martes, 23 de abril de 2024
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Cortesía: la musicalidad de la convivencia humana – II Parte

Redacción (Viernes, 06-02-2015, Gaudium Press) Pero, ¿hay posibilidad de que exista ese orden que de norte así una sociedad? Aunque todas las apariencias que nos circundan manifiesten lo contrario, este orden de cosas no solo es posible, sino que ya existió: el ‘Ancien Regime’ es un ejemplo. En esta época, sobre todo en Francia, «entre los elementos que constituían la ‘douceur de vivre’ [dulzura de vivir], ocupaba lugar de destaque aquel modo distinguido de proceder o de hablar, conocido por la expresión ‘politesse’ [cortesía]. Esta cualidad del francés de entonces se encontraba difundida por todas las clases sociales, y se basaba en una especie de necesidad innata de devoción, abnegación y don de sí mismo.» [3]

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Eso no siempre es fácil. La constante actitud de dignidad, el modo de hablar trabajado que requiere una atención continua en el lenguaje, las fórmulas de cortesía y todos los otros numerosos requisitos exigidos en esta forma de relacionamiento, denotan la victoria de la gracia sobre el pecado, de la virtud sobre la espontaneidad.

Se cuenta que Santa Teresa de Ávila escribió en cierta ocasión, cuando precisó pasar algunos días en la casa de la duquesa de Lacerda, en España, que prefería el Carmelo, pues la vida era más fácil y cómoda que la vida en la corte…

En esa época, la cortesía era el predicado por excelencia de la nobleza. «En el gentilhombre del siglo XVIII la expresión de la fisionomía, el porte, el gesto, el traje expresan la idea de que la existencia de elites sociales no solo es justa, sino deseable, y que la superioridad de cultura, de maneras y de gustos de sus miembros debe naturalmente manifestarse con un máximo de precisión, realce y requinte.»[4]

Todo eso beneficiaba al noble, porque lo tornaba más elevado, le dirigía hacia lo alto el espíritu. Pero beneficiaba a la sociedad entera, porque todos comenzaban a imitar los gestos de la corte.

Un refulgente relato del gran escritor francés Lenotre lo certifica: «los cocheros demuestran previdencia, buen humor, honestidad, educación y probidad. Nunca exteriorizan la menor queja, la más leve discusión. (…) Aún estoy a la búsqueda de un caso de grosería; nunca vi una pelea, hasta incluso en los lugares donde, la multitud siendo compacta, no se podía dar diez pasos sin atropellar a alguien. Quien por descuido es atropellado, se apresurará en pedir disculpas, al mismo tiempo en que el otro le pedirá perdón. Los dos se saludan, y el caso está concluido» [5]

«El afán de ser amable y atento comportaba la idea de que cuando se es anfitrión se debe tener el placer de practicar sacrificios para agradar al prójimo. Y eso se manifestaba en toda la escala social, desde el campesino al propio Rey.» [6]

Explota la Revolución Francesa. Con ella, veladamente, el panteísmo se insinúa bajo el disfraz de la igualdad. Pretende despersonalizar a los individuos y producir, a hierro y fuego, una organización social donde las personas no sean más que números. Tal como en un rebaño, donde la cabeza de ganado no pasa de una cifra. Por eso, la Revolución Francesa hizo morir la cortesía, pues esta es la armonía entre las cosas diferentes. Acabando con las diferencias, desapareció la cortesía. Pero, con eso, muere también la personalidad y todo se transforma en «masa».

Fascinado, o mejor, ilusionado por una falsa efigie de la libertad, el hombre terminó por tornarse esclavo. ¿De quién? No lo sabemos… Algunos juzgaron que la solución para la nueva enfermedad estaba en la fraternidad. Y esta vez acertaron, pues la cortesía nada más es que el amor al prójimo, por amor de Dios. Entretanto, erraron en la composición del remedio…

Ese proceso llevó siglos para desarrollarse, pero llegó a un punto difícil de ser pensado por los tutores de la Revolución Francesa. ¿Él terminó? Nada lo parece indicar… Al contrario, el horizonte presenta un aspecto cada vez más nublado y asustador. ¿Dónde todavía llegará este proceso revolucionario? Su futuro está en sus manos, querido lector.

Sí, es en el corazón del hombre que nacen la virtud y el pecado. Cada uno de nosotros tiene en las manos las armas para derrotar ese enemigo de la sociedad que puede ser resumido en el egoísmo, vicio contrario a la caridad, al amor a Dios. Solo después que Dios triunfe en los corazones podremos recoger nuevamente los frutos de la cortesía en la sociedad humana, reflejo sublime de las luces e inocencia de la sociedad celeste que nos aguarda. Comencemos la victoria por nuestros propios corazones.

Por Felipe Rodrigues de Souza
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[3] CLÁ DIAS, João S. Despreocupados… rumo à guilhotina: A autodemolição do Ancien Regime. São Paulo: Artpress, 1993, p. 14.
[4] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Pintando a Alma Humana. Catolicismo, Maio de 1951.
[5] LENOTRE, G. Gens de la Vieille France. Paris: Librarie Académique, 1919, p. 40-43.
[6] CLÁ DIAS, João S. Despreocupados… rumo à guilhotina: A autodemolição do Ancien Regime. São Paulo: Artpress, 1993, p. 21.

 

 

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