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Muerte de los primogénitos (Historia Sagrada)

Redacción (Viernes, 10-04-2015, Gaudium Press) Con la décima plaga lanzada por Dios contra los perseguidores de Israel, no había una casa de los egipcios donde no se llorase la muerte de un hijo; pero ninguno de los hebreos fue afectado.

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Moisés manda a los Judíos salir de Egipto

Moisés convocó a todos los ancianos de Israel y les transmitió la orden de Dios para que en todas las casas inmolasen el cordero pascual, y ungiesen los dinteles de las puertas con la sangre del animal.

Un gran clamor en todo Egipto

El profeta agregó: «Cuando el Señor pase por Egipto para castigarlo, y reparar la sangre en el dintel de las puertas, pasará por vuestras puertas y no permitirá que el Exterminador entre en vuestras casas para causar daño» (Ex 12, 23). Todo fue hecho conforme mandara el Altísimo.

A la medianoche, Dios mató a todos los primogénitos egipcios, desde el heredero del trono hasta el hijo de la familia más pobre; e inclusive perecieron los primogénitos de sus animales domésticos.

Todos los egipcios se levantaron de sus lechos y «se oyó en Egipto un gran clamor, pues no había casa donde no hubiese un muerto» (Ex 12, 30).

En muchas ocasiones, Dios muestra su bondad, por ejemplo, al hacer dos veces la multiplicación de los panes y los peces; en otras circunstancias, Él ejerce su justicia, como en el caso de las diez plagas contra los egipcios, en que el Altísimo «lanzó contra ellos el fuego de su ira, la cólera, la indignación» (Sl 78, 49).

En aquella misma noche, el faraón llamó a Moisés y Aarón y les dijo que los hebreos podrían salir de Egipto, llevando también las ovejas y el ganado. y los egipcios presionaban a los israelitas para que se retirasen luego; de lo contrario, decían, «¡vamos a morir todos!» (Ex 12, 33).

Comenta el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: ¡Qué escena grandiosa! Los judíos pasaron toda la noche despiertos, y los egipcios, humillados, aplastados por un poder sobrenatural, dejaron salir de madrugada a esos hombres que para ellos eran animales de carga.

Después de ya haber perdido el rebaño, quedaron privados de los esclavos. Era un agotamiento terrible para Egipto.

Y, recordando lo que Moisés les había recomendado, los hebreos pidieron a los egipcios objetos de oro y plata, así como ropas; y fueron ampliamente atendidos.

«No quebrarán ninguno de sus huesos»

Así, después de haber permanecido en Egipto durante 430 años, los israelitas iniciaron la partida, divididos por ejércitos (cf. Ex 12, 51). Eran 600 mil hombres aptos para las armas, sin contar los ancianos, las mujeres y niños; el total llegaba a 2,5 millones de personas.

Y Moisés llevó consigo los huesos de José, conforme el juramento que los israelitas habían hecho de que portarían sus restos mortales, cuando regresasen a la tierra de sus padres. En eso se nota un bello acto de fe, ya sea de José, ya sea de Moisés.

Dios dijo a Moisés y Aarón que los hebreos precisaban respetar la ley de la pascua, y explicó que del cordero inmolado no debería ser quebrado hueso alguno (cf. Ex 12, 46).

Se trata aquí de otro importante simbolismo de Nuestro Señor. Conforme narra el Apóstol San Juan, en el Calvario las piernas del buen y del mal ladrón fueron quebradas, pero no las de Jesús. «Eso ocurrió para que se cumpliese la Escritura que dice: ‘No quebrarán ninguno de sus huesos'» (Jn 19, 36).

Aclara el Padre Fillion que «todas las otras víctimas eran primero cortadas en pedazos antes de ser colocadas sobre el altar; solo el cordero pascual hacía excepción.»

Salida de Egipto

Apenas los israelitas salieron de Egipto, Dios guió sus pasos rumbo a la Tierra Prometida. Y no permitió que siguiesen el camino más corto, el cual podría ser recorrido en apenas quince días, pues tendrían que guerrear contra los filisteos y, aunque estuviesen bien armados, estarían tentados de volver a Egipto.

Eran ellos apegados a su pequeña vida y no tenían admiración por Moisés, que los invitaba al heroísmo; y hasta incluso llegaron diversas veces a rebelarse contra el profeta, a lo largo de la caminata por el desierto.

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Moisés, Décima plaga

Cabe resaltar que Moisés, produciendo esos hechos, obtuvo gran victoria a los ojos de sus perseguidores, pero delante de los judíos su prestigio fue insignificante. Es una lamentable constatación: con frecuencia las personas son prestigiadas cuando practican el mal, y no cuando realizan el bien. Con el extraordinario Moisés no se dio de modo diverso.

Entonces, para evitar el choque con los filisteos – pueblo muy belicoso -, el Altísimo hizo con que ellos diesen «una vuelta por la ruta del desierto del Mar Rojo» (Ex 13, 18). De tal modo Dios orientó los pasos de los hebreos que, para indicarles el camino, envió delante de ellos durante el día una columna de nube, y a la noche una columna de fuego. Esa señal enviada por la Providencia guiará al pueblo por el desierto, durante largos años.

Pidamos a Nuestra Señora la gracia de nunca oponernos a los planes de Dios, pues de lo contrario Él nos castigará en esta o en la otra vida.

Por Paulo Francisco Martos

(in Noções de História Sagrada n. 23)
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1 – CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Moisés, prefigura do Redentor, in Dr. Plinio, n. 90, setembro 2005, p. 27.
2 – WEISS, Johann Baptist. Historia Universal. Barcelona: La Educación. 1927, v. I, p. 727.
3 – FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée. 6. ed. Paris: Letouzey et ané. 1923, v. 1, p.229.
4 – Idem, ibidem, p. 231.
5 – CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Moisés, prefigura do Redentor, in Dr. Plinio, n. 90, setembro 2005, p. 27.

 

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