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La Bioética cristiana es la más preparada para responder al hombre de hoy

Redacción (Jueves, 23-02-2012, Gaudium Press) El Papa Benedicto XVI, en Caritas in Veritate llamaba la atención al peligro que existe en la adopción de una ética sin un fuerte compromiso cristiano, pues se acaba por «designar contenidos muy diversos, llegándose a hacer pasar a su sombra decisiones y opciones contrarias a la justicia y al verdadero bien del hombre» (n. 45). Ahora, continúa él, la Iglesia «tiene una contribución propia y específica para dar, que se funda en la creación del hombre ‘a imagen de Dios’ (Gn 1, 27), un dato del cual deriva la dignidad inviolable de la persona humana y también el valor transcendente de las normas morales naturales» (n. 45).

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La ética no es relativa

El problema con una dignidad meramente ética es que ella permanece siempre relativa y sujeta a juicios morales en desarrollo, inestables. Se torna necesario el recurso a una dignidad humana que sea ontológica, y, por tanto, inevitablemente tendiente a la metafísica, además de una dignidad teológica que se fundamente en lo absoluto, complementándose ambas.1 Hay que prestar atención, pues cuando se hace un apelo a la ética, éste no debe consistir en sistema cualquiera, vacío o alienado en contenidos. Esta cuestión envuelve una importancia que debe estar lejos de ser descuidada. Es peligroso considerarla un negocio, pasar por un juego de intereses o incluso algo pasajero, sino que tiene que tornarse un compromiso serio, radicado en una ética original y originaria.2

La ética debe tener una base metafísica y religiosa

Cuando la bioética se funda en cualquier ética, se corre siempre el riesgo de atropellar la dignidad humana con ideologías impregnadas de utilitarismo, consecuencialismo, y procesualismo, que son, varias caras de una misma moneda, acuñada inicialmente por Bentham y Mill, basando en cálculos de felicidad y utilidad para los hombres, valorizando el hedonismo, y juzgando la bondad o maldad del acto por su utilidad, y no por el hecho en sí, pareciendo repetir el dicho maquiavélico de que los fines justifican, o absuelven los medios,3 desde que la satisfacción, en su todo, sea alcanzada.

No se tardaría en caer en morales populistas como las de Peter Singer, con todos sus errores perniciosos, pues el hombre no tardaría tampoco en ser evaluado según ese modelo: así, aquellos que no poseen uso de la razón, ya sea porque no lo poseen, o porque lo perdieron, dejan de estar incluidos en la categoría de personas, tal vez por no ser útiles…4. Parecen estar así justificados algunos de los mayores crímenes que se cometen hoy contra la dignidad de la persona.

La Bioética, para ser, de hecho, una ética de la vida, tendrá que tener un referencial que la transcienda. Nosotros no inventamos la existencia, ella nos es dada, por tanto, don gratuito. Desde el punto de vista de la vida que recibimos, de ese acto de amor de Dios creador, nuestro punto rector tiene necesariamente que transcender, pues materialmente hablando, no se fundamenta ni justifica nuestro ser. Un mundo que da las espaldas a su autor, y que dirige la visión para causas puramente materiales, se vuelve incapaz de dar el necesario valor a la vida, y al propio hombre, los relativiza.

Escribió de modo cuidadoso el Cardenal Elio Sgreccia, antiguo presidente de la Pontificia Academia para la Vida, que el «silencio de la metafísica», dio lugar al relativismo, a una ética racionalista laica, que no debería dejar de enfrentarse con lo absoluto, pues la razón pide al hombre que se enfrente con valores humanos y normas éticas cuyo origen es transcendental. 5 Realmente, una ética sin cualquier fundamentación teológica o metafísica está sujeta a las frágiles bases del compromiso social. 6

Agrega el canónigo Jorge Teixeira Cunha, en su excelente Manual de Bioética, que la falta de confrontación con la evidencia metafísica y lo Absoluto en los presupuestos de esta materia, lleva a un «aletear en el vacío de una egolatría sin horizonte». Justificar racionalmente la norma del bien moral» no debe excluir, cuanto a su juicio, la consideración del pensamiento religioso y teológico cristiano, dice. 7

Vemos, de este modo, que una alianza entre la ética y la mística es fundamento y base para la vida en plenitud del hombre peregrinante en esta tierra, don del Creador, preámbulo de aquella misma felicidad eterna a la cual todos están llamados. En las bellas palabras del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira:

«Si nuestro fin propio es conocer, amar, alabar y servir a Dios, nuestra naturaleza, máxime cuando elevada al orden sobrenatural, debe tender enteramente a este fin. O sea, todas nuestras actividades mentales y físicas deben dirigirse al conocimiento de la verdad y práctica del bien. Tanto cuanto en el Cielo, esta finalidad es real en la vida terrenal, pues nuestra naturaleza se orienta toda para lo que será en la eternidad. Sus tendencias fundamentales ya son lo que eternamente serán.

Y como la vida terrenal no puede ser contraria a nuestra naturaleza, se sigue que ella ya es de algún modo, su substancia, en lo que tiene de más interno, esencial e íntimo, en el plano natural como en el sobrenatural, la misma vida de contemplación, amor, alabanza y servicio de Dios que tendremos en el Cielo». 8

Por el P. José Victorino de Andrade, EP

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1Cf. ALZATE RAMÍREZ, Luis Hernando; OSORIO, Byron. Op. Cit., p. 47; 50-51.

2 «El reto que se plantea para la ética es fundamental. Las posiciones éticas cotidianas de los cristianos simplemente se confunden con la ética dominante que puede ser una defensa coyuntural de los derechos humanos. O también puede aparecer la iglesia defendiendo un vago humanismo como cualquier Organización no Gubernamental. O se predica un amor a los demás, universalizante y abstracto sin compromiso de la persona. La ética no se reduce a ser un ‘buen negocio’. El recurso al compromiso ético no es cuestión de ‘imagen’ (se puede ser ético para obtener ganancias y estatus) o de estar a la moda, sino de fundamentación y fundamentación en una ética original y originaria. Original por ser propia del cristianismo y originaria pues es fundante de toda acción social en el mundo». (ARBOLEDA MORA, Carlos. Experiencia y testimonio. Medellín: UPB, 2010. p. 22).

3 Cf. MAQUIAVEL. O Príncipe. Trad. Lívio Xavier. São Paulo: Ediouro, 2005. p. 73.

4 «Niños muy pequeños, débiles mentales, ancianos en demencia y sujetos permanentemente inconscientes no deberían ser considerados personas ni serían, por tanto, sujetos de los derechos básicos que habitualmente adscribimos a las personas. Desde semejante planteamiento tienen cabida el aborto, la eutanasia y todos aquellos males que se ciernen sobre los débiles de la sociedad». CARRODEGUAS NIETO, Celestino. El concepto de persona a la luz del Vaticano II. In: Lumen Veritatis. São Paulo. No. 12 (Jul. – Sept., 2010); p. 44.

5 Cf. SGRECCIA, Elio. Manuale de Bioetica. 4. ed. Milão: V&P, 2007. Vol. 1. p. 30.

6 Esta ideia está fundamentada na conferência feita pelo Arcebispo Jean-Louis Bruguès, abordando a Encíclica de João Paulo II Veritatis Splendor, no Seminário São Tomás de Aquino (São Paulo – Brasil) no dia 1 nov. 2010. Ver também o nº 53 do documento.

7 Cf. TEIXEIRA DA CUNHA, Jorge. Bioética Breve. Apelação (Portugal): Paulus, 2002. p. 6.

8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A contemplação terrena, prenúncio da visão beatífica. Em: Revista Dr. Plinio. São Paulo. Ano IV. No. 42 (Set., 2001); p. 21.

 

 

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