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Cortesía: la musicalidad de la convivencia humana – I Parte

Redacción (Jueves, 05-02-2015, Gaudium Press) El hombre de hoy sufre de una verdadera sed de novedades. No hay un lugar donde él entre, un restaurante, un consultorio médico, una panadería, en fin, en que no esté prendida una televisión o una radio, noticiando el último acontecimiento. Miserias, calamidades y tristezas en la mayor parte de las veces…
Perseguido y atraído así por la avalancha de novedades ofrecidas por los medios, el hombre moderno se relaciona cada vez menos con sus semejantes, y está más a la par de lo que sucede del otro lado del mundo de lo que con aquellos que le son más próximos.

Esa sobredosis de imágenes e informaciones destruyó casi por completo el relacionamiento humano, o, al menos, lo transformó en un intercambio de relaciones frías y maquinales donde la consideración y la estima no consiguen vencer el interés personal, el egoísmo. Paulatinamente la globalización fue aislando las personas…

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Se creó un estilo de vida en el cual los hombres, cada vez más, viven en multitudes, en grandes ciudades, y casi no se conocen. Ahí, en estos inmensos aglomerados, llevan una vida tan absorbida por el trabajo, que no tienen tiempo siquiera de conversar. Y eso se intensifica a cada día.

Ese proceso trajo como consecuencia el desaparecimiento de aquello que podríamos llamar «personalidad» – la cual se desarrolla en la convivencia – y transformó la sociedad en una «masa». La sociedad así constituida, no toma en consideración las características de cada individuo, sino que quiere igualar a todos. Y busca hacer que todos tengan, tanto cuanto posible, los mismos gustos, los mismos hábitos, los mismos modos de ser y pensar, casi diríamos, las mismas «caras». Ya no hay más modelos ni líderes, buenos ni malos, sino una igualdad amorfa, casi irracional…

Hace poco utilizamos la palabra personalidad. ¿Qué entendemos por personalidad?

Cada hombre recibe de Dios determinadas características para reflejarlo de forma inédita e irrepetible. Hay, por tanto, en cada hombre «una tendencia a contemplar, comprender y reflejar de preferencia cierta perfección divina». Una como que luz primordial, que «es la virtud dominante que un alma es llamada a reflejar, imprimiendo en las demás [virtudes] su tonalidad particular.»[1]

Stella difert stella. (1 Cor 15,41) Cada estrella es diferente de la otra, dice el Apóstol. Con mayor razón los hombres lo son. Hasta incluso entre los santos eso se da, y con más intensidad. Diferencias de personalidades, de talentos, de gustos, en fin, cuántos aspectos podrían ser analizados. ¿Qué decir de la diferencia que hay entre un Santo Tomás de Aquino, luminaria de la inteligencia humana, y un San Juan María Vianney, que mal consiguió concluir los estudios para ser ordenado sacerdote, pero que discernía los espíritus y «leía» los pensamientos? ¿O entonces una Santa Catalina de Sena, agraciada con tantas apariciones y fenómenos místicos, y una Santa Teresita del Niño Jesús, encerrada en el silencio de un claustro y padeciendo de una tuberculosis que provocó su muerte prematura? Para no ir más lejos, cuánta diferencia en el colegio apostólico…

Dios quiere que desarrollemos nuestra personalidad. Y si correspondemos a la gracia, ella tomará un realce extraordinario. Y la yuxtaposición de estas personalidades forma la inmensa «colección» de Dios. Pero, para que esta colección alcance el pináculo de su brillo y colorido, es necesario que cada «pieza» lleve su personalidad a la plenitud. Eso es lo contrario de la «masificación».

Sin embargo, ¿cómo unir con armonía tantas diferencias? El único medio de tornar posible la coexistencia de las más variadas formas de pensar, de los modos de ser más antagónicos, de las reacciones más diversas e inusitadas, es a través de la caridad cristiana. Sin una gran disposición de sacrificio, de aceptar muchas veces la voluntad de otro, de soportar las contrariedades inevitables de la vida en sociedad, se torna imposible el relacionamiento humano.

Esta forma de caridad aplicada a la convivencia puede ser llamada de cortesía. ¿Qué es la cortesía? «Es el lazo lleno de respeto, de distinción y afecto capaz de transponer ese abismo que hay de persona a persona, y colocarlas en una relación armónica como las notas de una música. La cortesía es la musicalidad de la convivencia humana.»[2]

Ese estado de espíritu es tan poco común en nuestros días que tenemos dificultad en comprenderlo. No hay en él ninguna utilidad práctica, ningún lucro, y, sobre todo, no siempre es agradable ser cortés… ¿Cómo, entonces, explicarlo? Él solo es posible por la prevalencia del espíritu sobre la materia, de las cualidades de los sobrenaturales en detrimento a las naturales.

Por Felipe Rodrigues de Souza
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[1] CLÁ DIAS, João S. O Dom de Sabedoria na mente, vida e obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Tese de doutorado em Teologia – Pontifícia Universidade Bolivariana. Medellín, 2010, p. 375.

[2] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia para jóvenes. 29 jun. 1974. Archivo ITTA.

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