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Cambio climático y pecado horrendo

Redacción (Martes, 06-08-2019, Gaudium Press) Es incomprensible por qué Adán y Eva no se postraron de rodillas con la frente en el suelo para pedirle perdón a Dios por su desobediencia. Al menos no se habla de eso o de algo parecido en el Génesis.

Él le echó la culpa a Eva y ella a la serpiente. Nadie quiso ahí responder personalmente con un mea culpa y tres golpes en el pecho en honor a la Santísima Trinidad. Y la serpiente, poseída por el demonio, se quedó en el lugar seguramente esperando la reacción de Dios para estudiarla y continuar su conspiración, o intentar desafiarlo, pero lo que se mereció fue una maldición eterna y la promesa de su derrota, con lo cual la humanidad buena está todavía hoy muy esperanzada.

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En síntesis el argumento diabólico de la tentación fue que si comían del fruto prohibido no morirían y serían iguales a Dios. Pero al parecer -dijo alguna vez Dr. Plinio Corrêa de Oliveira- había algo más en esa desobediencia: ¡El deicidio! Se inoculó en ellos el deseo oculto de matar a Dios y apropiarse de la naturaleza, para establecer un estado de cosas en el que pudieran dominarlo todo a su antojo y sin consultarle la voluntad a nuestro Padre Creador. Ese deseo de sentirse dueño absoluto y dominar a otros hombres hasta el homicidio que perpetró Caín, incluyendo posiblemente la antropofagia, que todavía algunos pueblos primitivos practican ocultamente y sin escrúpulos en la selva amazónica y otras selvas misteriosas del planeta.

Lo que se desprende de todo esto es reconocer con entusiasmo y mucha gratitud la misericordia divina. En ese instante definitivo para toda la humanidad nuestros primeros padres se han podido atraer la condenación eterna. Y quién sabe qué clase de infierno padecerían, o incluso estaríamos padeciendo eternamente, si la orden de Dios de crecer y multiplicarnos siguiera vigente en ese doloroso estado.

El Plan A+A de Dios

El caso es que el mal uso de la libertad estropeó el plan A de Dios y Él no tenía un plan B sino uno A+A, dijo también en otra oportunidad el inolvidable profesor Dr. Plinio en una de esas reuniones casuales y maravillosas que realizaba mientras algunos lo acompañaban a tomar el té: la Encarnación del Verbo y nuestra Redención. ¡Oh feliz culpa! Sobre todo porque esto se daría a través de María Santísima, una perfectísima hermosa criatura de Dios sin pecado original, madre de Él y de la nueva humanidad redimida. ¡Mejor no hubiéramos podido quedar!

Sírvanos esto para medir esa misericordia divina que a veces olvidamos, sobre todo cuando hemos pecado mortalmente y el demonio juega su carta comodín: la desesperación suicida.

Nuestro Señor, que de todos nuestros males saca un bien, solamente espera principalmente de nosotros un arrepentimiento adolorido de nuestras faltas, una confesión verbal de ellas y un buen propósito sincero de corregirnos. Pero en el pecado vienen entreveradas la soberbia sin esperanza, la altivez satánica y el desprecio del perdón. Es decir ¡yo no tuve la culpa! Y Freud y el psicoanálisis es la expresión más atrevida de esa actitud y auto-justificación de nuestros pecados.

Dado que nuestros primeros padres y muchos liberales de hoy día no piden perdón, Jesús, el humilde y noble carpintero de Nazareth, segunda persona de la Santísima Trinidad, asumido totalmente por Dios, lo pidió por toda la humanidad al precio de esa horrenda muerte que le dimos, y además satisfizo de paso ese deseo infame de matar a Dios e incluso comerse el cuerpo con satánica antropofagia, que comenzó con el pecado original. ¡Cómo fue de horrible este pecado del que en este siglo ya estamos conociendo sus peores y más abominables consecuencias! Basta seguir de cerca las noticias para terminar horrorizados.

Para evitar que llegáramos hasta aquí, Nuestra Señora en Fátima pidió a cada uno de los hombres rezar diariamente el rosario, pequeños sacrificios personales por la conversión de los pecadores, comunión reparadora y entregarle todo eso a Dios por las manos de Ella. Una fórmula de conversión y regreso a Él que muy pocos practican hoy. Aunque también nos dejó una advertencia que puede ser algo tremendo y doloroso al lado de lo cual el supuesto cambio climático, sería apenas una tarde de recreo de niños traviesos.

Por Antonio Borda

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