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Fundadores de obras Eucarísticas: Más allá de su paternidad específica, llamados a fraguar perfiles eucarísticos en los fieles

Madrid (Viernes, 02-03-2012, Gaudium Press) Reproducimos a continuación la exposición del P. Rafael Ibarguren Schindler EP, Asistente espiritual de la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia, realizada en el Encuentro Mundial de Responsables y Directores Espirituales de las Obras Eucarísticas de la Iglesia, realizado en la Universidad Católica San Antonio de Murcia en febrero pasado.

Fundadores de obras Eucarísticas: Más allá de su paternidad específica, llamados a fraguar perfiles eucarísticos en los fieles

Universidad Católica San Antonio de Murcia, febrero de 2012

• 1. Centralidad de la Eucaristía

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P. Rafael Ibarguren EP

El Divino Fundador, después de profetizar en Cafarnaun que se daría en alimento, en un exceso de amor instituyó aquel jueves santo, el Sacramento Eucarístico -sacrificio, presencia y banquete- juntamente con el sacerdocio ministerial para poder perpetuarlo hasta el fin del mundo y hacer posible así la santidad y la inmortalidad de la Iglesia. Habiendo celebrado con sus discípulos en el Cenáculo su última Pascua y, en cierto sentido, la primera Misa católica de la historia, un día después, antes mismo de resucitar, triunfó en el árbol de la cruz, atrayendo al mundo entero a Sí (Jn. 12, 32).

Toda la historia de la salvación está en tensión en función del Misterio Pascual que se hace nuevamente presente en la celebración Eucaristía, el sacramento por excelencia. El Verbo de Dios se hizo carne, no solo para establecer ese admirable intercambio de humanarse para divinizarnos o para poder padecer y así redimirnos, sino también para estar con nosotros hasta el fin del mundo y ser, en todo tiempo y lugar, celebrado, adorado y comido.

La Eucaristía fue el elemento constitutivo de la Iglesia naciente: «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hech 2,2 42). Y así será «hasta que vuelva» (1Co 11, 26). Ella es, como lo es el mismo Jesús, la roca sobre la que se construye y la piedra angular de la que depende todo el edificio del cristianismo. Del cristianismo, que no es una ideología o una filosofía original, sino una Persona: la segunda Persona de la Santísima Trinidad hecha hombre con la que hay que configurarse. «El cristianismo es una Persona, una presencia, un rostro» (Juan Pablo II. Berna, 5/6/ 2004). Cristo es una Persona que, además de hacerse carne, se ha hecho pan.

Esta verdad fundamental de nuestra fe está repleta de consecuencias: es transformante de nuestras vidas y ordenadora del culto que se presta a Dios; los bautizados deben hacer de sus vidas una «eucaristía», una oblación, una acción de gracias, realizada a la luz del misterio instituido en el Cenáculo y consumado en el Calvario. La Iglesia -como los cristianos- vive de la Eucaristía.

• 2. Los fundadores en la vida de la Iglesia

Entre los santos que la Iglesia nos propone como modelos, se destacan las figuras de fundadores de familias religiosas que legaron a sus hijos espirituales y a la Iglesia toda, lo más rico del tesoro de su intuición, de sus explicitaciones y de su vida, plasmando una espiritualidad y una praxis específica que actualiza y perpetúa la buena noticia del Evangelio.

Como se sabe, desde los albores de la Iglesia, el pastoreo ha sido un ministerio necesario entre los cristianos, desdoblamiento del mandato del Señor «vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19), y una consecuencia necesaria del fuego de Pentecostés. Los Apóstoles recogieron ese legado y lo vivieron hasta el derramamiento de su sangre. Desde entonces, ser bautizado no es muy diferente de ser discípulo, y ser discípulo equivale tantas veces a ser misionero y a tener una paternidad sui generis sobre los beneficiarios de la misión: misión que podrá realizarse dentro los muros de la propia casa o en tierras incógnitas. En efecto, no se puede callar el Evangelio, «¡Hay de mi si no evangelizare!» (1 Cor. 9, 16) puede exclamar cualquier cristiano.

Pero ha habido hombres y mujeres providenciales que han ido más allá de ese imperativo común. Con un carisma original, fundaron familias religiosas para vivir y hacer vivir la fe; mucho más a la luz de modos de ser encarnados, que a partir de escritos o de reglas. Porque el Espíritu siempre vivifica y arrastra, mientras que la letra suele, cuando mucho, convencer… cuando no, matar. Ahí están las falanges de los Benitos, de los Franciscos, de las Teresas de Calcuta, iniciadores de un camino que refleja, cada uno a su manera, algunos de los múltiples aspectos de la figura de Nuestro Señor y de Su misión. Estudiarlos es fascinante, pero no tarea fácil, pues importa en adentrar en los misterios del propio Dios.

Curiosamente, es en el siglo XX, especialmente después del Concilio Vaticano II, que el tema «fundadores» entra en escena en la vida de la Iglesia con plena ciudadanía (Cf. Romano, Antonio; «Los Fundadores profetas de la Historia – La figura yel carisma  de los fundadores dentro de la reflexión teológica actual». Madrid, Publicaciones Claretianas, 1991. Citado por Santiago Canals  Coma, Centro Universitario Italo Brasileiro, Sao Paulo, 2008, pags. 12/14), siendo Pablo VI quien por la primera vez en un  documento del Magisterio oficial (Exhortación Apostólica Evangelica Testificatio de 1971), consagró la doctrina de los fundadores al utilizar la expresión carisma de los fundadores: «Solo así podréis despertar de nuevo los corazones para la Verdad y para el Amor divino, según el carisma de vuestros Fundadores suscitados por Dios en su Iglesia». Posteriormente, Juan Pablo II y Benedicto XVI (este último en cuanto Papa y en cuanto Cardenal), se servirán en muchas ocasiones de la
expresión fundadores.

Es significativo que «el 88,7 por ciento de las figuras históricas con carisma fundacional han vivido en los siglos XIX y XX» (Hernández Díaz, José María, «Francia en la Educación de la España Contemporánea», Ediciones Universidad de Salamanca 2011). El Código de Derecho Canónico de 1983 al hablar de la vida religiosa, cita la figura del fundador en varios de sus cánones subrayando que no solo las reglas, más el espíritu y los propósitos del fundador han de ser fielmente guardados (576, 578). Los especialistas en la materia son unánimes en considerar que para entender una fundación, es más importante el espíritu del fundador que la regla que deja. El carisma fundacional, cuando es auténtico, es un don del Espíritu Santo.
De ese Espíritu que sopla donde quiere, de forma inesperada y de manera precedentemente inimaginable…

Una característica fundamental de un fundador es su dependencia total de la Iglesia de la cual él espera que acoja su carisma. La fundación no perderá su propia identidad, pero será cuidadosa en afinar toda su realidad con la disciplina de la Iglesia. No existe fundación fuera del gremio del cuerpo místico de Cristo.

A su vez, es un deber de conciencia para los «fundados», armonizarse constantemente con el espíritu del Fundador que equivale a una ley suprema, pues el Fundador es un «Evangelio vivo». Por lo tanto, los hijos espirituales no pueden permitirse suprimir, agregar o modificar lo que estaba en la raíz del pensamiento y del espíritu del Fundador. Y el talento y la experiencia de los sucesores no suplantan ese «evangelio viviente» que es el fundador. En realidad se establece una especia de código genético espiritual que parte del fundador, y solo de él, de una forma única e irrepetible. La paternidad espiritual de los fundadores resulta así en una generación real y no apenas de sentido honorífico.

El fundador es un padre para los de su linaje espiritual. Es preciso haber sido llamado a un carisma específico para comprenderlo plenamente. Y no se trata de entender esto de forma meramente racional: la doctrina de los fundadores es
incomprensible sin el auxilio de la fe.

Ninguna familia religiosa es igual a otra, pero hay un aspecto común en todas ellas, como los rayos de luz que emanan de un mismo sol. Son facetas de Cristo. Los fundadores son como palabras de la única Palabra, aspectos particulares de la totalidad del Evangelio. En ese sentido, son portadores de una misión profética, una vez que la característica principal de un profeta no es la de adivinar el futuro sino la de guiar al pueblo de Dios en algún momento providencial. Los fundadores son también, a imagen del Maestro, «señal de contradicción» (Lc. 2, 34) para sus contemporáneos y suelen transitar el camino pascual del sufrimiento y de la purificación. No es raro que la novedad de un fundador contradiga opiniones en boga y criterios establecidos.

La lista de los fundadores es enorme y variada. Y comporta originalidades como, por ejemplo, el caso de un laico médico partero del siglo XVIII, Pierre Etienne Morlanne, que es el Padre Fundador de una congregación religiosa femenina, las Hermanas de la Caridad Maternal en Metz, Francia. O la de una laica italiana contemporánea como Clara Lubich, fundadora del movimiento de los Focolares, de cuya espiritualidad participan millones de hombres y mujeres en todo el mundo, entre los cuales tantos sacerdotes.

En líneas generales y muy resumidas, está presentada la doctrina de los fundadores y su papel en la vida de la Iglesia. Ahora hablaremos de fundadores de obras eucarísticas.

• 3. Fundadores de Obras Eucarísticas

Considerada en rápidas pinceladas la centralidad del misterio eucarístico, y después de haber ofrecido una aproximación del papel de los fundadores en la vida de la Iglesia, vamos ahora a tratar en concreto de algunos fundadores de obras Eucarísticas.

Voy a citar a algunos exponenciales: el religioso apasionado que fue San Pedro Julián Eymard; el Obispo celoso llamado Beato Manuel González; la cortesana ejemplar, Teresa Enríquez, la loca del Sacramento; el intelectual comprometido en la vida pública, Luis de Trelles y Noguerol.

De estas cuatro figuras ejemplares, evocaremos brevemente el carisma y la labor. Ellos nos son ya conocidos, pero no será inútil revivir sus ricas vivencias, al tiempo que, recordándoles, les rendiremos homenaje y pediremos su intercesión

1) San Pedro Julián Eymard (1811-1868) o Dios esplendente en el ostensorio.

Eymard tuvo un curioso itinerario: primero -y contra la voluntad de sus padres- fue novicio de los Oblatos de María Inmaculada, más tarde sacerdote diocesano, después, de la congregación marista hasta que, por fin, se consagró como religioso y fundó sus congregaciones y asociaciones eucarísticas. Se definió a sí mismo como un «Jacob siempre en camino». Escribía tres años antes de su muerte: «¡Cuánto me ha amado el buen Dios! ¡Me ha llevado de la mano hasta la Congregación del Santísimo Sacramento! ¡Todas las gracias han sido gracias de preparación, todos mis estados, un noviciado! Siempre ha sido el Santísimo Sacramento quien ha dominado». (Blog Religiosos sacramentinos)http://es.ssseu.net/ index.php?option=com_content&view=article&id=48&Itemid=76

Su corazón estaba abrazado de un amor apasionado a Jesús Eucarístico. En 1861 escribía: «Me obsesionaba la idea de que no hubiese ninguna congregación consagrada a glorificar al Santísimo Sacramento con una dedicación total; debía existir esa congregación… Entonces prometía a María trabajar para ese fin». (http:// www.corazones.org/liturgia/santos/pedro_julian.htm)
En una de sus numerosas obras escritas dedicadas al Sacramento del Altar escribió: «Amemos a la Eucaristía apasionadamente. Dirán «¡pero esto es una exageración!». Pero ¿qué es el amor sino exageración? Exagerar es ir más allá.

Pues bien, el amor debe exagerar. Quien se limita a hacer lo que es estrictamente su deber, no ama. Nuestro amor, para ser una pasión, debe sufrir la ley de las pasiones humanas (…). Pues bien, en el orden de la salvación es necesario también tener una pasión que nos domine la vida y haga producir para la gloria de Dios todos los frutos que el Señor espera (…).

¡Amad tal virtud, tal verdad, tal misterio, apasionadamente! Ofrendad vuestras vidas, consagrad vuestros pensamientos y trabajos. Sin eso no alcanzareis nunca nada. Seréis apenas un asalariado, nunca un héroe. Todo pensamiento que no se termina en una pasión, que no acaba por tornarse una pasión, jamás producirá nada de grande». («O Santísimo Sacramento», colección «Os grandes autores espirituais, n° 24, Ediciones Paulinas, Sao Paulo, 1956, pags. 27 a 32)

Evidentemente, estas afirmaciones no son fruto de un raciocinio meramente especulativo sino de una experiencia llena de lucidez y de calor. Nos hacen pensar en lo que nos dice San Juan en su Evangelio cuando pasa a relatar la última Cena del Señor: «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn. 13, 1). Jesús, que quiso quedarse en el Sacramento, fue un apasionado…

San Pedro Julián Eymard decía que en el Sagrario Jesús es como un rey que está en la intimidad su casa, y expuesto la custodia, como un rey sentado en el trono en medio de la corte. Sencilla y espléndida idea que quiso hacer familiar promoviendo la adoración Solemne y perpetua por todos los medios. Un sueño que no pudo realizar, a pesar de los numerosos trámites a que se abocó para lograrlo, fue instalar la adoración perpetua en el Cenáculo de Jerusalem, en el mismo lugar donde Jesús instituyó el sacramento.

«Sólo en la vuelta a Cristo Sacramentado está la salvación» escribió San Pedro Julián (http://www.jesucristovivo.org/Articulos/09/9_7.html) ¿No parece esto una simplificación? ¿Por qué no, o también, en la vuelta a la Sagrada Escritura, o al Sagrado Corazón de Jesús, o a la práctica de los Mandamientos? Es que para el amor del fundador, la salvación solo podía estar en la vuelta a Cristo Sacramentado, en su culto. Son esas santas parcialidades que establecen el equilibrio, una vez que tanto se desconoció o se subestimó el culto al Santísimo. San Pedro Julián Eymard nos deja el ejemplo del tesoro de un amor exclusivo a Jesús hecho presencia y pan, por lo cual no solo debe ser comido sino también adorado. Enseñanza válida para sus hijos espirituales, para la generalidad de los fieles de todos los tiempos.

2) Beato Manuel González (1877-1940) o Dios escondido en el sagrario.

«Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No dejadle abandonado!» Estas palabras fueron escritas por el Beato Manuel González García para que fueran su epitafio: una petición y un mensaje, que quedan como testamento, centrados en el amor eterno de su alma: Cristo, oculto y vivo en el sagrario.

Inició sus andanzas eucarísticas como niño seise en Sevilla y las concluyó como Obispo de Palencia, muriendo en Madrid en olor de Santidad. Cristo oculto y vivo en el sagrario fue su locura. «La mirada de Jesucristo en esos Sagrarios es una mirada que se clava en el alma y no se olvida nunca. Vino a ser para mí como punto de partida para ver, entender y sentir todo mi ministerio sacerdotal» (http:// www.frmaria.es/article-biografia-de-la-semana-83442764.html),escribió recién ordenado Manuel González fue antes que nada un pastor infatigable y jovial, amigo de la  pluma, aunque poco preocupado en las digresiones sutiles de la teología y mucho, sí, en poner el fuego del amor en las ovejas del redil hacia el Pastor eterno, que está siempre a la espera de recibir una visita en los sagrarios. Esa idea lo obsesionaba. Siempre afable y sonriente, su mensaje va dirigido a todos, pero especialmente a los niños y a los sacerdotes. Como Obispo sueña y proyecta -son sus palabras- «un seminario sustancialmente eucarístico. En el que la Eucaristía fuera: en el orden pedagógico, el más eficaz estímulo; en el científico, el primer maestro y la primera asignatura; en el disciplinar, el más vigilante inspector; en el ascético, el modelo más vivo; en el económico la gran providencia; y en el arquitectónico la piedra angular» (http://uner.org/nuevaweb/manuelgonzalez/index_manuelgonzalez.html).

Una jaculatoria suya bien podría ser la nuestra: «¡Corazón de mi Jesús, yo no quiero para mis pies de sacerdote otro camino que el que va del Cenáculo al Calvario, o el que vuelve del Calvario al Cenáculo! ¡Qué siempre me encuentre andándolo el ángel mío!, y lo demás que tengo que hacer en mi vida, lo haga de camino que voy o vengo». (Citado por Canónigo Rafael Caldelas López, «Meditaciones Eucarísticas», Cádiz, 2006, Pag: 210)

Son sus creaciones las «Marías de los Sagrarios abandonados», los «Discípulos de San Juan», los «Juanitos del Sagrario», la «Juventud Eucarística reparadora», los «Misioneros Eucarísticos Diocesanos», las «Hermanas Marías Nazarenas»,  las «Misioneras Auxiliares Nazarenas», los «Misioneros Calvarios Sagrarios», etc.

¡Puso a todas las edades y todos los estados a los pies del Señor! Su espiritualidad no es estrictamente novedosa pero tiene el mérito de señalar lo esencial que a menudo le restamos importancia…porque ya lo sabemos. No explicitó una nueva doctrina ni propuso alguna práctica original. Su mérito es de, simplemente, apuntar para el sol divino que, tanto en el zenit como durante la noche (custodia y tabernáculo), siempre brilla y comunica vida.

3)Teresa Enríquez, «la loca del sacramento» (1454-1529) o Dios eucaristía reverenciado públicamente.

Esta gran dama de sociedad, prima del rey Fernando, amiga íntima de Isabel la Católica y tía de San Francisco de Borja, dedicó su vida a honrar a sus deberes de estado como esposa del Contador Mayor del Reino, Don Gurierre de Cárdenas -de quien tuvo descendencia, y a auxiliar a los pobres y menesterosos, viendo en ellos a otros cristos. Pero era la presencia real misma del Señor la que más cautivó su corazón. Comulgaba regularmente, en una época en que eso era raro entre los fieles, y encontraba tiempo, entre sus obligaciones de la corte o de caridad, para pasar horas ante el sagrario. Dicen que ella misa escogía el vino, molía el trigo y amasaba la harina para las especies eucarísticas.

Fundó en Torrijos, donde se estableció siendo viuda en uno de sus castillos, las célebres Cofradías del Santísimo Sacramento que se extendieron notablemente en muchas partes, gracias a su celo. Estamos a 500 años de esa fundación. Por Bula Papal del Pontífice Julio II, se promueve la Institución de las Archicofradías del Santísimo Cuerpo de Cristo, tanto en Roma como en España. Posteriormente, en otros países de Europa y de América.

La finalidad de las cofradías se refería a todo lo que redundara en mayor esplendor del culto divino, en la atención de los sagrarios, bien como en el traslado del viático a los enfermos con aparato (ministros, cirios, campanilla, palio, etc.). Por todas partes, tanto en España como en el extranjero, las cofradías tenían personas comprometidas, especies de detectives, que informaban de cómo era venerada la Eucaristía en los diversos lugares, para proceder a corregir deficiencias. Este culto de amor lo quiso perpetuar también fundando monasterios y conventos para que nunca faltase la alabanza divina. Ella misma, abrasada en el amor de la Eucaristía -el Papa Julio II la llamaba «la loca del Sacramento»- daba
ejemplo de fervor.

Con sus Cofradías, que hoy diríamos «de derecho pontificio», y el papel dado a los laicos para organizarlas y participar de ellas, bien como por el boato con que se procuraba rodear al Señor Sacramentado en los espacios profanos, se contribuyó a que el culto eucarístico se vuelque notablemente a la vía pública y, por lo mismo, a la vida civil. Es una tendencia nueva y promisora que irá ganando fuerzas, también al soplo de la contra-reforma. No deja de ser significativo que no sea un personaje eclesiástico sino laico, y una mujer, la que se destaque en este rol providencial.

El cuerpo de Teresa Enríquez, después de 482 años de su muerte, se conserva incorrupto en el monasterio de las Concepcionistas de Torrijos. Al inicio de este tercer milenio, en que la Iglesia nos propone a figuras laicales como modelo, concluyó el proceso Diocesano de beatificación celebrado en la archidiócesis  primada de España. Teresa Enríquez, acostumbrada al decoro y al aparato que rodeaba a los grandes de su época, los quiso para el Grande entre los grandes,
Jesús oculto bajo las especies eucarísticas.

4) Luis de Trelles y Noguerol (1819-1891) o Dios adorado de día y de noche

Otro laico destacado y pionero de la adoración eucarística fue Luis de Trelles y Noguerol, fundador de la ANE, un hombre culto, inteligente y muy entregado a los demás, que ejerció diversas actividades en la sociedad de su tiempo. Su vida transcurrió en medio de intensas labores en campos tan diversos como la jurisprudencia, la docencia, el periodismo, la política, la beneficencia, la mística, las armas y la vida hogareña, en la que se destacó como eximio esposo y padre de familia. En todo, un apóstol. Una personalidad sencilla y rica, un hombre completo, un santo. Su proceso de beatificación también está en curso.

Agredido y desencantado por las crisis que sacudían entonces a España y a Europa, tanto en lo político como en lo religioso, intuyó con claridad meridiana, que solo la oración puede salvar a la Iglesia y a la sociedad. Creó, fomentó e impulsó varias fundaciones en el seno de la Iglesia, poseedoras de un notable amor eucarístico:

Bien joven, inicia su carrera fundando en Viveiro, su ciudad natal, las Conferencias de San Vicente de Paúl de Ozanam, con todos los compromisos eclesiales y sociales que comportan; dirige la asociación del Culto Continuo a Jesús Sacramentado y funda la revista «La Lámpara del Santuario» que llegó a difundir sólida doctrina de formación sobre la eucaristía y tuvo grandísimo tiraje; también el Centro Eucarístico, para promover el Culto Continuo, difundir «La Lámpara del Santuario», establecer en España la Adoración Nocturna y ayudar a los Sagrarios menesterosos; funda en Madrid la Adoración Nocturna Española que celebra su primera Vigilia en 1877; Más tarde, las Camareras de Jesús Sacramentado, para la confección y cuidado del ajuar relacionado con la celebración, reserva y exposición de la Sagrada Eucaristía. Es también un gran propagador de la comunión frecuente. Por otro lado, Don Luis tuvo parte en la fundación de asociaciones de mujeres que oraban de día comunitariamente ante el Santísimo, llamadas asociaciones «De Oración y Vela».

Como se ve, es un apóstol insaciable que no ceja en su empeño de hacer conocer y adorar a Jesús en su Sacramento de amor. Así lo describe el boletín de la sección de la Adoración Nocturna de Málaga (1999): «la devoción de Trelles a Jesús Sacramentado procede del Amor, y aunque siempre llamaron la atención los modos castrenses de la Adoración Nocturna, más parece en sus viajes un fraile franciscano, que un soldado. Pidió la meticulosa observancia del reglamento y el silencio y el rezo pausado; oraciones dirigidas a alcanzar el bien general de la Iglesia, permaneciendo en fiel comunión con el Papa y el respectivo Obispo; mantener la acción personal de los adoradores en la Sociedad civil en testimonio de la Fe y servicio al prójimo».

Su especificidad fue iniciar a los seglares como contemplativos silenciosos dentro de su vida de acción eclesial, sin abandonar sus profesiones y compromisos humanitarios, rezando el Oficio Divino, unidos a la oración de la Iglesia. Eximio en practicar la «caridad intelectual», en el decir del Postulador de su causa, D. Francisco-Javier Froján (http://www.fundaciontrelles.org/boletin/4.pdf), que no es asistencialismo sino que consiste en buscar la verdad y darle ciudadanía en la vida eclesial, cultural, política, social, mediante el testimonio. Don Luis de Trelles es en esto el iniciador de una espiritualidad laical comprometida que quisiéramos muchísimo más difundida en nuestras parroquias y en nuestros movimientos.

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Alguno se preguntará ¿Puede hablarse estrictamente de «paternidad» o de «fundación» al referirse a Teresa Enríquez o a Luis de Trelles que no han sido religiosos ni eclesiásticos? Sus vidas y esfuerzos están en el origen de un camino de santidad laical que trillan miles de fieles con la aprobación oficial de la Iglesia. El Espíritu, decíamos, sopla donde quiere… En todo caso, la opinión de si son fundadores y padres espirituales que comparto con otros, está, evidentemente, sujeta al criterio ulterior y definitivo de la Santa Madre Iglesia.

•4. Bases perennes y nuevas para una espiritualidad eucarística

Estos cuatro adoradores y fundadores eucarísticos -un religioso, un diocesano y dos laicos plenamente inseridos en sus obligaciones de estado- echan luz sobre cómo revitalizar el culto eucarístico en los fieles de hoy, pues, aunque vivieron en un contexto diferente, han ido a lo que es esencial y siempre perenne. Nuestros fieles, desencantados con la modernidad y, a menudo, con la misma Iglesia a la que tienen que redescubrir, están sedientos de Dios: el vacío que produce el materialismo reinante, pide ser llenado. El desafío de nuestro ministerio sacerdotal y eucarístico va al encuentro de esa sed.

Los sacerdotes que animamos obras y movimientos eucarísticos, hacemos parte de familias religiosas o admiramos sus carismas, especialmente en lo que se refiere al amor a la Eucaristía, que es carne de María: «Ave verum corpus natus de Maria Virgine». La Eucaristía y María son amores constantes que se reclaman mutuamente.

La tarea de concientizar a los fieles de la centralidad del misterio eucarístico se ve también iluminada -y mucho- por nuevos desarrollos con que se ha enriquecido la teología, la catequesis y el culto eucarístico durante los últimos pontificados.

He aquí algunos de los aportes de alcance desigual, verdaderos «signos de los tiempos»:

1) La reforma litúrgica que llevó a una mayor participación de los fieles, bien como las orientaciones, correcciones y, en general, el cuidado en el «ars celebrandi» para lograr la activa, plena y fructuosa participación de todos;

2) La revitalización de la liturgia de la Palabra;

3) La posibilidad de poder cumplir el precepto dominical desde la tarde del sábado;

4) La visualización de la Eucaristía como misterio de comunión en sus dimensiones vertical y horizontal;

5) Cristo eucarístico considerado como centro del cosmos;

6) La noción de que la Eucaristía «hace a la Iglesia» y de que en ella «está presente toda la Iglesia», siendo la Eucaristía su  «rostro» -enseñanzas, entre otras, de la encíclica Ecclesia de Eucharistia de Juan Pablo II;

7) La restauración, en la liturgia de occidente, de la concelebración;

8) La consideración de María como «Mujer eucarística»;

9) La vulgarización de la relación de la Eucaristía con los principales misterios de nuestra fe: la Trinidad y la Encarnación;

10) El nexo entre adoración eucarística, evangelización y compromiso social;

11) La promulgación del «Año de la Eucaristía» y sus frutos, bien como el Sínodo sobre la Eucaristía y el Compendio de la Eucaristía;

12) La profusión de los ministros de la comunión en las parroquias,

13) El impulso dado a los Congresos Eucarísticos Internacionales;

14) La insistencia del Papa Benedicto sobre la necesidad de participar en la Misa dominical;

15) La incorporación de la institución de la Eucaristía como misterio de luz en las meditaciones del Santo Rosario, icono de la piedad popular;

 

 

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