viernes, 29 de marzo de 2024
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El toro y el águila

Redacción (Jueves, 09-11-2017, Gaudium Press) San Lucas nació en Antioquía y era pagano. Ejercía la medicina y también fue pintor. Es célebre un cuadro representando a Nuestra Señora, atribuido a él. Se tornó el patrono de los médicos y los pintores. Además del Evangelio, escribió los Hechos de los Apóstoles.

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Conversaciones con Nuestra Señora

Fue compañero de San Pablo y estaba con el Apóstol cuando, viajando en barco hacia Roma, hubo un tremendo naufragio, el cual él narra con detalles (cf. At 27, 1-44).

«Se cree que la Santísima Virgen le haya revelado varias cosas importantes. De hecho, debemos a San Lucas el conocimiento de muchas preciosas noticias sobre la infancia de Jesús y la misma Bienaventurada Virgen.»

Predicó el Evangelio en Dalmacia, Italia, en las Galias y finalmente en Macedonia y Grecia, donde fue martirizado, teniendo 84 años de edad. Su fiesta es conmemorada el 18 de octubre.

Conforme Sedulio – poeta católico del siglo V –, él guardó, como San Pablo, la virginidad perpetua. San Lucas es representado por el toro porque inicia su Evangelio, después de un breve prólogo, hablando de las funciones sacerdotales ejercidas en el Templo por Zacarías, padre de San Juan Bautista. Antes de Cristo, en el Templo de Jerusalén se hacía a Dios sacrificios donde eran ofrecidos en holocausto animales, entre los cuales el buey o toro.

San Juan no era pobre, sino rico

San Juan era pescador y vivía en cierta abundancia. Su padre, el Zebedeo, «poseía varias barcas y su negocio era muy próspero para permitirle ocupar diversos trabajadores».

Su madre se llamaba Salomé y era una de las santas mujeres que acompañaban y servían al Divino Maestro. Ella fue fiel a Nuestro Señor hasta la crucifixión (cf. Mt 27, 56). Su hermano también fue Apóstol: San Santiago el Mayor.

Diversos autores afirman haber sido de familia sacerdotal, pues tenía entrada libre en el palacio del sumo sacerdote y era conocido de Pilatos.

Fue discípulo de San Juan Bautista y, juntamente con San Andrés, se tornó uno de los primeros Apóstoles en seguir al Salvador.
Juntamente con San Pedro y Santiago el Mayor, él presenció la Transfiguración de Nuestro Señor en el Monte Tabor, y la agonía en el Huerto de los Olivos.

En la última cena, cuando Nuestro Señor instituyó la Sagrada Eucaristía, San Juan encostó su cabeza junto al pecho sagrado del Redentor, para preguntar quién era el traidor (cf. Jn 13, 25).

Por humildad él no cita su nombre en el Evangelio, pero se refiere «a aquel que Jesús más amaba» (Jn 13, 23).

Y su amor a Nuestro Señor era tan grande que él quiso, con su hermano Santiago el Mayor, atraer el fuego del cielo para destruir a los samaritanos porque negaron hospedaje a Jesús (cf. Lc 9, 54). El Redentor los denominó «hijos del trueno» (Mc 3, 17). Posteriormente, de tal manera San Juan tornó su temperamento conforme al Divino Maestro que, en su primera carta, se dirige a los cristianos llamándolos «hijitos» (cf. I Jn 2, 1).

Amaba la desigualdad

Es verdad que él huyó, como los otros Apóstoles, cuando fue aprisionado el Redentor. Pero luego después acompañó al Divino Maestro hasta el patio del sumo sacerdote, donde nadie podía ignorar su título de discípulo (cf. Jn 18, 15).

Al día siguiente, San Juan corajudamente estaba junto a la Cruz, en medio de los verdugos. Y recibió la más magnífica recompensa que una persona podría recibir: Jesús expirando le confió el cuidado de su Madre (cf. Jn 19, 26-27).

Y en el domingo de la Resurrección, el propio San Juan narra cómo él corrió más que San Pedro hasta el sepulcro vacío. Pero, pleno de espíritu de jerarquía, él aguardó la llegada del jefe de los Apóstoles, entró al túmulo después de éste y creyó en la Resurrección de Jesús (cf. Jo 20, 2-8).

En sus conversaciones con Nuestra Señora, San Juan tuvo aclaraciones magníficas sobre las palabras y acciones del Redentor. Y recibió la gracia insigne de asistir a la Asunción gloriosa de María Santísima.

San Juan es considerado una de las «columnas de la Iglesia» (Gl 2, 9), conforme declara San Pablo. Y después del año 67 – cuando San Pedro y San Pablo fueron martirizados -, el discípulo amado pasó a residir en Éfeso, en la actual Turquía, considerada, entonces, la ciudad más importante del Imperio, después de Roma.

Dos razones lo llevaron a mudarse a Éfeso: la vitalidad de la Iglesia de esa ciudad, fundada por San Pablo, y las peligrosas herejías que comenzaban en ella a germinar.

Combatió la gnosis

En la época del Emperador Domiciano (81-96), San Juan fue conducido a Roma donde fue lanzado en un tanque lleno de aceite hirviente, pero milagrosamente salió ileso y rejuvenecido. Indignado, Domiciano lo exilió a la isla de Patmos, en el Mar Egeo, donde San Juan escribió el Apocalipsis.

Nerva (96-98), sucesor de Domiciano, le concedió libertad y él volvió a Éfeso, donde redactó el Evangelio y tres epístolas. Su Evangelio posee también un objetivo polémico: combatir a los herejes gnósticos.

Según la gnosis, «el hombre es una partícula que se desprendió de una divinidad, pero no debería haberse desprendido. Eso fue un desastre en ese dios y, una vez que nací de ese desastre, lo que debo querer ahora es mantenerme en una especie de nirvana o de nada, hasta el momento feliz en que yo pueda reincorporarme en la divinidad».

Bajo el imperio de Trajano (98-117), murió en Éfeso, teniendo cerca de cien años de edad. Su fiesta es conmemorada el 27 de diciembre.

San Juan Evangelista es simbolizado por el águila, que vuela en las alturas, porque desde las primeras palabras de su Evangelio se eleva a la más sublime contemplación: «Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios» (Jo 1, 1).

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» – 129)

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Bibliografía

SÃO JOÃO BOSCO. História Sagrada. 10 ed. São Paulo: Salesiana, 1949, p. 204.
FILLION, Louis Claude. La sainte bible avec commentaires – Évangile selon S. Luc. Paris: Lethielleux. 1889, p. 4.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O maior prazer da vida. In Revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XX, n. 233, agosto 2017, p. 31.

 

 

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