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Corregir fraternamente, ese arte amoroso casi hoy impracticado

Redacción (Jueves, 04-10-2018, Gaudium Press) En esta época de sentimentalismos bobos y no benéficos, de ‘caridades’ muy mal entendidas, bien hacemos en recordar que es lo que dice la Escritura de la corrección fraterna, y hacerlo de la mano de un gran comentarista de la misma, Mons. Juan Clá Dias, EP. 1

Llega a equiparar Mons. Juan la gran frase de San Alfonso con una de su autoría, tal la importancia que da a la corrección fraterna. «El que reza se salva, el que no reza se condena», decía el gran moralista, destacando a la oración como el gran medio de salvación. Dice a su turno Mons. Clá: «La corrección fraterna es un gran medio de salvación, pues el destino eterno de una persona puede depender de la aceptación de las correcciones que le son hechas». 2

Se recuerda el texto de la Escritura donde el Señor establece el itinerario de la corrección fraterna: «En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: ‘Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano’ «. (Mt 18, 15-17)

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Nuestro Señor corrige a Pedro:

‘Vade retro Satana’

Es claro, el pecado es un atentado contra el orden del universo, y este clama por ser restaurado. Esto es importante recordarlo, pues así sabemos que en la corrección no debemos actuar con pasión, sino que «la exención de ánimo es fundamental»: aquí se está obrando en nombre de la justicia y no del egoísmo. Y también, el objetivo último es la corrección, es decir la enmienda del culpable. La corrección es un acto de amor, y así ya lo establece la Escritura, empleando privilegiadamente la figura del afecto corrector padre hacia su hijo.

«Quien no usa la vara odia a su hijo, quien lo ama lo corrige a tiempo» (Prov 13, 24). «Este sentimentalismo [del que omite la corrección], desequilibrio y equivocada indulgencia confirman en sus vicios a los que yerran», dice Mons. Juan. «La necedad se pega al corazón del joven, la vara de la corrección la despegará» (Prov 22, 15).

«Hijo mío, no rechaces la reprensión del Señor, no te enfades cuando él te corrija, porque el Señor corrige a los que ama, como un padre al hijo preferido» (Prov 3, 11-12). Es más, vislumbramos de los anteriores textos que la corrección es como una reafirmación de los lazos de la paternidad: «Si el superior deja de hacer advertencias a quienes le son confiados, es una clara señal de que no se siente amado como padre; o bien que no ama al inferior como a un hijo, en cuyo caso no es raro que incluso acabe murmurando sobre él. Cuando San Pablo escribe a los hebreos, no teme afirmar. ‘soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, es que sois bastardos no hijos’ (Heb 12, 7-8)», 3 afirma el fundador de los Heraldos del Evangelio.

Lo anterior implica para muchos un cambio radical de mentalidad: sin corrección no hay amor, la indulgencia con las faltas termina siendo signo de que se quiere romper con esa persona, de que no siente afecto por ella. Insistimos, corrección no es expresión apasionada (y muchas veces injusta) del amor propio herido: es sobre todo el deseo de que la persona corregida trille por el buen camino. Y tampoco podemos dejar de decir aquí lo siguiente: lo anterior termina siendo como que las coyunturas de una civilización, pues siempre habrá maldad, y la maldad si avanza destruye un tejido social. La corrección, al atajar la maldad con caridad, termina solidificando la estructura humana. Se va entendiendo así -entre otras razones-, por qué Mons. Juan equipara la importancia de la corrección a la de la oración.

«Lo repetimos: la salvación y la felicidad de los hijos resultan de una buena educación y de la justa severidad de los padres. Al contrario, una condescendencia licenciosa y la ausencia de corrección son el principio de la mala conducta y de la reprobación de los hijos: caen en excesos y crímenes que les llevan a su desgracia eterna. (…) ¡Cuánto hijos, en el infierno, maldicen a sus padres y les llenarán de imprecaciones durante los siglos de los siglos por haber cerrado los ojos y descuidado reprenderles, corregirles y pegarles a propósito, siendo causa de su pérdida eterna! Nos explicamos el odio de estos desgraciados; porque tales padres les han dado, no la vida, sino la muerte; no el Cielo sino el infierno; no la felicidad, sino la desgracia sin término y sin límites. El niño guarda hasta su vejez y hasta la muerte las costumbres de su infancia y de su juventud, según aquellas palabras de la Sagrada Escritura: ‘La senda por la cual comenzó el joven a andar desde el principio, esa misma seguirá también hasta en sus años postreros'»: todo lo anterior es de los grandes comentarios del grande Cornelio A Lápide, repetidos por Mons. Juan. 4

Entonces, debemos seguir muchos cambiando nuestra mentalidad. Corrección es amor, y el que ama merece ser amado: Debemos amar a quien nos corrige, cuando éste «nos amonesta por nuestra falta de virtud, sobre todo en aquello que pudiera acabar constituyendo un escándalo». 5

Por Saúl Castiblanco

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1 Clá, Joao. Lo inédito sobre los Evangelios – Comentarios a los Evangelios dominicales. Libreria Editrice Vaticana.
2 Clá, Joao. Lo inédito sobre los Evangelios – Comentarios a los Evangelios dominicales Ciclo A – Domingo del Tiempo Ordinario. Vol II. Libreria Editrice Vaticana – Heraldos del Evangelio. 2014. p. 315
3 Ibídem, pp. 317-318.
4. Ibídem, p. 319.
5 Ibídem, p. 320

 

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