en cada ciudad y pueblo, deben haber manos alzadas al cielo para implorar una lluvia de misericordia sobre todos, cercanos y lejanos, y entonces todo cambiaría». (Los Ángeles, 11 de octubre 1011 (ACI/EWTN Noticias). Así se expresó recientemente en los Estados Unidos el Cardenal Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero.

¡Qué lindo anhelo al cual se une todo fiel amante de la Eucaristía! Que en cada diócesis, que inclusive hasta en cada pueblo, se adore día y noche al Señor Sacramentado.

Indudablemente la Iglesia no solo tiene vida sino que su vida crece sin cesar, progresando en el conocimiento, el amor y el servicio de Dios. En los primerísimos tiempos del cristianismo, la Eucaristía se celebraba asiduamente según se lee en los Hechos de los Apóstoles (2, 42): «Eran fieles a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a la oración».

5161_M_2e9629f4.jpgDurante los siglos posteriores, más o menos hasta la edad media, la reserva del Santísimo tenía como objeto principal servir de viático para enfermos y moribundos; no era común la vigilia junto al tabernáculo. En el Concilio de Trento, al soplo de la Contra-reforma, mucho se explicitó y se reglamentó sobre el Santo Sacrificio de la Misa y sobre el Misterio Eucarístico en general. Este año se cumplen 500 años de la fundación en España de la primeras Hermandades Sacramentales que surgieron del celo de Teresa Enríquez, «la Loca del sacramento».

Muchas otras almas eucarísticas ha habido de entonces para acá. En el Siglo XIX surge la figura impar de San Pedro Julián Eymard, fundador de obras eucarísticas y gran propulsor de la Adoración Perpetua. Hermann Kohen y Luis de Trelles fulguran en la misma onda. Más tarde San Pio X, el Beato Manuel González y tantos otros redescubren, se adentran y propagan el culto a Jesús-Hostia.

¿Qué nos dice este progresivo ahondamiento en el fervor eucarístico? Se trata del reconocimiento agradecido del mayor beneficio de nuestra santa religión: «¡Dios está ahí!», como dice la canción. ¿Cómo no ser sensible a ese acontecimiento permanente?

Gracias a Dios, en los días que corren la adoración eucarística cunde cada vez más en nuestro mundo. En muchas ciudades europeas como Roma, París o Zaragoza, ciudades de gran tradición católica, hay lugares de adoración perpetua; pero eso no llega a llamar mucho la atención. Impacta, en cambio, el saber que, por ejemplo, en la sola ciudad de Chicago (centro y alrededores, zona urbana) hay nada menos que 17 iglesias donde se adora las 24 horas del día al Señor expuesto en la custodia; sin hablar de las decenas de otras parroquias o capillas del mismo lugar donde hay adoración solo diurna o nocturna.

5170_M_f9c8f3ab8.jpgHay muchos descontentos con el rumbo de las cosas en la sociedad. Se va tornando costumbre que algunas personas en ciertas ciudades del mundo salgan a las calles a manifestar su inconformidad y a protestar; se les llama «los indignados». Suelen ser manifestaciones donde hay violencias, heridos y hasta muertos. Si en vez de hacer esos desordenes que todos lamentamos, algunos «indignados» acudiesen ante el Señor Sacramentado y le dijesen respetuosamente su «indignación», pidiéndole su intervención… otro sería el rumbo de la historia. Si los católicos que hacen parte de esos indignados comprendiesen la potencia de la adoración eucarística, ciertamente en vez de ir a la calle irían ante el Santísimo.

Hacemos votos, junto con el Cardenal Piacenza, para que cada vez más el Amor sea amado y así cumplir al pie de la letra la sentencia proferida por Jesús al rechazar la tentación del diablo: Al Señor tu Dios adoraras y solo a Él darás culto (Mt. 4, 10). Realmente, como dice el Purpurado, «entonces todo cambiaría».

Por Mons. Rafael Ibarguren EP

 

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