viernes, 29 de marzo de 2024
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La Eucaristía en los Salmos

Redacción (Lunes, 12-03-2018, Gaudium Press) «Los Salmos tienen una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes», dice San Atanasio. De alguna manera, todas las páginas de la Biblia poseen ese don, pero de un modo especial los Salmos, porque llegan fácilmente a conmover los corazones y a inflamar sentimientos de piedad.

En el centro de la Sagrada Escritura está el misterio de la Encarnación. Por eso, todo el Antiguo Testamento anhela y celebra el advenimiento del esperado de las naciones, Jesucristo el Señor.

Después de la Encarnación, y así lo será hasta la consumación de los siglos, la presencia sacramental de Jesús en su cuerpo y en su sangre adorables, es una constante en la vida de la Iglesia; es así como el misterio redentor se actualiza, nutriendo a las almas con el viático necesario para llegar al cielo.

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No sorprende, pues, que encontremos en los Salmos numerosas referencias, siempre implícitas, al Sacramento del Altar. Vamos a las citas.

El Salmo 4 es un salmo de acción de gracias. Dice en el versículo 6: «ofreced sacrificios legítimos». Y en el 8, el salmista exulta diciendo «Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino». El pan y el vino son, precisamente, las especies que son el objeto de la transubstanciación en la celebración Eucarística, «sacrificio legítimo» por antonomasia.

El Salmo 22 celebra al Buen Pastor que «repara mis fuerzas» (2). Y el versículo 5 reza: «Preparas una mesa ante mi (…) y mi copa rebosa». ¿Acaso las referencias al altar y al cáliz no nos hacen pensar en nuestra Misa, celebración privilegiada donde se restauran las fuerzas?

Por su parte, el Salmo 25 retrata la oración confiada del inocente. El versículo 8 confiesa «Señor, yo amo la belleza de tu casa, el lugar donde reside tu gloria». Es una alusión a los templos, a los altares, a los sagrarios, donde reside la presencia real de Cristo glorificado.

En el Salmo 35 se enfrentan la depravación del malvado y la bondad de Dios. Los versículos 9 y 10 dicen que los humanos «se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz». ¿Cómo no ver en este trecho una alusión a la Eucaristía, misterio luminoso que contiene en sí todas las delicias?

Ya el Salmo 41 despierta las nostalgias del templo y la sed del mismo Dios: «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo». El ciervo que quita su sed en un torrente es uno de los símbolos más sugestivos de la comunión sacramental. El texto de este salmo da la letra al célebre cántico eucarístico «Sicut cervus»

En la historia de la salvación es una constante que la infidelidad del pueblo contraste con la bondad sin tregua de Dios. El extenso Salmo 77 en sus versículos 19, 20, 24 y 25 canta: «Hablaron contra Dios: ¿Podrá Dios prepararnos una mesa en el desierto? Él hirió la roca, brotó agua y desbordaron los torrentes; pero, ¿podrá también darnos pan, proveer de carne a su pueblo? (…) Hizo llover sobre ellos el maná, les dio un trigo celeste, y el hombre comió pan de ángeles». Aquí, la prefiguración de la Eucaristía es clarísima.

El Salmo 103 es un himno al Creador. En los versículos 14 y 15 se dice: «Él saca pan de los campos y vino que alegra el corazón». Son las ofrendas que en la Misa se transformarán en su cuerpo y en su sangre.

La acción de gracias es la nota tónica del Salmo 106. El versículo 9 nos dice que Dios «Calmó el ansia de los sedientos y a los hambrientos los colmó de bienes». Pues eso es lo que sucede cuando un alma se acerca a la Mesa Eucarística.

También el Salmo 110 es de acción de gracias. El fiel canta «Él da alimento a sus fieles, recordando siempre su alianza» (versículo 5). Pensemos en el cáliz de la nueva y eterna alianza y en el mandato: hagan esto en memoria mía.

En la misma clave «eucarística» reza el Salmo 115 en su versículo 4: «Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre». ¿Cómo no ver en esta cita una referencia al cáliz que se ostenta después de la consagración del vino?

El Salmo 131 celebra las promesas hechas a la casa de David. Los versículos 15 y 16 rezan: «Bendeciré sus provisiones, a sus pobres los saciaré de pan, vestiré a sus sacerdotes de gala, y sus fieles aclamarán con vítores». El salmista parece tener una ante visión del Sacrificio Eucarístico con su ofertorio y comunión, celebrada por un ministro ornamentado que anuncia y proclama con los fieles.

Querido lector; en un rápido recorrido, recogimos estas «perlas eucarísticas» de dentro de los salmos. Que ellas toquen nuestros corazones y mentes, y concurran para darnos mayor fervor hacia el misterio eucarístico que tanto supera las expectativas de los profetas y de los santos de la Antigua Ley. María Santísima, que dio su carne y su sangre para la concepción del Hijo de Dios, nos haga insaciables adoradores del Pan de los Ángeles.

Pero… ¿Pan de los Ángeles? ¿Acaso los ángeles comulgan? Claro que no. ¡Para ellos, la Eucaristía es el «Pan de los Hombres»! El hecho de que podamos comulgar llena a los ángeles de santa envidia; porque ellos ven, adoran, asisten y sirven al Señor, pero no llegan a esa unión intimísima que solo se logra cuando se recibe en su pecho la Santa Comunión.

Por el P. Rafael Ibarguren, EP

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