jueves, 28 de marzo de 2024
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Un romano en la Ascensión del Señor

Redacción (Martes, 12-05-2015, Gaudium Press) No se trata por supuesto de un quinto Evangelista, pero sí de un brillante escritor Finlandés autor de una original novela histórica, capaz de adentrarnos maravillosamente en los ambientes y costumbres de la cultura judeo-romana que se vivía en el siglo primero en la tierra de Palestina: «Marco El Romano», de Mika Waltari.

Hastiado de la vida ociosa y despechado, un hedonista aristócrata romano viaja a oriente y termina llegando a Palestina el mismo día de la crucifixión de Jesús, convirtiéndose en testigo directo de los misteriosos fenómenos de ese día y de la dolorosa agonía de un hombre que al romano le pareció muy singular, sobre todo cuando le dijeron que lo habían crucificado por decirse Hijo de Dios y rey de los judíos, lo cual se le hizo desmedido dado el lastimoso estado en que lo dejaron.

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Marco el Romano llegó a la crucifixión…

Como era viejo amigo de la célebre esposa de Pilatos va a buscarla para que lo ubique mejor en Jerusalén y de paso le pregunta por el extraño caso, pues no le parece que Roma deba inmiscuirse en asuntos religiosos de judíos. Claudia Prócula le relata consternada sus famosas pesadillas y todo esto lo estimula a indagar sobre esa nueva secta judía, sus ritos y su iniciación pues habiendo probado ya el de Isis en Alejandría y otras creencias, sin satisfacer nada su desasosegado espíritu, esta le parece una aventura interesante, sobre todo cuando se entera días después que corre por la ciudad santa el rumor de que el crucificado resucitó y tiene preocupados a los sectarios del fariseísmo y a los saduceos.

Lo que el aristócrata romano (que de hecho existió y era hijo de un riquísimo patricio y senador famoso por su afición a la astrología) no calculó, era que los seguidores de Jesús andaban medio dispersos, amedrentados y desconfiando de todo mundo. Intentar contactarlos lo llevó a buscarlos uno por uno siendo muy mal recibido. En la búsqueda se enteró de que corría discretamente que se estaba apareciendo a algunos en diferentes partes convocando para ir a Galilea donde les revelaría algunas claves de su vida y doctrina en la que propiamente estaba interesado el romano. Esto lo intrigó todavía más y se propuso ir él también a la cita aunque no lo invitaran. La búsqueda lo había llevado a entrevistarse con Pedro, Juan, el Cirineo, la Magdalena e ir incluso al lugar de la tumba del Señor donde tuvo una conmovedora experiencia que lo convenció que el hombre efectivamente había resucitado.

El asunto era que se trataba de un romano idólatra y no tendría oportunidad de congraciarse con esos galileos y judíos xenófobos y fanáticos. Pero Marco ya estaba seguro de que Jesús era sobrenatural y había resucitado. Ahora era poder estar en Galilea para la presunta ceremonia que algunos decían era de despedida y otorgamiento de misteriosos poderes.

Tras mil peripecias que solamente leyendo la novela se pueden conocer, Marco consigue estar ese día en una bella colina de la Galilea, no muy lejos del majestuoso lago y entre gente que lo miraba con una pizca de recelo, pero con cierta aceptación pues al menos algunos ya lo conocían.

Todos sentados en la yerba como el día de la multiplicación de los panes, en grupos de conocidos o de amigos y familiares, en una paz fraterna sobrenatural, bajo los rayos de un sol tibio y agradable, impregnados del aroma de las flores silvestres del lugar, mientras un viento suave susurraba a los oídos una especie de bella melodía. Sin miedos, ni desconfianzas, esperaban el momento de la prometida aparición.

Por fin él en un grupo ve de lejos bajar por el declive suave de la colina un bello varón de blanca túnica que se movía suavemente al viento, caminando entre los grupos, saludando amorosamente, bendiciendo, acariciando niños, hablando aquí y allá con uno u otros personalmente como dándoles concejos. Miraba con dulzura a todo mundo, sonreía calmadamente bendecía con mucha seriedad dando palabras de ánimo y esperanza. Pasó un poco de largo cerca a Marco, lo miró de tal manera, le sonrió y lo bendijo como si fuera uno de los suyos, y así el romano sintió su alma traspasada y ya su corazón definitivamente prendado, porque se sintió amado por él y por los otros que comenzó a ver como si fueran sus naturales hermanos.

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…y fue tratado como cristiano por Jesús en la Ascensión

Lo demás es la Ascensión propiamente dicha y la aparición angélica. Marco se convirtió y nos da idea de lo que fue la posterior conversión de muchos riquísimos nobles súbditos apetentes de amor auténtico y hastiados de una cordialidad interesada convencional, dispersos por el poderoso imperio romano, que sucumbió ante el ejemplo del entrañable amor caritativo de mártires y predicadores cristianos de la tal doctrina secreta que él no se imaginaba le iba a ser revelada de ese modo a su pagano corazón soberbio y sensual ahora humilde y en proceso de transformación sincera.

Por Antonio Borda

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