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Serán ordenados 35 sacerdotes del Opus Dei en la Basílica de San Eugenio en Roma

Roma (Viernes, 04-05-2012, Gaudium Press) Treinta y cinco candidatos al sacerdocio miembros del Opus Dei, provenientes de trece países de cuatro continentes serán ordenados el próximo sábado 05 de mayo en la Basílica de San Eugenio en Roma. El acontecimiento tiene un carácter especial, ya que este año se celebran los 30 años de la definición del Opus Dei como Prelatura Personal y los 10 años de la canonización de su fundador, San Josemaría Escrivá.

Tres de estos próximos sacerdotes – un italiano, un argentino y un filipino – compartieron su testimonio con el equipo de prensa de la Prelatura y relataron la forma como fueron llamados por Dios en medio de su realidad profesional.

Servir y ayudar

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Giovanni Zaccaria

Giovanni Zaccaria, médico romano de 33 años, explicó que su ejercicio profesional fue guiado por su vocación de servicio y que pudo constatar por sí mismo la importante misión del sacerdote en la atención a su propia madre. «Su enfermedad me hizo ver cuánto se puede ayudar a una persona, aun aquellas que se enfrentan irremediablemente a la muerte».

Hoy espera prestar una ayuda más profunda, a través de la formación en Liturgia: «me hace especial ilusión mi trabajo en el instituto de Liturgia en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz. Mi labor consiste en enseñar a otros sacerdotes a descubrir la belleza de las celebraciones: de la misa, de los sacramentos… Y ayudando a los sacerdotes, sé que estoy llegando a mucha más gente: el beneficio se multiplica», afirmó el ordenando, quien no olvida su formación médica. » Yo sigo llevando un médico dentro: por eso tengo la esperanza de poder ayudar a muchas personas a encontrar a Cristo en la enfermedad».

Lo terreno no es suficiente

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Mario Pagani

El ingeniero argentino Mario Pagani, de 54 años, encontró su vocación sacerdotal mientras trabajaba en proyectos de desarrollo con comunidades campesinas en Bolivia, pero Dios lo había ido llevando desde la juventud. «En mi vida el Señor me ha ido poniendo señales, para que yo las siguiera y recorriera su camino», comentó.

Una de las primeras señales, cuando comenzaba a practicar un poco más la fe, sucedió mientras trabajaba como disc jockey en una discoteca. «Allí, entre una canción y otra, un día que había poca gente, uno de mis amigos me hizo una pregunta inesperada: Mario, explícame el Padrenuestro». Esta experiencia lo cuestionó: «¡estábamos en el lugar más divertido de la ciudad, y sin embargo no bastaba! La gente seguía inquieta, buscando la felicidad en las actividades más normales».

Años después, cuando puso sus conocimientos como ingeniero al servicio de las comunidades rurales en Bolivia, pudo darse cuenta que tampoco eso era suficiente. «Yo pensaba que para ayudar a los aymaras bastaba cubrir cinco necesidades básicas: salud, agua, educación, electricidad y caminos. Y sin embargo, me sorprendió saber que algunos subían solos a los cerros y, en lo más alto, rezaban dos, tres horas. Contaban al cielo lo que llevaban dentro: sus desilusiones, sus alegrías, sus penas, sus esperanzas… ¡Tenían una necesidad básica: la vida interior! Y ahí, mi trabajo como ingeniero tenía sus límites. En cambio, como sacerdote, será Dios quien les ayude a través de mí», explicó.

La verdadera libertad

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Dean Johnpaul

Un tercer testimonio fue ofrecido por el seminarista filipino Dean Johnpaul, de 30 años, economista y asistente ejecutivo de su universidad hasta el momento que recibió el llamado al sacerdocio. De joven no era fervoroso y él mismo se describió como rebelde, ansioso de libertad: «me gustaba mucho el mundo de la calle: estar con los amigos, jugar a baloncesto… no rezaba mucho, sinceramente», confesó.

Sin embargo, una forma sencilla, el panorama cambió: «Un día en la Universidad un amigo me invitó a un retiro espiritual. Me lo ofreció con tal sencillez, que pensé:¿por qué no?». En ese momento lo sorprendió que en lugar de un férreo régimen impuesto, tuvo tiempo para meditar a solas por su cuenta. «Me sorprendió la libertad que tenía cada uno para tratar a Dios. Esa era la libertad que yo quería».

Johnpaul reconoce la grandeza de su misión: En Filipinas faltan muchos sacerdotes. Los que hay son heroicos, pero no dan abasto. Así que voy a ayudar a mis hermanos. Estos años en Roma, junto al Papa y junto al Prelado del Opus Dei, han sido un tesoro que distribuiré entre mucha gente. Filipinas está lejos de Roma, por eso sé el valor que tienen estos años», concluyó.

 

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