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La mirada de Nuestro Señor Jesucristo

Redacción (Viernes 26-09-2014, Gaudium Press) Una mirada… ¡A primera vista, un simple vocablo, pero que, muchas veces, expresa más que mil palabras! Una mirada: ¡un universo de riquezas! En ella se expresa lo que hay de más íntimo en el ser humano: el alma.

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Analizando la estrecha unión entre el alma y la mirada, se entiende la capacidad de atracción de algunas fisionomías, cuya mirada denota inocencia, sacralidad y elevación y, en sentido opuesto, la penumbra espiritual que trasparece de modo inevitable en los individuos fuera de la gracia de Dios…

Sin embargo, si la mirada de cualquier ser humano tiene esa fuerza de manifestación y esa riqueza de matices, ¿cómo habrá sido la mirada del más sublime de los hombres: la de Nuestro Señor Jesucristo?
Primero, se debe considerar la grandeza del Hombre Dios. A ese propósito, comenta el profesor Plinio Corrêa de Oliveira:

Nuestro Señor debería haber tenido un poder tal que, cuando Él pasaba, las flores se volvían hacia Él; los animales venían a prestarle homenaje; los animales dañinos salían huyendo; las plantas y las hierbas se extendían a la búsqueda de sus pies para, por lo menos, ser pisadas por Él; las brisas iban de encuentro a Él. En el considerar la mirada de Él, ¡las aguas se reflejaban y estremecían de alegría! 1

¡El Divino Salvador debe haber sido de tal belleza, que los que lo veían quedaban aturdidos de admiración! Según narra la beata Ana Catalina Emmerich en una de sus visiones privadas, el Divino Maestro tenía «la frente alta y ancha, y el rostro bello y ovalado. El cabello, de un castaño rojizo y no áspero, simplemente repartido desde lo alto de la cabeza, le caía sobre los hombros. La barba, no siendo larga, terminaba en punta y estaba repartida por el mentón». 2

Cuenta la Tradición que sus ojos eran color castaño claro, e irradiaban una bondad inmensa, capaz de levantar del pecado a los peores criminales, y arrasar con intransigencia a los más empedernidos de corazón.

Se puede imaginar que, a medida que Jesús predicaba, el color de sus ojos se modificaba. Cuando, por ejemplo, su ardiente celo por la gloria del Padre se manifestaba, es de creerse que sus ojos cambiaban para un tono castaño oscuro y, al perdonar, se aclaraban, dando al pecador la impresión de estar sumergiendo en un océano de perdón…

¿Cómo imaginar la mirada del Hombre Dios?

Es todavía el profesor Plinio Corrêa de Oliveira quien imagina ser esta «una mirada muy serena, aterciopelada, que revelaba, entretanto, una sabiduría, rectitud, firmeza y fuerza» 3 inigualables. Y agrega:

«Una mirada que contiene todo lo que hay de más celeste, de dignidad, de dulzura, de bondad, de perdón y sabiduría a perder de vista. Todas las perfecciones del orden del universo están contenidas en la mirada de Nuestro Señor Jesucristo, de manera que Él tiene estados de alma que corresponden a todas las bellezas de la creación». 4

¡Considerando todas las grandezas humanas que la Historia presenta, todos los sabios, todos los santos, los grandes pensadores, los predicadores, los magnates, todos los reyes, todas las perfecciones del Cielo, la Tierra y el mar, toda la variedad de la fauna y la flora, todos los actos heroicos de los grandes hombres de la historia, todo es nada en comparación con una mirada de Jesús! 5 «¿¡Qué son los vitrales de las catedrales, qué son las estrellas del Cielo, qué son los reflejos del Sol sobre las aguas de los océanos, en comparación simplemente con un minuto en que se pudiese mirar Vuestra mirada!?». 6

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A aquellos que se aproximaban implorando perdón, Nuestro Señor les daba una mirada de suma misericordia; a aquellos, sin embargo, que querían poner obstáculos a su misión redentora, lanzaba una mirada de indignación, como se puede encontrar en todo el capítulo 23 del Evangelio de San Mateo, en sus pugnas con los fariseos.

Verdaderamente, en toda su vida pública, Nuestro Señor quiso hacer el bien a todos que con Él se encontraban. Entretanto, queda claro, por la narración apostólica, que delante de la mirada de Nuestro Señor Jesucristo, no hay tercera posición: o se tiene admiración o se tiene odio. Se verán ahora algunos ejemplos, donde nítidamente aparecen esas dos actitudes.

Ejemplos evangélicos

Recorriendo las riquísimas páginas de los Evangelios, se encuentran innúmeros pasajes donde la mirada de Jesús se hace especialmente notar. Ya en su nacimiento, Dios quiso que los ojos del infante Jesús recayesen en algo que fuese el resumen de todas las maravillas del universo: la mirada de Nuestra Señora. El Niño Dios vio el rostro esplendoroso de María, su Madre, discernió su alma y su Inmaculado Corazón.

No se puede con palabras explicar, ni con el entendimiento humano comprender la alegría que la purísima Virgen tuvo en el instante del nacimiento de Jesús […]. Postrándose delante de Él con profundísima reverencia, dijo: Bene veneris, Deus meus, Domine meus et Filius meus – Seas bienvenido, mi Dios, mi Señor y mi Hijo. Y así lo adoró, y besó sus pies como a Dios, la mano como a su Señor, y el rostro como a su Hijo. 7

Y entonces, «se puede suponer que el Divino Infante sonrió. Él deseó un afecto de madre cuando abrió los ojos para este mundo; y quiso un cariño materno cuando los cerró».8

La Virgen Santísima cuidó con todo amor y cariño de su Hijo y, a medida que el tiempo pasaba, el Niño Jesús crecía y se fortalecía (Cf. Lc 2, 40). Sin embargo, de los treinta años de vida oculta en Nazaret, poco se cuenta en los Evangelios. Entretanto, se puede afirmar, sin duda, que la casa de Nazaret se transformó en un relicario de miradas, donde solamente los Ángeles pudieron contemplar…

Con todo, de su vida pública, se registran una serie de miradas que pasaron para la Historia por la pluma de los evangelistas.

(Continúará…)

Por Beatriz Alves dos Santos

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1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Todas as belezas reunidas num Homem: Conferência, São Paulo: [s.d]. (Arquivo IFTE).
2 EMMERICH, Ana Catalina. A Paixão de Jesus Cristo. São Paulo: Paulus, 2004. p. 246.
3 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O Sacrossanto olhar de Jesus. In: Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, n. 70, jan. 2004. p. 19.
4 Id. O olhar de Nosso Senhor Jesus Cristo: Conferência. São Paulo: [s.d.]. (Ver Anexos, FOTO 2)
5 Loc. cit.
6 Id. E seremos repletos de grandeza… In: Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, n. 49, abr. 2002. p. 18-19.
7 «No se puede con palabras explicar ni con entendimiento humano comprender el gozo que la purísima Virgen tuvo en aquel punto del nacimiento de Jesús. […].postrándose delante de Él con profundísima reverencia, dicen que dijo: Bene veneris, Deus meus, Domine meus et Filius meus: Bien seáis venido, mi Dios, y mi Señor, y mi Hijo. Y así Le adoró, y besó los pies como a Dios, la mano como a su Señor y el rostro como a su Hijo» (TRUYOLS, Andres F. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. 2 ed. Madrid: BAC. 1954. p. 47.)
8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O Quadrinho: presença de uma mãe. In: Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei. n. 119, fev. 2008. p. 8.

 

 

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