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María, espejo resplandeciente de la belleza divina

Redacción (Martes, 26-02-2013, Gaudium Press) El mensaje del Cardenal Tarcisio Bertone a la solemne Asamblea Pública de las Pontificias Academias, de noviembre del 2006, resalta la importancia de María en el descubrimiento de la «via pulchritudinis»:

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Cardenal Tarcisio Bertone, S.D.B.

Secretario de Estado de Su Santidad

El tema escogido para esta solemne Asamblea Pública – «La Inmaculada, Madre de todos los hombres, ícono de la belleza y la caridad divina» – pretende justamente realzar la singular participación de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios y Madre de todos los hombres, en el misterio de Dios, misterio excelso de belleza y de caridad.

Dios, Uno y Trino, que difunde su belleza y su caridad en el mundo por Él creado, comunica, de modo particular, estas sus cualidades a las criaturas humanas por medio del perfectísimo Mediador, su Hijo Jesucristo, modelándolas y santificándolas con el poder del Espíritu Santo, para que sean santas e inmaculadas delante de Él en la caridad (cf. Ef 1,4).

Lugar primordial de María en la creación

María de Nazaret sobresale entre todas las criaturas como espejo resplandeciente de la belleza divina porque, habiendo sido «preservada» del pecado original y llena «de gracia», está de tal forma animada y repleta de la caridad del Espíritu Santo, que se tornó prototipo de la persona humana que, de modo total y sin reserva alguna, acoge al Hijo de Dios tanto en el momento trágico de su Pasión como en el de la Resurrección.

Permaneciendo profundamente unida a Cristo crucificado y resucitado, María se revela Madre de toda la humanidad y, en particular, de los discípulos del Hijo.

En su primera carta encíclica «Deus caritas est», Su Santidad [Benedicto XVI] – haciendo referencia a las palabras pronunciadas por Jesús en la Cruz: «He aquí tu Madre» (Jn 19, 27) – afirmó que, a los pies de la Cruz del Hijo, «María se tornó de hecho Madre de todos los creyentes.

A su bondad materna y bien así a su pureza y belleza virginal, recurren los hombres de todos los tiempos y lugares del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y sufrimientos, en sus momentos de soledad, pero también en el compartir comunitario; y siempre experimentan el beneficio de su bondad, el amor inagotable que Ella exhala del fondo de su corazón. Los testimonios de gratitud tributados a Ella en todos los continentes y culturas son el reconocimiento de aquel amor puro que no se busca a sí mismo, sino que quiere simplemente el bien» (n. 42).

María, figura de la Iglesia

1.jpgLa Iglesia – que, a imitación de la Virgen María, está llamada a acoger al Hijo de Dios en la historia y en las vicisitudes de cada pueblo y cultura -, contemplando la singular y luminosa figura de María descubre y comprende siempre mejor su identidad de madre, discípula y maestra. Por ese motivo, el Concilio Vaticano II «resaltó que la Madre del Señor no es figura marginal en el ámbito de la fe y en el panorama de la teología, porque Ella, por su íntima participación en la historia de la salvación, ‘reúne en sí de cierta forma y refleja los datos máximos de la fe’ » (Congregación para la Educación Católica, La Virgen María en la formación intelectual y espiritual, D. 5). Por eso, María se torna «fundamento para el pensar cristiano» (Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo, 1995); su misterio nos ilumina en el misterio de la Iglesia y viceversa.

La mariología y la «via pulchritudinis»

Esta solemne Asamblea Pública, que ve como protagonistas a la Pontificia Academia de la Inmaculada y la Pontificia Academia Mariana Internacional, es una ocasión propicia de la cual el Sumo Pontífice se sirve para dirigir un caluroso aliento a todos los cultores de mariología, a fin de que se comprometan cada vez más e intensifiquen su actividad en el ámbito de los Centros de estudio y en el campo de las publicaciones científicas, prestando particular atención a una metodología respetuosa de la interacción fecunda entre la via veritatis y la via pulchritudinis, que se compendian en la via caritatis.

(Carta al Cardenal Paul Poupard por ocasión de la Asamblea Pública de las Pontificias Academias, 20/11/ 2006)

 

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