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Sobre la obediencia de Nuestra Señora

Redacción – (Viernes, 02-02-2018, Gaudium Press) – «Hágase en mí según tu palabra» bien puede ser considerado como el mayor «sí» de la historia. Un «sí» que movió los cielos y sirve de ejemplo eternamente a los ángeles y a los hombres.

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Transcribimos hoy consideraciones sobre la obediencia de la Virgen extraídas de la monografía «La obediencia en la escuela espiritual de Plinio Correa de Oliveira», escrita por el Padre Flávio Roberto Lorenzato Fugyama, EP:

Eva Desobedece; María obediencia perfecta

María, la nueva Eva. Por una desobediencia se perdió el Paraíso; por una obediencia se obtuvo al Mesías y la Redención del género humano

Con el pecado de nuestros primeros padres y su expulsión del Paraíso, fruto de su desobediencia, Dios dejó para ellos, en el momento de la maldición, la esperanza de que por la raza de la mujer sería aplastada la cabeza de la serpiente (cf. Gn 3,15).

En su infinita Bondad, quiso Dios reforzar a los hombres esa su promesa, a través del profeta Isaías: «He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y su nombre será Dios con nosotros» (Is 7,14). ¿Quién sería esta mujer misteriosa que aplastaría la cabeza de la serpiente y que, en una paradoja humanamente irreconciliable, concebiría permaneciendo siempre virgen, conforme la profecía de Isaías?

Esta mujer, que la Santa Iglesia proclama Madre Purísima y Virgen Gloriosa, al anuncio de que concebiría al hijo del Altísimo por la virtud del Espíritu Santo sin conocer hombre alguno (Cf. Lc 1,28-37), y segura de que «a Dios ninguna cosa es imposible» (Cf. Lc 1,37)[2], realizó «de la manera más perfecta la obediencia de la fe», de la que nos habla San Pablo (cf. Rm 1,5), cuando dijo: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra» (Cf. Lc 1,38).

María desata el nudo de la desobediencia

De este modo, con su consentimiento, abrazando de todo corazón la voluntad divina de salvación, María se tornó Madre de Jesús y «se consagró totalmente, como esclava del Señor, a la persona y obra de su Hijo», para servir, en la dependencia de Él y con Él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención.

«Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora de la salvación humana, por la libre fe y obediencia».

Así, comenta San Irineo: «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María. Lo que una hizo por incredulidad lo deshizo la otra por la fe». A este respecto, es interesante notar, con un autor francés, el modo como Dios transmitió su voluntad a ambas, siendo mucho más claro, incisivo y categórico con relación a Eva, lo que no era necesario a María, por cuanto sabía entender la voluntad divina incluso sin un mandato expreso, lo que es el más alto grado de obediencia:

«En el Paraíso Terrestre, el propio Dios hizo a la primera Eva una prohibición expresa, con la amenaza de una terrible sanción: «No comas del fruto del árbol de la ciencia del bien y el mal; porque, en cualquier día que comieres de él, morirás indudablemente» (Gn 2, 17).

Con todo, la infortunada madre de los hombres desobedeció a su Creador.

«A María, al contrario, por su mensajero celestial, Dios se limita a expresar un deseo del cual Ella podría eximirse sin incurrir en su maldición: «Encontraste gracia delante de Dios; es que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a Quien colocarás el nombre de Jesús» (Lc 1, 30-31). Ahora, si vemos la dulce Virgen quedarse atónita por un instante, no es por la duda delante de la voluntad de Dios, pues solamente su incomparable humildad y delicada pureza la hacen temer a insigne honra de la maternidad divina.»

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