viernes, 19 de abril de 2024
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Un alma sacerdotal – II Parte

1.jpgRedacción (Miércoles, 01-10-2014, Gaudium Press) En el relato de esa «alma sacerdotal» que fue Santa Teresita del Niño Jesús, habíamos quedado en que la Madre María de Gonzaga le había encargado los intereses espirituales de un joven misionero que sería enviado a la China:

Así fue la reacción de nuestra santa:

Madre mía deciros mi felicidad sería algo imposible, mi deseo colmado de una manera inesperada hizo nacer en mi corazón una alegría que yo llamaría infantil, porque sería necesario remontar a los años de mi infancia para encontrar el recuerdo de una de esas alegría tan vivas que el alma es muy pequeña para contenerlas, desde hacía muchos años yo no había gozado de este género de felicidad. Yo sentía que de ese lado mi alma era nueva, era como si se habían tocado por primera vez cuerdas musicales hasta ese momento en el olvido.

Yo comprendí las obligaciones que me imponía, así me puse a la obra ensayando de redoblar mi fervor…» (Histoire d’un Ame, op. Cit. págs. 296/297)

Por este trecho vemos el amor sobrenatural e inocente, impregnado de fe que esta gran santa tenía por la vocación y el estado sacerdotal.

Más adelante, un año antes de su preciosa muerte, Sor María del Sagrado Corazón, hermana de sangre de Santa Teresita y madrina de bautismo, admirada por la elevación y santidad de su hermana, le pide por una pequeña esquela que le enseñe su vía espiritual. Santa Teresita le responde con una carta de unas tal vez diez páginas, que son uno de los textos más elevados de toda la espiritualidad católica a lo largo de los siglos. En estas líneas transidas de santidad, nuestra santa describe su vocación, «en el corazón de la Iglesia seré el amor», y sus deseos «inmensos» que son un verdadero martirio para ella. Y entre ellos expresa su amor sacerdotal en términos llenos de celo por las almas: «… Ser tu esposa, oh Jesús, ser carmelita, ser por mi unión contigo la madre de las almas debería bastarme… no es así…Sin duda estos tres privilegios son bien mi vocación, Carmelita, Esposa y Madre, sin embargo yo siento en mi otras vocaciones, yo siento la vocación de Guerrero, de Sacerdote, de Apóstol, de Doctor, de Mártir, en fin, yo siento el deseo de realizar por ti, oh Jesús todas las obras más heroicas … siento en mi alma el coraje de un Cruzado, de un Zuavo Pontificio, quisiera morir en un campo de batalla por la defensa de la Iglesia… Siento en mi la vocación de Sacerdote, con que amor, oh Jesús yo te tendría en mis manos cuando, a mi voz, tu descenderías del Cielo… Con que amor yo te daría a las almas!…» (Histoire d’une Ame, op. Cit. Pág. 329).

4.jpgY más adelante exclama: «ah, a pesar de mi pequeñez, yo desearía esclarecer las almas como los Profetas, los Doctores, yo tengo la vocación de ser Apóstol… yo quisiera recorrer la tierra predicar tu nombre y plantar sobre el suelo infiel tu Cruz gloriosa, pero, oh mi Bien Amado una sola misión no me bastaría, yo quisiera al mismo tiempo anunciar el Evangelio en las cinco partes del mundo y hasta en las islas más lejanas….yo quisiera ser misionero no sólo durante algunos años, mas quisiera haber sido desde la creación del mundo y serlo hasta la consumación de los siglos… Pero quisiera, por encima de todo, oh mi Bien Amado Salvador, derramar mi sangre por ti hasta la última gota…» (Hist. D’une Ame, op. Cit. Págs. 329/30. Las mayúsculas son del original del manuscrito).

Debemos considerar que la que escribe estas líneas transidas de amor, de una fe robusta y de una altísima teología, es una joven que nunca abrió un tratado, nunca estudió teología, tenía la cultura religiosa de una buena religiosa y nada más, así vemos en esta alma la obra directa del Espíritu Santo.

Durante su última enfermedad

Aquejada por una terrible tuberculosis con picos de fiebre altísimos y hemoptisis frecuentes, ante las cuales la medicina de aquellos tiempos no podía hacer absolutamente nada, Ella enfrenta esa última enfermedad con el coraje de un guerrero que entra en el campo de batalla. Sus hermanas toman nota de sus últimas palabras, y gestos, sin pensar, tal vez, que recogían verdaderos tesoros de santidad. En más de una de estas frases, está presente en Santa Teresa, su amor y holocausto por los sacerdotes.

Así en mayo de 1897 ella confiesa:

Estoy convencida de la inutilidad de los remedios para curarme, pero me he arreglado con el buen Dios, afín que le aproveche a los pobres misioneros enfermos, que no tiene ni tiempo ni los medios para cuidarse. Le he pedido de curarlos a ellos en lugar de curarme a mí por los medicamentos y el reposo que me obligan a tomar.» (Sainte Thérèse de l’Enfant Jesus et de la Sainte Face, Derniers entretiens avec ses soeurs, Desclée de Brouwer 1971 Editions du Cerf, pág. 212).

En ese mismo mes de mayo, su hermana Sor María del Sagrado Corazón relata que la vio caminando con mucha dificultad y casi sin fuerzas, por el jardín, obedecía así al consejo dado por la hermana enfermera. Sor María del Sagrado Corazón chocada por verla así, le dice que debería reposar y dejar esa caminata. Ella le responde: «Es verdad, pero ¿sabes qué es lo que me da fuerzas? Bien, yo camino por un misionero. Pienso que allá lejos, bien lejos, uno de ellos, tal vez está agotado en sus correrías apostólicas, y para disminuir sus fatigas yo ofrezco las mías al buen Dios» (St. Thérèse de l’Enfant Jesus. J’entre dans la vie, derniers entretiens, Cerf, Paris, 1990, pág. 228)

El 13 de julio de ese mismo año dice: «…no puedo pensar mucho en la felicidad que me espera en el Cielo, una sola espera hace latir mi corazón, es el amor que recibiré y el que podré dar. Y yo pienso a todo el bien que yo quisiera hacer después de mi muerte: hacer bautizar a los niños, ayudar a los sacerdotes, a los misioneros, a toda la Iglesia…» (Derniers Entretiens, ob. Cit. Pág. 260).
El 7 de agosto una queja: «…Oh que el buen Dios es poco amado en la tierra!… inclusive por los sacerdotes y los religiosos… No el buen Dios no es muy amado…» (D. Entretiens, op. Cit. Págs.. 309)

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El mismo 13 de julio: «Si supieran como hago proyectos, como haré cosas cuando esté en el Cielo… comenzaré mi misión…»

Le preguntan: ¿Qué proyectos tienes?

«Proyectos de volver con mis hermanitas, de ir allá lejos para ayudar a los misioneros, e impedir que los pequeños salvajes mueran antes de ser bautizados…». (D. Entretiens, ob. Cit. Pág. 640)

Post Mortem

El día 17 de julio de 1897 a las 2 de la madrugada ella había tenido una terrible hemoptisis.

Dice a sor Agnés de Jesús (su hermana Paulina): «Siento que voy a entrar en el reposo…Pero sobre todo siento que mi misión va a comenzar, mi misión de hacer amar al buen Dios como yo lo amo, de dar mi pequeña vía a las alma. Si el buen Dios escucha mis deseos, mi cielo se pasará en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi Cielo haciendo el bien en la tierra. No es imposible, porque en el seno mismo de la visión beatífica, los ángeles velan por nosotros…» (J’e entre dans la vie, pág. 85, ob. Cit.)

Y al día siguiente afirma: «El buen Dios no me daría este deseo de hacer el bien en la tierra después de mi muerte, si Él no quisiese realizarlo….» (ob. Cit. Pags. 85)

¿Cumplió su deseo?

Con seguridad respondemos: sí. Son impresionantes los milagros que ella realizó después de su muerte. Fue publicada una colección de varios volúmenes llamada ‘Pluie de Roses’ relatando dichos milagros y con las declaraciones de los testigos, de los médicos, etc. En muchísimos casos los beneficiarios de esos milagros fueron sacerdotes y misioneros en tierras muy lejanas de Francia.

Siendo tantos es difícil seleccionar algunos, nos pareció que algo inédito en la historia de esta alma es transcribir una declaración de un sacerdote jesuita, sobre una ayuda muy especial de Santa Teresita:

El Padre Anatole Armad Marie Flamerion, sj, dedicado a la enseñanza y a la predicación, y por lo que se ve a realizar exorcismos, relata:
«El demonio declaró por boca de muchos posesos, desconocidos, unos de los otros, que Sor Teresa del Niño Jesús me ha asistido en mi ministerio, precisamente porque yo me ocupo de la santificación de los sacerdotes. ‘Teresa te ha preparado desde hace mucho tiempo – es ella que dirige tu brazo. Es la Virgen que te la ha enviado’ (exorcismo del 20 de enero de 1910 a J….. en Paris). ‘Teresa es el ángel de tu sacerdocio y de tu ministerio con los sacerdotes’ (esta respuesta del demonio me ha sido dicha en muchas circunstancias, especialmente el 30 de julio de 1910). ‘Teresa te ha sido dada, ella es tuya y te asiste siempre a causa de tu misión sacerdotal’ ( 9 de febrero de 1911) – ‘Teresa te ha sido dada a causa de tu misión, ella te ayuda por los sacerdotes’ (exorcismo del 8 de diciembre de 1910. El demonio declara que sor Teresa le había arrancado muchas almas de sacerdotes. ‘Ella está ahí, la pequeña carmelita, esta pequeña comedora de curas. Oh que ella me los ha arrancado’ (exorcismo de J… 25 de noviembre de 1909).

El demonio declara que Teresa le ha arrancado el alma de un sacerdote y que la Virgen, lo ha relegado (al demonio) en el cuerpo de una ‘víctima voluntaria’. ‘Sí, es tu Teresa que me ha arrancado esta alma y que es la causa por la cual yo fui encerrado por la Virgen…’
El demonio confiesa que la vía de la perfección por la humildad y la obediencia que enseña Teresa del Niño Jesús le es particularmente odiosa…» (Procès de Bèatification et Canonisation de Sainte Thérèse de l’Enfant Jesus et de la Sainte Face – I Procès Informatif Ordinaire, Teresianum – Roma 1973, págs. 508 a 512).

En fin, sería extendernos demás relatar los milagros que Santa Teresita realizó en favor de los sacerdotes.

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El 30 de septiembre, en medio de terribles sufrimientos y arideces, Santa Teresita expira en un acto de amor a Nuestro Señor e inmediatamente los que asistieron a su último suspiro, fueron testigos de un éxtasis absolutamente maravilloso que duró el espacio de un Credo.

Como ella había pedido murió de amor. Ahora en vista de su celo por las almas que se dedicarían a la Iglesia y por los sacerdotes, creo que es muy lícito conjeturar que ella en el momento de su santa muerte tuvo muy en cuenta ciertas almas dedicadas enteramente a la Iglesia y el alma de tantos y tantos sacerdotes que la deberían servir.

Por Juan Carlos Casté, EP

 

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