viernes, 19 de abril de 2024
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Y si amásemos más a Dios, y si Dios nos amase más…

Redacción (Jueves, 01-11-2018, Gaudium Press) ¿Cómo crecer en el amor a Dios? La pregunta no es baladí, pues en su respuesta va el secreto de la vida: quien ama más a Dios le son otorgados más dones, ya va viviendo en la tierra -en medio de los sacrificios- un cielo, tiene fuerzas para emprender lo que haya que emprender. El auge del amor de Dios es la verdadera perfección.

Decimos entonces que debemos conocer cómo se crece en el amor a Dios. Y partimos del principio de que se ama lo que se conoce: Si paso por la calle y veo una roca sucia, deforme, amarillosa, pues le doy un puntapié y sigo. Pero si alguien me sopla que la roca es oro, miro a un lado y a otro y la recojo con sumo cuidado, la limpio, la peso, para venderla por luego por un alto precio. Se ama lo que se conoce como bueno.

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Así, debemos amar a Dios porque Él sí es infinitamente bueno.

«De Él dimanan todas las perfecciones», dice Santo Tomás. 1 Todo lo perfecto que existe es obra de su bondad. Pero particularmente fue infinitamente bueno al crear a los seres racionales, ángeles y hombres, y es particularmente bueno con los hombres.

A los pecadores, aguanta con mansedumbre: «Es tan grande esta bondad y misericordia, que, como dice uno de vuestros santos, a ninguno desecháis, a ninguno despreciáis, a ninguno aborrecéis, sino sólo a aquel que por su locura os aborrece». 2

A los buenos los colma de bienes: «¿Quién podrá explicar la providencia y cuidado paternal que tenéis de vuestros amigos, cómo los oís en sus oraciones, cómo los consoláis en sus tribulaciones, cómo los santificáis y purificáis en sus vidas, cómo los visitáis y alegráis en la casa de vuestra oración, y, finalmente, con qué linaje de honras en vida y en muerte los honráis?» 3.

Dios no solamente nos creó sino que nos conserva en la existencia, nos mantiene el ser: «Ninguna criatura puede conservarse directamente a sí misma, ni siquiera parcialmente, porque, así como no dependió de sí misma en la propia creación, tampoco puede depender de sí misma en la propia conservación, que equivale a una creación continuada». 4 Es decir, vivimos y existimos porque siempre estamos en la mente de Dios.

Dios es infinitamente bueno porque nos llama al cielo: «Dios, por su infinita bondad, ordenó al hombre a un fin sobrenatural, es decir, a participar bienes divinos que sobrepujan totalmente la inteligencia de la mente humana; pues a la verdad ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman (1 Cor 2, 9)». 5 Para que llegásemos al cielo, Dios no dudó en entregar a su Hijo en la tortura redentora del madero de la cruz.

Dios es infinitamente amable porque Él es el que es, el Sumo Ser. Y de esta Infinita Existencia tenemos noción por las perfecciones del orden creado: no hay mar tan grande ni tan azul cuanto Dios; no existe un pavo real tan elegante, o un cisne tan fino cuanto Dios. No hay atardecer tan apacible o tan exuberante cuanto su Creador. No existe Demóstenes elocuente como la elocuencia de la voz de Dios. No hay santidad, ni siquiera la de la Virgen Santísima, tan santa cuanto la santidad de Dios. Repitiendo un decir del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: Dios no es Santo sino que es la Santidad; Dios no es elocuente sino que es la Elocuencia; Dios no es pacífico o exuberante sino que es la Paz, la Exuberancia. Dios es el que es, la plenitud del ser, el Ser Infinito, Bueno infinitamente, Bien total.

Así, no hay otra cosa que deba ser objeto más de nuestro amor que Dios.

Y como «amor con amor se paga», Dios nos ama y debemos amarlo. Lo amamos y más nos amará.

Por Saúl Castiblanco

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1 I 6, 2
2 Fr. Luis de Granada. Adiciones al «Memorial de la vida cristiana», consid. Ia in Royo Marín, A. Teología de la Caridad. BAC. Madrid. 1963. p. 184
3 Ibídem. p. 185
4 Royo Marín, A. Teología de la Caridad. BAC. Madrid. 1963. p. 196.
5 D 1786

 

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